Decía la poeta rusa Anna Ajmatova que como en el pasado florece el futuro, en el futuro se pudre el pasado, conformando una siniestra fiesta de hojas muertas. Algo como esa idea se desprende de la lectura del libro Óbitos [1], de Pedro Marqués de Armas, donde se recoge la poesía que este autor ha escrito entre 2003 y 2014, y se asume exprofeso un discurso parabólico que juzga a la tierra propia y al mundo desde bordados sobrios del sinsentido, que construyen un cerrado país entre el deseo y el intento, o rieles sostenidos en el vacío sobre la tierra prestada. En tal sentido el poema pórtico del libro se erige a manera de «leyenda» que adelanta lo que pasará después:
También tú
en el óbito (fíjate qué
palabra (de la Historia
por un velo a-
somado.[2]
Es decir, pasajes o instantáneas de un paisaje que fue, y que, aunque aún exista, para él está virtualmente muerto. En tal sentido es fiel a los presupuestos del grupo al que un día perteneció: el proyecto de escritura Diáspora(s), quienes sintieron:
(…) sienten la necesidad de pensar la poesía, las circunstancias en que viven y la Historia de la nación como una condición sine qua non para conformar una poética nueva […] y se adentran en lo real para mostrarnos el desajuste, la desarmonía, el horror de la desilusión.[3]
Aunque también deja claro que lo suyo es una mirada, una visión, un pedazo de verdad, que, como es obvio, y no lo dice, necesita de otras. Asistimos entonces a una desacralización de la historia, y, en su entender, a un sinsentido de la historia, —¿una visión apocalíptica del sinsentido? —, si bien a tono con los presupuestos estéticos e ideológicos de su grupo, cuestionable. La realidad del país es concebida como un paisaje surrealista, ruidoso y abrumador a un tiempo, que, según el autor, no describe huella filosófica alguna.[4] Por eso son frecuentes en el libro las parábolas de la naturaleza de nuestros sucesivos insilios y exilios, o alegorías de nuestra historia a través de sucesos fortuitos o intrascendentes del mismo pasado americano, donde puede quedar al descubierto la penetrante o acendrada ética del latino:
y aunque perseguidos por severa ley
modelaron una cultura
de pequeño formato.[5]
O la reconstrucción de un tiempo, de un pasado con esquemas o restos, el poema de iniciación que muere dislocado como la fábula de un destino que nos abandona para que podamos describirlo. Porque si sobre Cabezas, su libro anterior, habíamos afirmado que en él hay conciencia de un fracaso perseguido, cuyo vacío es semilla de otros cuerpos que labran vacíos y también otros cuerpos[6], aquí se nos presenta un universo donde el viaje pierde sentido, y no es el ser quien viaja o dicta, sino las caprichosas maniobras del destino. Por eso, para el poeta, la historia, incluso la filosofía, son un grupo de gestos repetidos, agotados, como quien se empeña en no dejar al otro «respirar», visión procedente de alguien que ya hizo su lectura «absoluta» del contexto, y ve menor o segundona su estirpe, o vil y limitado su linaje.[7] Es como si la idea de la fatalidad geográfica y social, que siempre nos ha acompañado, se abriera en una flor gigante azarosa y pestilente que lo recorre todo, y le fueran dictados paisajes del sinsentido, de la serpiente mordiéndose la cola, que describen al semejante, al lugareño, y por qué no, también al que juzga al lugareño, y a su contrario. Porque el yo lírico, labrado en su paréntesis, se empeña en mirar afuera y describir el descalabro, olvidando por un momento que es parte de su núcleo.[8] Se dibujan enlazadas y quedas maneras de narrar el desaliento, algo así como pasar por las cosas y que las cosas no pasen por uno, o los bruscos desarreglos de una sociedad que no puede variar el ritmo. Aquí se trata de la decrepitud del ansia, del gesto, de los sistemas, inseparable de «la sustancia de los vestigios y la abultada realidad». Contemplar la desdicha en una marcha «industriosa» o «industrial» de los sentidos. O acaso hablar temerariamente de la impotencia.
