Sobre el autor
Eduardo Márquina (Barcelona, 21 de enero de 1879 – Nueva York, 21 de noviembre de 1946) fue un poeta, periodista y dramaturgo español, considerado por algunos autores como el más clásico de los poetas modernistas españoles. Su obra es ubicada por la crítica en la lírica modernista y neorromántica y en el drama histórico de corte poético. Entre sus obras destacan: Cuando florezcan los rosales, El pobrecillo carpintero, La ermita, La fuente y el río, El pavo real, Una noche en Venecia, Teresa de Jesús y María la viuda.
Aunque su labor como novelista no trascendió al nivel de sus textos poéticos y teatrales, publicó varias novelas entre las que vale mencionar Adán y Eva en el dancing, El destino cruel, Un caballero desconocido, La Misa Azul, Almas Anónimas o Las Dos Vidas. A la par desarrolló una importante labor de traducción de obras de autores como Alejandro Dumas (hijo), Victor Hugo, Charles Baudelaire, Eça de Queirós o Paul Verlaine.
En su aniversario luctuoso compartimos, a modo de homenaje, una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
En Flandes se ha puesto el sol (fragmentos)
No os preguntarán por mí, que en estos tiempos a nadie le da lustre haber nacido segundón en casa grande; pero si pregunta alguno, bueno será contestarle que, español, a toda vena amé, reñí, di mi sangre, pensé poco, recé mucho, jugué bien, perdí bastante y, porque esa empresa loca que nunca debió tentarme, que, perdiendo ofende a todos, que, triunfando alcanza a nadie, no quise salir del mundo sin poner mi pica en Flandes. ……. ¡Por España! y el que quiera defenderla honrado muera; y el que traidor la abandone no encuentre quien le perdone, ni en Tierra Santa cobijo, ni una Cruz en sus despojos, ni la mano de un buen hijo para cerrarle los ojos. ……… Capitán y español, no está avezado a curarse de herida que ha dejado intacto el corazón dentro del pecho. Ello, ocurrió de suerte que a los favores de un azar villano, pudo llegar el hierro hasta esa mano, que tuvo siempre en hierros a la muerte. Y fue que apenas roto por nuestro esfuerzo el muro, salieron de la aldea en alboroto sus gentes, escapándose a seguro. Niños, mozos y ancianos, en pelotón revuelto, altas las manos como a esquivar la muerte, que les llega envuelta en el fragor de la refriega, a derramarse van por los caminos y los campos vecinos… Y va su frente y clama que les tengan piedad en tanta ruina, dando al aire sus tocas, una dama que pone, ante la turba que la aclama, la impavidez triunfal de una heroína. Corriendo a hacer botín de su hermosura, la rufa soldadesca se amotina, y en vano ella procura, en súplicas, en lágrimas deshecha, acosada y rendida, entregando su vida triunfar de la deshonra que la acecha. Va a sucumbir; pero en el mismo intante, una mano de hierro abre a empeñones el cerco jadente de suizos y walones, y el capitán ofrece a la hermosura la hidalga proteccion de su bravura… Domeñado y sujeto queda el tercio a distancia; ella respira: ‘Pasad, señora que por mi os admira y por mi os tiene España por su respeto’, dice, y levanta el capitán ardido la dura mano al fieltro retorcido. Y en este punto, el hierro de un villano parte su vena a la indefensa mano. No se contrae su rostro de granito ni la villana acción le arranca un grito; inclina el porte, tiende a la cuitada la mano ensangrentada y vuelve a pronunciar: ‘Gracias señores; que si sólo he querido a la dama y su honor hacer honores, ahora, con esta herida, habré podido ofrecerle en mi mano rojas flores.’ Ceremoniosamente pasó la dama, él inclinó la frente, y en la diestra leal que le tendía la sangre a borbotones florecía .……..
