Hace más de diez años me dirigí a la ensayista Margarita Mateo solicitando su consejo respecto a cuáles narradoras cubanas y cuáles textos podrían resultar más interesantes para su análisis. Valga decir que por entonces había publicado yo un pequeño ensayo sobre la narrativa de Mylene Fernández Pintado y esperaba que la profesora Mateo sugiriese los nombres de alguna de las talentosas muchachas que, por entonces, acaparaban los más importantes premios otorgados en nuestro país y como texto alguna sustanciosa novela como, por ejemplo, las de Ena Lucía Portela. Ni lo uno ni lo otro. La recomendación fue estudiar la creación de una dama curtida en las lides de la narrativa y el libro en cuestión un escueto volumen de cuentos publicado en edición reducidísima en la colección Vagabundo del Alba de Ediciones Unión.
Me fue más fácil contactar a la autora que encontrar el libro, pero gracias a la gentileza de la misma y tras una visita marcada por los comentarios sobre la serie Friends, las preferencias beisboleras y el olor de las papitas fritas confundiéndose con el del salitre que invade la calle Concha en Cojímar, Falsos documentos llegó a mis manos y pude entender la recomendación de Margarita Mateo, porque aquel cuadernillo de apenas 45 páginas resultaba de veras una valiosa joya y así lo reconocería el jurado que por unanimidad lo consideró merecedor del Premio de la Crítica 2005, el tercero para Mirta Yáñez Quiñoa.
A más de diez años de aquel encuentro que ni la propia MYQ, como me gusta llamarla, recuerda, debo haber releído más de treinta veces Falsos documentos y también he vuelto, como quien regresa al encuentro de un amigo, a otras páginas escritas por Mirta, pero no me animo a escribir mi ensayo y la tarea de intentar el análisis exhaustivo de la narrativa de una autora que no solo resalta en este campo me parece tan ardua como alcanzar la cima de cinco ocho miles.
Mujer que se refugia en sus tres pequeños territorios todavía habitables: la familia, los amigos y la literatura, dama que vio truncos sueños como el de estudiar Periodismo, dirigir revistas culturales o llevar al mundo audiovisual proyectos que se convirtieron en bellas durmientes relegadas al gavetero, en MYQ confluyen, puede que alguna vez en agitado tumulto, la poeta de lo íntimo y pequeñito, la habanera por los cuatro costados y furibunda industrialista, la cubana que ha tenido que reconstruirse más de una vez ante las zancadillas de los otros, de la propia vida. Una dama capaz de convertir esa otra forma de llamar a la conversación, que es para ella la escritura, en un arte en el que se mueve desde los registros más cultos hasta ese relato con sabor a chisme de solar que podría empezar con un “Dice Yuya que…”.
Galardonada muy merecidamente con el Premio Nacional de Literatura 2018, con cinco Premios de la Crítica en su haber (en fraternal competencia con Messi y Cristiano Ronaldo y sus Balones de Oro), MYQ enfrenta hoy, imagino que con su jocosidad habitual, pero también con toda la cautela de una hemingwayana confesa ante los desbordes proustianos de este freelance, una entrevista en la que, acaso para darme valor, echo mano a las ajenas voces y a la de la propia Mirta, a la que doy por advertida de que este cuestionario nos puede llevar tranquilamente del azafrán al lirio.
“Son las familias –dijo Martí– como las raíces de los pueblos, y quien funde una y dé a la patria hijos útiles, tiene, al caer en el último sueño de la tierra, derecho a que se recuerde su nombre con respeto y cariño”. ¿Qué puede contarnos MYQ de sus raíces, de su familia para la que parecen haber sido escritas estas palabras?
Mi familia tuvo una notable intervención en mi vocación por las letras. Cuatro abuelos españoles que me llevaron a estudiar al Plantel Jovellanos donde me gané mis primeros premios de letras. Un tío abuelo fantasioso con quien inventábamos aventuras y además me enseñaba poemas de autores como Espronceda y me leía historias. Unos padres fuera de serie. Mi papá, Alberto, era periodista deportivo y humorista y me llevó con él a la fundación del semanario Palante. Y mi madre, con una sensibilidad muy especial. De todo eso elegí ser escritora Y mi hermano Albertico, lamentablemente fallecido en drama sin solución, siguió ese mismo rumbo.
