En la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana se presentó un texto titulado Ochún camina sola bajo la lluvia, del escritor chileno Luis Eduardo Aguilera.
La novela es una suerte de crónica de viaje, viaje en tren, que según su autor es igual que estar en el cine con el paso fugaz de las imágenes. Este viaje incluye varias regiones de Cuba, comienza con Santiago de Cuba, le sigue Holguín, La Habana desde el Cotorro y una casa en Santa María del Rosario, y La Habana Vieja, todo ello haciendo gala de una expresión de su autor que dice que “las ciudades se leen con los pies”.
Es muy interesante el detallismo con que se describen acontecimientos y paisajes, tanto urbanos como campestres. De Santiago de Cuba el autor describe “las escaleras infinitas que van al cielo o al mar”, convirtiendo la narración en una oda a la arquitectura ecléctica de la ciudad a la vez que nos lleva de la mano por la calle Enramada, por el Cine Teatro Martí, por la Casa de la Trova y luego penetra en los montes que circundan la ciudad, a la que califica como un sueño y le asume la cualidad de ser muy musical.
Luego la acción da un giro y aparece una historia de amor, un intenso amor entre dos jóvenes, una muchacha y un muchacho, algo así como amor a primera vista; él es Ramón y ella es Senia, se conocen, pasean por los bosques aledaños, hay un río, una fuerte escena de amor sin estridencias y muy bien narrada, producto de la cual nace una niña que el autor la reconoce como “la mulatica”.
Es interesante la descripción de la fiesta que los vecinos santiagueros organizan ante el nacimiento de la niña, la cual es descrita con particular nitidez.
Resulta muy estimulante como al inicio de cada capítulo el autor pone como exergo un fragmento de un poema o una narración de un escritor cubano, homenajeando también de esta forma a la literatura de la Isla , así aparecen Eliseo Diego, Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Dulce María Loynaz, Domingo Alfonso, Alejo Carpentier, Miguel Barnet, y otros más.
Siempre aparece el tren, el “tren francés” santiaguero, como un protagonista más de la acción, y ahora son Ramón, Senia, y la niña quienes lo abordan para establecerse en la capital del país, y vuelve la crónica de viaje describiendo paisajes y acontecimientos con un claro acierto narrativo. Ya en el capítulo VI están en La Habana. Hay una descripción inteligente del paisaje urbano capitalino, ahora ubicándose la acción en una realidad pasada, pero aún viva, que quizás suceda a finales de los años cincuenta.
La familia vive en Santa María del Rosario, localidad que tiene una fabulosa historia de ciudad condal, de sublevaciones de esclavos, y cuatro siglos de lucha. La casa donde residen se describe con precisión, es una añeja mansión abandonada y descuidada, pero que todavía conserva su autenticidad.
Quizás algunas palabras que se usan en el texto están fuera del común hablar del cubano, no obstante, la narración se hace entender claramente. Ahora viene un recorrido por tiendas habaneras de la época que vendían objetos religiosos, básicamente de la religión yoruba, y aquí sorprende el conocimiento sobre el tema que posee el autor a pesar de residir en el lejano Chile, lo cual sugiere las muchas visitas que ha hecho a la Isla y su interés por estudiarla a fondo.
Aparecen luego las vecinas del fondo de la vivienda, y la casa de unos practicantes de la santería que residen al lado, quienes también se insertan en la obra con fuerza. Aparece el padre de Senia muy bien armado en la trama, quien al final muere en Holguín. Senia vuela de La Habana a Holguín ante al acontecimiento. Luego, Ramón muere con solo 33 años y entonces viene el final, lleno de originalidad en la acción, hasta el punto de que el hasta ahora narrador omnisciente se convierte en principal protagonista de la acción.
Surge una nueva historia de amor que la distancia interfiere, y entonces la soledad que impone la distancia se deja ver, y hace recordar una frase de la contraportada del libro: “la distancia no es la medida exacta de un viaje, sino la huella que este deja en uno, y la persistencia de sus recuerdos”.
Luis Eduardo Aguilera, autor de este texto, es un escritor chileno que tiene publicado siete títulos, donde aparecen novelas, crónicas y ensayos. Es Secretario General de la Sociedad de Escritores de Chile, y concejal en el municipio La Serena, representando al Partido Comunista de Chile.
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