El 23 de noviembre de 1933 nace en San José de Mayo, Uruguay, el escritor uruguayo-cubano Daniel Edmundo Chavarría Bastélica, conocido como Daniel Chavarría. Es autor de Príapos (2004), Adiós muchachos (2001), El rojo en la pluma del loro (2001), La sexta isla (1984) y Una pica en Flandes (2004). Recibió numerosos premios, entre ellos el premio Hammett de la Semana Negra de Gijón (1992) por Allá ellos; el premio Planeta de Novela (1993) por El ojo dindymenio; el premio Casa de las Américas (2000), en el género novela, por El rojo en la pluma del loro y el Premio Nacional de Literatura en Cuba en 2010. Fallece en la Habana el 6 de abril de 2018.
A propósito del aniversario 91 del natalicio de Daniel Chavarría, Cubaliteraria comparte un fragmento de su novela La sexta isla (1984).
«El poeta, con sus otras virtudes, enmascara y endulza lo absurdo».
Aristóteles, Poética, XXIV.
Primera parte
De Broad Street a Park Avenue
Hijo de danés y francesa, nació en las Islas Vírgenes cuando aún eran propiedad de Dinamarca. Pero fue en Puerto Rico donde Sosthenes Behn, por cobrar una deuda de comercio azucarero, se inició en el negocio de los teléfonos. Y en 1917, cuando los Estados Unidos compraron las Islas Vírgenes, Sosthenes adquirió la ciudadanía americana y un escenario más vasto para su fantasía empresarial.
No estaba entre sus previsiones que el negocio de los teléfonos adquiriera, años después, aquellas proporciones. Y Behn decretó que su incipiente firma se llamara International Telephone & Telegraph sin importarle —o tal vez justamente por importarle mucho—, que la pronunciación de la sigla ITT pudiera confundirse con AT&T, que era entonces la mayor empresa telefónica de los Estados Unidos.
Su primer éxito internacional tuvo lugar en España. Albergado con más boato que un emir en el Ritz de Madrid, Behn se metió en el bolsillo a la dictadura de Primo de Rivera. Y en el año 25, tras una maniobra apoyada por la banca Morgan, se anexó la International Western Electric.
En 1928 se instaló en Broad Street, con muebles Luis XIV y un retrato de Pío XI. Instaló también a Pierre, un cordon bleu diplomado que preparaba festines para cientos de personas; y contrató a varios camareros europeos, políglotas de porte distinguido que repartían habanos y escanciaban champagne en las antesalas; aunque por su lucimiento cosmopolita era Behn quien se llevaba la palma, al recibir llamados del mundo entero y negociar con irresistible charme y fluidez en nueve idiomas.
En el 30, desde Alemania, la ITT consolidaba su dominio de las comunicaciones europeas. Y en el 33, el New York Times anunciaba que Herr Adolph Hitler había recibido por primera vez, en Berchtesgaden, a una delegación de hombres de negocio norteamericanos. La delegación era Sosthenes, que luego se encargaría de elogiar lo bien que vestía Herr Hitler y cuánta personalidad se gastaba Hermann Goering. El mérito de aquellos contactos le correspondía a Westrick, abogado de Behn en Alemania, que obraba prodigios entre los nazis. Y poco después, la ITT se anexaría la Lorentz y la Siemens y se haría íntima amiga de Von Ribbentrop.
En el 39, Behn puso todo su monopolio de las comunicaciones europeas al servicio de la invasión a Polonia. Las subsidiarias de Austria, Hungría y Suiza, hicieron desembozadamente el juego al Tercer Reich. Y poco después, la ITT compraba un 28% de acciones en la Focke-Wulf, que fabricaba bombarderos para el Führer. Puesto que no estaba casada con ninguna bandera, la ITT no excluía de sus negocios perspectivos el hundimiento de barcos aliados. Cuando a Behn le convenía, dejaba saber a Dulles lo que le ocultaba a Ribbentrop; o le encubría a Churchill lo que soplaba a Hitler. Y es sabido que fue el intermediario personal de Goering ante Chamberlain.
Y así llegó el coronel Sosthenes Behn (coronel de verdad, por servicios prestados al Signal Corps durante la guerra) a ser uno de los hombres mejor informados de su época. Lo que no averiguaba por el constante espionaje de su empresa o por su posición privilegiada en el ombligo de las comunicaciones mundiales, le llegaba por sus contactos políticos de alto nivel, o lo compraba tras las bambalinas de la diplomacia occidental.
Al principio, el gobierno de los Estados Unidos no se preocupó demasiado por las relaciones entre el Eje y la ITT; pero después de Pearl Harbor comenzaron a llegar de todas partes indicios de que las líneas de Behn suministraban información a los submarinos alemanes. El foco principal estaba en la Argentina, donde la ITT se asociara con Siemens. Y se ordenó vigilar a Behn. Braden, embajador de los Estados Unidos, lo acusó públicamente en Buenos Aires de sus contubernios con Perón. Pero aquella amistad resultó un buen negocio para la ITT. Sospechas de soborno aparte, Behn se hizo nacionalizar en el momento oportuno. Fueron noventa millones de dólares que podían haberse perdido. Nadie sabía mejor que Behn cuál era el momento más oportuno para una transacción. Para eso disponía del servicio de espionaje privado más eficiente del mundo.
¿De qué lado estaba realmente el coronel Behn?
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