La aventuras de Serafín y sus amigos está dedicado “A mis amigos de acá y acullá” y la novela Sangra por la herida “A los amigos que dejaron de pintar, de tocar el piano, de hacer teatro, de escribir un poema, de soñar sus sueños, por las razones que fuesen”. ¿Qué es para usted la amistad? ¿Qué le han aportado y aportan sus amigos?
La amistad es el apoyo más grande de mi vida. Mis compañeros del Instituto Pre Universitario Raúl Cepero Bonilla me han acompañado siempre. Así mismo, he sido amiga de mis profesores. Aquellos que compartieron momentos difíciles en la Escuela de Letras siguen siendo personas muy queridas para mí. Mis dedicatorias de los libros son bastante evidentes. Me han aportado cariño y todas las manifestaciones del afecto.
En entrevista concedida al número 01 de la revista El cuentero, Alberto Garrido definía a Ezequiel Vieta como “Un ángel de Blake en el elevador del Palacio del Segundo Cabo”. ¿Qué podría añadir Mirta? ¿Y respecto a Camila Henríquez Ureña?
Mi impresión de mi máster Ezequiel es que no solo fue mi profesor y padrino de graduación, sino amigo esencial y tutor de mis primeros escritos, intransigente, pero al mismo tiempo animador de que siguiera escribiendo, y, sobre todo, compartíamos el sentido del humor. Además, era un escritor brillante que hubiera merecido el Premio Nacional de Literatura, pero se nos escapó temprano.
Y respecto a Camila, aunque cercana profesora, todo en ámbito de respeto y seriedad. Está entre los profesores que distingo y además su humanidad me hizo escribir el testimonio Camila y Camila que fue Premio Memoria.
Mi admiración, gratitud y cariño para ambos.
No sé si coincida, pero creo que la redacción de decálogos para narradores se ha convertido en una especie de subgénero. En el que propone el uruguayo Juan Carlos Onetti encontramos esta recomendación “Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable que llevamos dentro y no es posible engañar”. ¿Suscribiría esta propuesta? ¿Para quién escribe Mirta Yáñez?
Aunque esa es una pregunta que siempre se hace, yo insisto que no escribo para mí misma, y todo depende del género que trabaje, literatura infantil, ensayos, etcétera. Aunque si es ficción narrativa no pienso en un lector específico, sino en que resulte interesante y entregue conocimiento.
Hacia el final de su texto Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos, el ruso Boris Pilniak afirma: “La zorra es el dios de la astucia y de la traición, si el espíritu de la zorra penetra a un hombre la raza de ese hombre está maldita. La zorra es el dios de los escritores”. ¿Hasta qué punto lo dicho hace casi un siglo por Pilniak es válido para describir la ciudad letrada que MYQ ha conocido? ¿Cómo resiste usted la tentación de venerar a la zorra?
Para nada, no me interesa la astucia y mucho menos la traición. En todo caso… su pariente, la zorra del Principito, que ve las cosas con el corazón sí resulta uno de mis dioses.
“Yo te amo, ciudad/ aunque solo escuche de ti el lejano rumor/ aunque soy en tu olvido una isla invisible”. Son versos de uno de los grandes poetas de Orígenes, Gastón Baquero, dedicados a La Habana. El primer libro que usted publicara, el poemario Las visitas, ya deja ver el amor de MYQ por “ese pañuelito raído y hermoso” que se apresta a celebrar este año el medio milenio de su fundación. Esa MYQ que en Sangra por la herida pone en boca de la “Mujer que habla sola en el parque” una frase que es mezcla de letanía y grito desesperado (Y La Habana se muere), ¿qué le diría a Gastón Baquero, a la ciudad que, según Jeremías, personaje del cuento El hombre de ninguna parte de Miguel Mejides es “(…) una hoy, mañana otra. Cambia de piel, es mujer y hombre, es la ciudad Changó sacrificada en el olvido de medio siglo”?
