Comentario a «La fuga de la tórtola»
José Jacinto Milanés (1814-1863) cantó a la libertad mediante una tórtola en fuga. Esto no es novedad. Se ha hablado tantas veces sobre la libertad de un ave, que ya es incontestable. Para advertir nuevas aristas en «La fuga de la tórtola», poema tan llevado y traído desde su publicación, habría que dar una vuelta a su moneda y mirarle el ángulo intimista, la directa emoción de un hombre ante un pájaro que se le escapa de una hipotética «jaula», no mencionada como tal en el texto. No sé cuánto dolor le produciría a Baudelaire que se le fuera «su» albatros, o a Darío su «pájaro azul». Pero me gustaría hacer una lectura literal del poema de Milanés, inmanente. Por supuesto, lo que el poema dice y lo que connota, no es siempre lo mismo, a veces se diferencia radicalmente en el ámbito de la interpretación. En «La fuga de la tórtola» está por medio el ideal identitario independentista cubano, y no puede ser que Milanés fuese tan ingenuo que cantase a la libertad en una colonia, sin darse cuenta de que su poema podría tener esa connotación libertaria.
Hay otros elementos que deben ayudarnos a ver mejor este texto tan antologado y tan conocido por los cubanos. El autor lo subtitula «Canción», para lo cual lo estructura en seis quintetos de versos decasílabos de rima (aabab), casi siempre con un acento rítmico en la cuarta sílaba. El conteo silábico es a veces bien complicado, como en este verso usado como leit motiv o ritornelo: «queal-mon-teha-í-do-ya-llá-que-dó». Suma una sílaba al final para completar las diez, separa la posible sinalefa de tres vocales en tehai, gracias al acento de última vocal: teha-í, y no hace la sinalefa en doya, porque le concede valor semiconsonántico a la y, de manera que su mejor sonido es «ya». Este juego en el verso ofrece una sorpresa expresiva en ese «ya-llá», repetición silábica como de llanto, como de titubeo, que le ofrece un matiz casi de queja.
Al principio la tórtola parece un alegorema, porque el segundo verso no debe corresponder a un ave: «hecha a mi cama y hecha a mi mesa», de modo que la tórtola queda como alegoría de una persona, una mujer, a la que en el antepenúltimo verso del poema llama «mi confidente». El texto comienza siendo, pues, una elegía ante una pérdida, de amor, amistad, compañía. Y así se sostiene, incluso en el cuarto quinteto definidor, por el cual se le ha atribuido todo un sentido de anhelo de libertad, o al menos de apoyo a ese sentimiento noble que el autor claramente expresa: «…tu fuga ya me acredita / que ansías ser libre, pasión bendita / que aunque la lloro la apruebo yo». Estos tres versos y esta aprobación del ansia libertaria, llevaron a que casi únicamente se vea en «La fuga de la tórtola» ese mensaje, prácticamente dejando a un lado los muy románticos sentimientos de tristeza, abandono y soledad personales, que también claramente expresa.
Esa tórtola que se había acostumbrado al hogar y al amor en él («…un beso ahora y otro después»), de pronto escapa, el poeta se pregunta —dirigiéndose hipotéticamente a ella— si la ha incitado más el exterior natural, lo cual, de todos modos, manifiesta un anhelo de libertad implícito, y, tras la pregunta, la presiona al retorno en el tercer quinteto, cuando le expone las desventajas de su nueva situación. Esta connotación libertaria no puede excluirse del texto, porque es esencial en él. Años después, los mambises han de leer el poema de la tórtola en fuga como un sentimiento propio, como un lamento de fuga que se atenúa por el deseo de la libertad.
La quinta y penúltima estrofa viene a depositar la duda del posible regreso, pues las tres primeras estrofas del poema son una incitación para que regrese. «Si ya no vuelves», sentencia el poeta, la pérdida de «la confidenta» lo amenaza cruelmente, pues ¿en quién podría confiar «cuando me quede mirando al río, / y a la alta luna que brilla en él»? Estos versos se tornan mucho más conmovedores, si tenemos en cuenta el hecho biográfico de la posterior locura del poeta. Se ha de quedar realmente «mirando hacia la luna», lunático, y esos dos versos parecieran una premonición: con el alma «inconsolable, triste y marchita […] me iré muriendo». El canto ya no es solo un lamento, sino el desapego de la vida. Este lamento parece no tener solución: «¡Ay de mi tórtola, mi tortolita / que al monte ha ido y allá quedó».