Canción de Navidad
La Virgen María penaba y sufría. Jesús no quería dejarse acostar — ¿No quieres? — No quiero. Cantaba un jilguero sabía a romero y a luna el cantar. La Virgen María probó si podía del son que venía la gracia copiar. María cantaba, Jesús la escuchaba José que aserraba, dejó de aserrar. La Virgen María cantaba y reía, Jesús se dormía de oírla cantar. Tan bien se ha dormido que el día ha venido, inútil ha sido gritarle y llamar. Y, entrando ya el día, como él aún dormía, para despertarle ¡la Virgen María tuvo que llorar!
Salmo de amor
¡Dios te bendiga, amor, porque eres bella! ¡Dios te bendiga, amor, porque eres mía! ¡Dios te bendiga, amor, cuando te miro! ¡Dios te bendiga, amor, cuando me miras! ¡Dios te bendiga si me guardas fe; si no me guardas fe, Dios te bendiga! ¡Hoy que me haces vivir, bendita seas; cuando me hagas morir, seas bendita! Bendiga Dios tus pasos hacia el bien, tus pasos hacia el mal, Dios los bendiga! ¡Bendiciones a ti cuando me acoges; bendiciones a ti cuando me esquivas! !Bendígate la luz de la mañana que al despertarte hiere tus pupilas; bendígate la sombra de la noche, que en su regazo te hallará dormida! ¡Abra los ojos para bendecirte, antes de sucumbir, el que agoniza! ¡Si al herir te bendice el asesino, que por su bendición Dios le bendiga! ¡Bendígate el humilde a quien socorras! ¡Bendígante, al nombrarte, tus amigas! ¡Bendígante los siervos de tu casa! ¡Los complacidos deudos te bendigan! ¡Te dé la tierra bendición en flores, y el tiempo en copia de apacibles días, y el mar se aquiete para bendecirte, y el dolor se eche atrás y te bendiga! ¡Vuelva a tocar con el nevado lirio Gabriel tu frente, y la declare ungida! ¡Dé el cielo a tu piedad don de milagro y sanen los enfermos a tu vista! ¡Oh querida mujer!… ¡Hoy que me adoras, todo de bendiciones es el día! ¡Yo te bendigo, y quiero que conmigo Dios y el cielo y la tierra te bendigan!
La novia
La casita escondía, entre rosales, la humildad de su gracia acogedora; la aldea apenas palpitaba en la hora de las primeras nieblas matinales. Desparramando un vuelo de pardales, pasa la diligencia atronadora; mira a la casa el estudiante y llora su corazón, volando a los cristales. Ella le ha visto; entreabre la ventana, y una mirada azul en la mañana pone el jirón de su saludo tierno… Pasó hambre y frío en la ciudad distante, luchó, sufrió… ¡mas, para el estudiante, fué todo el orbe azul aquel invierno!
Melancolía
A ti, por quien moriría,
me gusta verte llorar.
En el dolor eres mía
en el placer te me vas.
Maestro Amor
Maestro has de serme tú, y yo discípulo atento; Tú en irme dando palabras, yo en ir haciendo los versos. Si logramos una palma, los dos nos la partiremos; Tú para abonar tu frente, yo para llevar su peso. Más apacible existencia ni la busco ni la espero; Sólo son nuestras disputas de discípulo a maestro. Apenas apunta el sol nuestra cátedra ponemos; Las lecciones son de todo lo que ves y lo que veo. Y en el celestial oficio que de consuno ejercemos, yo pongo tan sólo el canto, Tú pones el sentimiento. Ni tú escatimas el uno ni yo en el otro te cedo. Las gentes que nos escuchan dicen que nos entendemos. Y lo que yo busco, Amor, es llegar a un desacuerdo, es quedarme sin canción delante del sentimiento. Crezca el sentimiento, Amor, y no te inquietes por ello; que, aunque me falten palabras, haré el mejor de mis versos. El mejor, que he de llevar eternamente en mi pecho.