Pero no es privativo este «descalabro» de su nación de procedencia, pues el exilio también es sutilmente sugerido como espacio fatal o desnaturalizado:
es esta la palude
calculada a beneficio por ingenieros
de bigotes variablemente musso-
linianos
gente que vino de esotra parte
cavó aquí su tumba) recto de pájaros
flor vesical fértil en tirrénicas
playas).[9]
Lo parabólico que anuncia el descalabro es recurrente en este libro, aludiendo tanto el que puede provenir de mecanismos ineficientes en que se manifiestan las «mentes» de la isla o de las repúblicas exsocialistas (lo que es expresado con un lenguaje lleno de sorna)[10] como al eterno «conato» o riel en el vacío que constituye intentar un destino en el exilio. Pudiéramos apuntar que no se priva este cuaderno de lo que en narrativa se llama irrupción del punto de vista, descubriendo, con ironía y absurdo, personajes y situaciones de dichas repúblicas, y de varios poemas de amor, nacidos como flores de pantano en tiempos donde nada permanece o alienta seguro, y el cinismo es parte inevitable de la estructura de los afectos.[11] En tales circunstancias el amor es concebido como una fe, no como una fidelidad. Entonces la fatalidad aparece como trama, tejida y autotejida, es profunda la naturaleza del hecho involuntario, y la emoción viene a ser un goce intelectual que no puede traspasar su propia cualidad. Por eso creemos que la poesía de Pedro, como la de Sanguinetti, «siempre ha “explicado” más que emocionado y explica o justifica, enfada o provoca, testimonia o revela con la misma acritud e incertidumbre, con el mismo riesgo que utilizan otros artistas de nuestro tiempo».[12]
Semejante caos o desamparo es descrito en un tono que semeja al de los diarios, ya sean personales o de Indias: avanza el poema rescatando una especie de imantada evocación. Percibimos una enunciación que viaja entre la crónica y la carta con alguna que otra ingeniosidad o condicionalidad a lo Sanguinetti[13], que muestra una cercanía del discurso como manera de expresión y comunicación, y también hace gala de cerradas semblanzas o sutiles autorretratos[14], dentro de una escritura seca, engullida, cual mosto de digestión, o expresión en el hueso, en el polvo o vapor de la idea. Si asistimos a lo cínico exacerbado, ¿en dónde se colocan los «ejes» de la mirada? En la evocación amarga que noveliza el fiasco. Y esta atmósfera es tan extendida en el libro que abundan aquellos ejes de su poética o leitmotiv, que van develando sus esencias:
«Pero eso es el derrumbe y podría devenir Metáfora de todo».[15] «Había que bajar rampas, lo que era ya una suerte de anticipo».[16] «Una derrota aplastante, la nuestra».[17] «Demasiado onírico para no ser real».[18] «Pero en este ensayo general del mal gusto puede que nada tenga sentido».[19]
Se observa en toda la obra un regusto por el idioma, por su riqueza y por referentes culturales propios, así como la presencia de las poéticas que le interesa cultivar, proclamando una vez más su carácter auténtico y natural[20], o narra cómo edifica un mundo, un lenguaje, en la aniquilación de otros[21], y cómo hay que perseguir la poesía pese a toda la aridez del limbo a que ha ido a parar el poeta.[22] En el libro hay también un diálogo con alguien que puede ser él mismo, los poetas de la isla, los poetas de otras generaciones, o con la propia poesía.[23]
Vuelve a mostrarse la intención temática del grupo: un interés en lo civil como recurso literario y político, y la discusión sobre lo «cubano», como dijo alguna vez Carlos A. Aguilera, en un estilo, hay que reconocerlo, bien personal y maduro, donde viene a demostrarnos que el pensamiento no tiene fronteras naturales, y que la filosofía es la topología del pensamiento.[24] Su esfuerzo por transmitir un sentido de lo real, como dijo Cohen, a propósito de Larkin, no se distingue del conocimiento de sí mismo.
