A 110 años de distancia
La más conocida de las composiciones de Diego Vicente Tejera se titula «La hamaca» y si abrimos este comentario con ella es porque nos interesa enfatizar en su condición de poeta, que a veces se nos diluye entre su variado quehacer:
En la hamaca la existencia
dulcemente resbalando
se desliza.
Culpable o no de mi indolencia,
mi acento su influjo blando
solemniza.
Max Henríquez Ureña hace una observación muy interesante respecto de esta composición:
El efecto que produce esa combinación (métrica) es la del movimiento de la hamaca, cuyo vaivén está representado por los octosílabos, mientras los tetrasílabos marcan el momento en que se requiere de un nuevo impulso.
Otro poema suyo, «A Borinquen», evidencia el amor por esa isla que conoció y defendió, la cual llama por su nombre aborigen:
En medio de las ondas, entre rumor y espumas,
Ceñida de palmares y plátanos la sien,
Se tiende bajo un cielo purísimo, sin brumas,
Sultana de los mares, la ardiente Borinquen.
Ya habrá interiorizado el lector que se trata de un poeta auténtico… y que luego viene todo lo demás, al menos en este comentario.
El asunto es que el nombre de Diego Vicente Tejera puede «entrar» tanto en los diccionarios de literatura cubana como en los de historia. Su faceta de patriota probado, de revolucionario íntegro, se conjuga con la de fundador, en 1899, del Partido Socialista Cubano —primero de su tipo en la Isla—, y aunque era el suyo un socialismo de perfiles utópicos reunió un buen número de entusiastas colaboradores.
El santiaguero Tejera nació el 20 de noviembre de 1848 y fue de esos cubanos que accedieron a una educación esmerada en el Seminario de San Basilio el Magno, proseguida después en el Instituto de Segunda Enseñanza.
Viajó a Puerto Rico en 1865 pare reunirse con su familia y después lo hizo a Norteamérica, a París y a España, con el objetivo de estudiar Medicina, pero en la Península su espíritu amante de la libertad lo llevó a involucrarse en los movimientos antimonárquicos de allá.
Al volver a Puerto Rico su bonhomía lo llevó a adherirse al movimiento independentista en esa vecina isla. El alzamiento conocido como Grito de Lares, prontamente abortado por la metrópoli colonial, comprometió su estatus y la familia, tratando de sustraerlo de las ideas separatistas, lo envió a Venezuela, donde de nuevo retomó los estudios nunca concluidos de Medicina y… ¡otra vez participó de los acontecimientos políticos que allí sucedían!
Entretanto, su estro poético daba ya señales inequívocas de fuerza.
En la década del 70 dirigió en Nueva York el periódico La Verdad, de Miguel Aldama —que era vocero de la Junta Revolucionaria en esa ciudad—, y una vez firmada la Paz del Zanjón se movió entre Estados Unidos y México, donde fue redactor de El Ferrocarril y de Revista Veracruzana. Regresó a Cuba en 1879, cuando fundó El Almendares y Revista Habanera, al tiempo que colaboraba en otras publicaciones.
Los libros más celebrados de Diego Vicente Tejera son Consonancias, de 1874, y Un ramo de violetas, de 1877. Cuando en la década del 80 fue otra vez objeto de las suspicacias del régimen colonial, embarcó hacia Estados Unidos desde donde trabajó, en la emigración, junto a quienes fraguaban la Revolución. Entonces se vinculó a José Martí, se trasladó a Francia donde fundó la revista América en París y después regresó a Norteamérica.
Además de orador y traductor (del alemán, del inglés, del francés), impartió conferencias a lo largo de su breve vida.
Don Diego Vicente Tejera falleció hace 110 años, el 6 de noviembre de 1903, poco antes de cumplir 55 años. Despidámoslo con este fragmento suyo en «El despertar de Cuba»:
… y dominando el conjunto
de tantas notas extrañas,
cual un eco repitiéndose
de una estancia en otra estancia,
el canto del gallo anuncia
la primera luz del alba.
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