El sueño del niño Jesús
La Virgen María pensaba y sufría, Jesús no quería dejarse acostar. -¿No quieres? -No quiero. Cantaba un jilguero, sabía a romero y a luna el cantar. La Virgen María probó si podía del son que venía la gracia copiar. María cantaba, Jesús la escuchaba, José que aserraba dejó de aserrar. La Virgen María cantaba y reía, Jesús se dormía de oírla cantar. Tan bien se ha dormido, que el día venido, inútil ha sido gritarle y llamar. Y entrado ya el día, como Él aún dormía, para despertarlo la Virgen María tuvo que llorar.
Mihi lucrum mori («para mi es una ganancia morir»)
¡Ay la vida! ¿Qué es la vida? Chispa oculta entre pavesa, relámpago que atraviesa tempestad enfurecida. ¡Ay la vida! Es mal que cura la muerte; negra cárcel que, al morir, logra el prisionero abrir, de tal suerte que una ganancia es morir. Dejar espinas y abrojos para ceñirse de estrellas, secar del llanto las huellas y clavar en Dios los ojos. ¡Ay! los ojos que han visto el mundo funesto; eso es dicha que el que muere a gloria y cetro prefiere; y es por esto que gana mucho el que muere. ¿Qué son los placeres? Humo. ¿Qué es la hermosura? Ceniza que en el sepulcro se pisa: cuanto en la tierra hay de sumo, todo es humo; ¡plata y seda, todo, todo! De manera que se gana muriendo en edad temprana; de tal modo que sólo el que muere gana. ¿Por qué tan ruda ansiedad, tanto afán, tanta locura, en ir tras lo que no dura, en buscar la vanidad? ¡Vanidad! Que duelos mil atesora, sólo el necio su ganancia busca en la tierra con ansia, porque ignora que es la muerte una ganancia. Vivamos, pues, a manera del cautivo en calabozo, que, ajeno de risa y gozo, libertad cercana espera; de manera, que pongamos todo anhelo en la gloria de morir, sin cansarnos de decir viendo el cielo: nuestra ganancia es morir.
Renovación
Pequeñas marchas hice; yo las haré mayores; conoceré, de vista, todos estos pastores; me habrán hablado todos, cuando salga de aquí; El camino que lleva del alto de Ibañeta al redondel de piedras del romo Orzanzurieta, por las pasadas que hice, se acordará de mí. Sabré encontrar las fuentes, por sendas de cabreros; En qué parte da el monte los mejores maderos y qué encinas se tronchan para tostar carbón; sabré dar con el jarro de leche, en las chabolas, empujaré sus puertas, si las encuentro solas, y pagaré, dejando medio pan, mi ración. Cuatro días más tarde, daré con el cabrero de quien bebí en la jarra, cruzando el hormiguero de los rebaños, puestos á venta, en un ferial; le hablaré de la leche que me tomé á fiado; me hablará de aquel pan, que le dejé á contado; y, en dos pintas de vino, nos haremos cabal. Renovará, en los usos, mi vida, sus caudales; tantos rústicos modos me serán naturales, que olvidaré el cansancio, que traía, de mí; tantas palabras muertas encontraré, aquí, vivas, y haré acopio tan grande de formas expresivas, que no he de ser el mismo, cuando salga de aquí. ¡A pasto, á pasto, bocas de mis ansias mejores!… Enfilaré los puertos, pisaré los alcores, la dueña al lado; el hijo delante, en un pollino; no han de ser, en dos meses, otros nuestros trabajos, que andar, de pueblo en pueblo, por todos los atajos y entrar en las posadas, las noches de camino. Del Guirizu taimado que, al que está en la llanura, le esconde, en un repliegue, la mitad de su altura, todo el valle veramos, una tarde serena: Francia al norte, cercana; tierra basca á occidente; á mediodía, el pico de Monreal; y, enfrente, de los montes de Jaca, la picuda cadena. Y así, luego, trillando la senda que escogimos, nos sentiremos parte del paisaje, que