[1] Pedro Marqués de Armas: Óbitos, Editorial Bokeh, 2015. Este volumen recoge los siguientes cuadernos: Para una lengua muerta (2003- 2006), Eso que soñé grande (2009- 2011), Educación de rigor, virus del Nilo (2012- 2014), Fragmentos de Walker (2007) y Postdata Cubensis.
[2] Ídem, p. 11.
[3] Enrique Saínz: «Algunos poetas jóvenes», en Las palabras en el bosque, Ediciones Unión, La Habana, 2008, pp. 199-200.
[4] Véase, entre otros, el poema «(crónica)», pp. 12-13.
[5] Ver poema «Vi puercos en el agua…», p. 16.
[6] Caridad Atencio: «Una geometría y un abismo», en La Gaceta de Cuba, La Habana, julio-agosto de 2003, p. 59.
[7] La fragilidad e inconsecuencia de la vida queda dibujada también en símbolos criollos, endémicos. Véase el poema «Ananké», p. 40.
[8] En tal sentido véase el poema «W.E (10 y 10)», referido al fotógrafo estadounidense Walter Evans (1903-1975), quien estuvo tres semanas en la Habana durante 1933, e ignorando galanamente las vistas tropicales, retrata sin sentimentalismo la dureza de la realidad social en tono de reportaje documental, que da fundamento a la idea de la parábola en el libro, —lo que se materializa en el cuaderno Fragmentos de Walker, donde la imagen es paso para descomponer la realidad, y no constituirla— y se extiende también a otros «viajeros» que pueden adivinar nuestra «dislocada» o «amarga» filosofía, como el arquetipo del desentendido del mundo, aquí representado en José Jacinto Milanés; el enfermo mental, que ya ve la realidad desnaturalizada —Escobar—; el emigrante chino; Gundlach o varios de los conquistadores, visitantes que vienen con su filosofía, a mirar o entender la nuestra.
[9] «es esta la palude» (p. 15). Véase también en este sentido los poemas «Conato» (p. 46), «en este espacio de captura» (p. 67), «todo un exilio no basta» (p. 74), y «Si te fijas» (p. 77).
[10] Se ridiculizan los regímenes socialistas a través de una representación de su arte y sus cultores.
[11] (…) en este espacio de captura
donde lo sólido se desvanece
lo líquido se torna amianto
te prefiero aliada…
nadie podría calcularte
así (al menos esta vez)
no iría contra tales barrotes
si algo imagino es una playa
(preferiblemente tirrénica)
en la que aún no se doblega
tu encanto…
calma —me digo—
donde asoma burlón
el rabo de la zorra.
(Pedro Marqués: ob. cit., p. 67).
[12] Antonio Colinas: Prólogo a Wirrwarr (de Edoardo Sanguinetti), Visor, Madrid, 1975, p. 10.
[13] No en balde en el libro se le dedica un poema al escritor italiano. Véase «Das Kapital», p. 81.
[14] Véanse los poemas «A poco de la mudanza» (p. 35) y «Síndrome de Marfan» (p. 36).
[15] «Nociones de paternidad», p. 30.
[16] «Pie variable», p. 31.
[17] «Septiembre, 1975».
[18] «Bajo anestesia», p. 41.
[19] «Todo un exilio no basta», p. 74.
[20] Véanse los poemas «tiene amarres» (p. 26), en cierta medida eco del poema de Martí «[Cuentan que antaño]», Obras completas, Edición Crítica, Poesía I, t. 14, Centro de Estudios Martianos, 2007, p. 215; «No trabajo con símbolos» (p. 70) y «Gripe aviar», pp. 78-79.
[21] Véase el poema ya citado «A poco de la mudanza».
[22] Véase el poema «Renania», p. 66.
[23] Sirva de ejemplo los poemas «Pampilhosa» (p. 49), y «2. No hay lector supremo» (p. 119).
[24] Susan Sontag: Renacida. Diarios Tempranos, 1947-1964, Mondadori, Barcelona, 2011, p. 79.
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