Yo diría que amo a mi ciudad y que al mismo tiempo a veces lloro por ella, por el deterioro de algunas partes. No creo que esté olvidada, y nunca podría vivir en otro lado que no sea mi Habana y mi Cojímar.
Cuando me preguntan qué es la cubanidad no sé qué decir —confiesa Abilio Estévez en entrevista a Elizabeth Mirabal y Carlos Velasco—. Sólo lo se cuando no me lo preguntan. Ramón Grau San Martín, en cambio, parecía tener muy clara la respuesta a esta pregunta y la convirtió en eslogan de sus campañas políticas: “La cubanidad es amor”. En trabajo para la página en español del Chicago Tribune usted, a modo de vértices de un triángulo, aportaba tres elementos indispensables para una definición: “la angustia por la identidad, la pesadumbre de la espera y la jocosidad a todo trance”. ¿Qué otros elementos incluiría en el área de este triángulo? ¿Cuán y cómo están presentes los aspectos que usted refería en su obra literaria?
Con mayúscula añadiría EL MAR. Creo que también hay un grado de humana solidaridad que nos caracteriza. Sobre la segunda pregunta, mejor se la haces a los estudiosos de mi obra.
Vuelvo a echar mano a Miguel Mejides, esta vez en una entrevista que concediera a La Gaceta de Cuba, número 06 del 2004. Dice Mejides: “Por eso la nostalgia (…) seguirá siendo el alimento nutricio de las historias no oficiales que hacen grande a la novela y a todos los libros que intentan descubrir las cimas de la espiritualidad”. En Sangra por la herida y en algunos de los mejores cuentos de MYQ, como “El búfalo ciego” o “Kid Bururú y los caníbales”, la nostalgia tiene un peso significativo, pero mejor que sea la propia Mirta quien cuente si coincide con Mejides y cuánto puede representar la nostalgia en la narrativa de alguien que confiesa dejar pedazos autobiográficos en todo lo que escribe.
En fin, estoy de acuerdo con Mejides en la importancia de la nostalgia en la creación, pero no de esa manera tan absoluta. Pueden existir otros intereses, como expresar la emotividad de circunstancias, la rebeldía ante otras, la satisfacción de revelar verdades y muchos otros factores, pero lo que hace grande a un texto es su trascendencia, su honestidad y su autenticidad.
En más de una ocasión MYQ se ha defendido de quiénes la acusan de no sentir demasiado afecto por el magisterio. Una de la más grandes figuras de la Pedagogía en Cuba, Enrique José Varona, pedía que “(…) hoy un colegio, un instituto, una universidad, deben ser talleres donde se trabaje, no teatros donde se declame”. Como profesora universitaria, ¿hasta qué punto cree MYQ haber podido hacer realidad la exhortación de Varona y cuánto cree que lo impidieron aspectos extracurriculares?
Es una pregunta sobre un tema que se aleja en el tiempo. Naturalmente, para mí sería imposible sentirme en un teatro para declamar. Creo que la enseñanza es la confrontación sensible con el estudiantado de manera sencilla. No se trata de que no sienta afecto por el magisterio, sino que me resulta muy complejo enfrentarme a un público en cualquier circunstancia. Nadie me cree, pero en verdad soy tímida.
El cantautor español Luis Eduardo Aute es reconocido por el profundo lirismo de sus temas. En entrevista a La Gaceta de Cuba, número 05 de 1999, dejaba esta perla: “Todo lo que he aprendido de bueno en mi vida me lo enseñaron las mujeres. Mi parte monstruosa se la debo a los hombres”. ¿Qué siente MYQ al leer estas palabras?
Siento alejamiento de esa frase, he recibido bueno y monstruosidades de ambos géneros. Lo mejor bueno ha venido de mis mascotas, jajajaja. Tu pregunta, que es una banderilla, se merece mi broma.