vimos en el Guirizu abrupto, bajo sus corvas hayas; diferenciarse, lo antes uniforme, veremos; y según que nos abran sus puertas, sentiremos de los distintos pueblos, las diferentes layas. Val de Arce dilatado y Val de Ayézcua arisco; el uno intenta industrias; y el otro tiene aprisco; aquél urde caminos, y éste pisa montañas; los lugares que entrambos llevan en su regazo, ya muestran, en lo vario de la aptitud y el trazo, la diferente sangre que corre en sus entrañas. Burguete, que ha crecido de estar junto al camino; Arrieta, en que, al recuerdo de buen vino, aún veo sonreírme la moza del mesón; Espinal, con sus blasones en los anchos portales; y Aoiz en auge, centro de fuerzas industriales, que palpita, en el llano, como un gran corazón. De esta parte, la vida se adapta y se renueva; la ruta cambia en oro las fuerzas que se lleva los polluelos son éstos y la clueca es Pamplona; una Pamplona rica de actividad materna atenta á su prosapia, que trabaja y gobierna con abarcas, debajo de la férrea corona. Y el otro lado, ocultos, metidos en la falda del monte, entre peñascos, los lugares: Garralda, nombrada en sus rebaños, y en sus potros famosa; tiene en alto la iglesia, y en ella, un soportal que encierra el marco esbelto de la puerta ojival, en la mancha rojiza de su masa terrosa. Hija del río, al lado del camino en declive, en lo angosto y profundo del valle, surge Aribe con su gran puente, en ruinas, tapizado de hiedra; en una paz de idilio de huertos y trigales, ¡aún la veo, escalando sus peñas laterales, entre bojes y robles, por caminos de piedra! ¡Recodos los del monte, silencio en los recodos! ¡Qué apartado me encuentro de los humanos todos oyendo, por las hoces, mis pasos resonar! Pero ¡qué valor toman las humanas pisadas que, en roca viva, á fuerza de andadas y de andadas, trillan estos senderos, de lugar á lugar! Rosa entre cardos eres, para tus peregrinos, Villanueva de Ayézcua, huérfana de caminos; Villanueva de Ayézcua, la más vieja de todas; en tu esquivo retiro, rica de aristrocracia, no olvidaré tus fuentes, ni la harmoniosa gracia con que, en el hondo valle, te esparces y acomodas. Cortado á pico, el monte, que es, todo él, una peña, su masa oscura aviva tu gracia lugareña; Villanueva de Ayézcua, de casas señoriales, ¡bien hallada, la moza de los pasos ardidos, y, en sus manos, la herrada, con los aros bruñidos, que coloca en la fuente de caños manantiales! Que te protege, dinos, y no que te sepulta, esta loma que á todas las miradas te oculta, y que, en tanto silencio, te obliga á tanta paz; tus mozas, con sus trenzas pasándolas del talle, tienen, cruzando, al vernos, con rapidez, la calle, un pánico gracioso de ardilla montaraz. Villanueva de Ayézcua, de casas señoriales, me voy con la nostalgia de hacer, en tus portales, la charla, anochecido, con tus clásicas viejas; las he visto, á hurtadillas, mirar por las ventanas, enérgicas, huesudas, cubriéndose las canas, la toca negra, atada detrás de las orejas… De esta parte, la vida, como toca al origen; no altera, todavía, las leyes que la rigen; y es secular y joven, como la roca viva; Val-de-Ayézcua entre montes, me hiciste rastrear, por estas angosturas, de lugar en lugar, bajo mi España, aún fuerte, la veta primitiva. Saldré de estos peñales con un canto de guerra; sobre todas las tierras, ensalzaré mi tierra; seré agresivo contra todo exótico intento; queda aquí el reservorio de la raza nativa; ¡y hay piedra, en estos montes de soledad esquiva donde tallar los arcos para un Renacimiento!
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