Ya se ha visto que una lectura de la intimidad del poema no excluye su connotación «social», porque la idea de la libertad está tanto implícita como explícita en él. Es un texto del siglo XIX que habría de leerse desde la problemática esencial para los cubanos de entonces, enfrentados a la necesidad de independencia patria. Milanés no vivió los años de la gesta de la Guerra de los Diez Años, pero se movió en una Matanzas donde este fervor se incubaba en el pueblo y entre sus intelectuales. En torno suyo estaban Domingo del Monte, el mulato Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, y conocería a un José María Heredia de regreso, cuyos poemas anteriores a esa estadía matancera clamaban por la libertad de su querida Cuba. Mentalmente, no debe de haberse dado cuenta del todo de la llamada Conspiración de la Escalera, o si de verdad hizo consciente tales sucesos que condujeron al fusilamiento de Plácido, ellos han de haber contribuido a profundizar aún más su demencia.
«La fuga de la tórtola» no deja de ser por esto una muy íntima y desgarrada elegía, una canción dolorosa por medio de la cual la queja del hombre romántico se expresa también frente a la naturaleza y sus elementos: el río, la luna, el monte… el ave. La desolación del poeta lo inclina al ruego de retorno y, luego, a la desesperanza, pero que, al ser expresada, sigue siendo un ruego de retorno, pues si la tórtola no vuelve, el lamento de los dos últimos quintetos se convertirá en realidad. Todo está dicho con suavidad, sin estridencias, no es un grito, solo un lamento casi de sollozo en «el aire que susurro». Después, «cuando me quede mirando al río», el poema se ha de tornar una vibración, pareciera que tras sus dos últimos versos solo queda repetirlo como un réquiem, o como una canción que no tiene final y se va disolviendo en la frase repetida. El verbo perfectivo conclusivo redondea la frase de manera inapelable: «quedó», pero la vibración también queda, como un eco, con un largo «ohhh!».
Hay más sutilezas acumuladas en estos treinta versos que en la sola interpretación libertaria no declinable. El alma del poeta también está en fuga. Es él quien apela a la búsqueda de una libertad personal, íntima, a una realización que puede estar en lo externo, fuera de las paredes del hogar, fuera de la comunidad que un hogar entraña con otros hogares. ¿Se le escapa al poeta lo que Rubén Darío llamaba su «pájaro azul»? La tórtola de Milanés puede volar en torno a un grupo de diversos significados que comprenden desde el amor y la amistad hasta la ausencia de compañía o la propia intimidad en fuga del hombre. No hay que fijarle un significado único, por muy elevado y simbólico que este sea. «La fuga de la tórtola» es mucho más: un alma sensible siente la pérdida como algo esencial, cualquiera que ella sea, y evidentemente esa pérdida se atenúa solo un poco en el poema, con la «pasión bendita» de la libertad.
La fuga de la tórtola
Canción
¡Tórtola mía! Sin estar presa, Hecha a mi cama y hecha a mi mesa, A un beso ahora y otro después, ¿Por qué te has ido? ¿Qué fuga es esa, Cimarronzuela de rojos pies? ¿Ver hojas verdes solo te incita? ¿El fresco arroyo tu pico invita? ¿Te llama el aire que susurró? ¡Ay de mi tórtola, mi tortolita, Que al monte ha ido y allá quedó! Oye mi ruego, que el miedo exhala. ¿De qué te sirve batir el ala, Si te amenazan con muerte igual La astuta liga, la ardiente bala, Y el cauto jubo del manigual? Pero ¡ay! tu fuga ya me acredita Que ansías ser libre, pasión bendita Que aunque la lloro la apruebo yo ¡Ay de mi tórtola, mi tortolita, Que al monte ha ido y allá quedó! Si ya no vuelves, ¿a quién confío Mi amor oculto, mi desvarío, Mis ilusiones que vierten miel, Cuando me quede mirando al río, Y a la alta luna que brilla en él? Inconsolable, triste y marchita, Me iré muriendo, pues en mi cuita Mi confidenta me abandonó. ¡Ay de mi tórtola, mi tortolita Que al monte ha ido y allá quedó!
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Este artículo es parte de la Antología comentada de poesía cubana del crítico y poeta Virgilio López Lemus, disponible para su descarga gratuita en nuestro Portal.
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