En línea con la pregunta anterior y removiendo viejas polémicas y, obvio, buscando tirarle de la lengua, le traigo otra cita martiana. “Construir: he ahí la grandeza del hombre: —consolar, que da fuerza para construir: he ahí la gran labor de las mujeres”. ¿Qué le parece a MYQ esta asignación de roles?
Como siempre digo, todo fundamentalismo es antintelectual. Y la reclusión en roles es falsificar las esencias del ser humano. Sacada del contexto, la cita martiana me parece demasiado absoluta. Y, además, los tiempos van cambiando.
Y claro, sabiendo de antemano por dónde irían los tiros en su anterior respuesta, me muevo un poco en el tema de la mujer, especialmente la mujer escritora. Al prologar el capítulo de escritoras cubanas de la antología Mujeres como islas (Ediciones Unión, 2002), que recoge cuentos de autoras cubanas, dominicanas y portorriqueñas, Olga Marta Pérez decía: “(…) hoy en día en Cuba antologar cuentos femeninos no es tarea fácil (…) por el número de escritoras que en toda la Isla andan por estos caminos”. En 1996, año en que sale a la luz la primera edición de Estatuas de sal, parecía aún más difícil, pero por razones totalmente opuestas. Considerando que, salvo los crímenes de lesa humanidad, los restantes prescriben al cabo de veinte años, ¿podría relatarnos algunas de las anécdotas más escabrosas de cómo usted y Marilyn Bobes conformaron este libro? ¿Qué siente al volver la vista atrás y descubrir que han aparecido otras antologías de cuento femenino como Té con limón o que, sencillamente, las actuales antologías de cuento muestran un razonable equilibrio de género? ¿Considera que Álbum de poetisas cubanas, publicado en 1997 y su último Premio de la Crítica, Damas de Social (en colaboración con Nancy Alonso) sean la estocada definitiva al ninguneo machista que aún duerme agazapado en nuestros predios literarios?
No hay anécdotas escabrosas, por el contrario, la más hermosa de Estatuas de sal es que después de su publicación la gran escritora Esther Díaz Llanillo volvió a escribir y publicar cuando estaba prácticamente olvidada. Cuando hicimos Estatuas de sal recibimos apoyo para su publicación. Antaño, en las antologías y la selección de los jurados o asistentes a ferias en el exterior solo se distinguía a los caballeros. Eso ha mejorado notablemente como lo digo en algunos de mis textos que saldrán publicados en Cubanas a capítulo Tres que va en vías de edición. Creo que esos dos libros que mencionas han colaborado a crear conciencia en algunos intelectuales, pero no puede hablarse nunca de “estocada final” en relación con manifestaciones del machismo común.
Como conozco de sobra su aprecio por Hemingway, no podía terminar esta entrevista sin echar mano a alguna cita del autor de El viejo y el mar. En 1958, en el madrileño hotel “Suecia”, Hem concedió una entrevista a Carlos Barral y, ante el requerimiento para definir a la literatura española, el norteamericano uso sólo tres palabras como punta del iceberg: “La mala puta”. ¿Podría MYQ emular a su amado Hemingway (en poder de síntesis, claro) y darnos su punto de vista sobre el panorama de la literatura cubana actual?
No me gusta esa expresión machista de mi querido Hemingway, yo considero que hay un área de nuestra literatura que yo llamo “realismo cochino” (aunque quieran darle la envergadura del “realismo sucio”) por las obscenidades y vulgaridades sin alcanzar alturas literarias. Por fortuna, en los últimos tiempos y en las últimas veces que he sido jurado, casi no hay presencia de esos librejos que también catalogo en mis decisiones de jurado como SMC: “sobre mi cadáver”.
Aparte de confesar su fatiga ante tantas interrogantes y citas (aclaro que todas son rigurosamente ciertas), ¿hay algo que MYQ necesita decir a modo de epílogo?
Que agradezco a todos los que me han acompañado en la senda para alcanzar el Premio Nacional de Literatura 2018. Tú entre ellos. Muchas gracias.
Foto tomada de Juventud Rebelde
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