
Yumurí su verde cola, la bahía con su azul, Moisés, Jacob y Saúl, la Virgen y su corola, todos revierten en sola presencia de la princesa Carilda, su luz no cesa, su luz bendice a Matanzas, sus versos, sus esperanzas con halo de luz nos besa. VLL
El Yumurí con su cola verdísima no es solo valle, sino enramada de himnos que recuerdan a Carilda. Claro que la bahía con su azul semejante a una piedra preciosa inmortaliza a Carilda. Los patriarcas bajan de su carro celeste, Moisés, Jacob y Saúl, y saludan el paso vital no disuelto de la simpar Carilda. Luego la Virgen misma con su corola de plata echa a rodar su mantón amarillo y deja que una de sus candelarias venga a homenajear a Carilda la matancera, pues todo se revierte en el recuerdo de ella, princesa de la Poesía, su luz no cesa, diamante arrebatado por un rayo de sol, obelisco de versos llenos de esperanzas para una vida mejor. Con ese halo de luz nos besa Carilda todavía, ella ya imagen, ya angélica, hada tornada, novia de la bella Matanzas, montaña acostada como una mujer que ahora es ella, el Pan de Matanzas, novia y perfume, vestida de blanco como la reina de la Merced, o de amarillo como la no menos reina de la Caridad, dorada en oro, porque Carilda es oro, pan de oro, poeta por la gracia de Dios, en quien fervientemente ella creía.
Carilda nuestra que estás en los Cielos, nunca se ha ido usted de las calles matanceras, de las calles cubanas, del archipiélago, toda usted o toda tú (como preferías que te llamara) perfume de las flores del trópico, mujer-poesía, aquella que dijo «me desordeno, amor», aquella de versos celestes como el poema tuyo en que pedías socorro a la Poesía: «En esta conjura de los cepos, / de las pinzas; / en este imperio de pústulas, / en esta ronda de la sed y el látigo, / socórreme. // Yo no tengo más que tu espada / y tu consolación. / Yo no tengo más que tu seña y tu libertad. / Baja a mí para los otros». Y la dama Poesía bajó a ti para que la repartieras como si fueras tu misma el Sol, dama de sol, Carilda.
Tenías hasta un nombre fragante, tú, mujer de luz. Por eso supiste qué era de verdad el Amor y lo expresaste honda, corporal, sublimemente frente al Yumurí con su verde cola, valle precioso, pequeño río discreto intentando acrecer a la bahía con su azul, a la bella Matanzas donde Moisés pudo haber recibido la revelación, donde Jacob podría haber visto la escala que conduce al imperio del Cielo, donde Saúl no perdería la razón y profetizaría ante ti sin error de magia, con la certeza de la Virgen envuelta en su corola con mágico donaire, y te verían todos a ti, princesa entre poetas, bendiciendo con tu poesía a la ciudad sin par, con tus versos, tus esperanzas, tus bendiciones versadas, conversadas, siempre con tu beso en flor.
El 27 de junio de 2002 me escribiste en un ejemplar de Error de magia: «Para ti, Virgilio López Lemus, poeta, profesor, crítico, maestro de la delicadeza y el buen juicio, este recuerdo de mi gratitud por tus generosas palabras en el libro, y mi eterno cariño y votos por tu vida y obras», oh, Carilda, maga, gracias. Por eso cuando cruzo sobre las colinas que rodean al Yumurí, es en ti en quien pienso; por eso cuando veo extensa ante mí la espléndida bahía, es en ti a quien añoro; por eso saco de la Biblia a los profetas y a los reyes, y lo hago ahora mismo en tu homenaje. Tus ojos tienen la chispa del verde del valle del Yumurí, el azul de su río, del piélago marino, y la extensión de tu belleza es otro reflejo de tu ciudad privilegiada, Carilda, amiga mía, gracias.
Sale la Virgen con su mantón amarillo, va en procesión blanquísima por las calles de la bonita Matanzas, va con copa y manto rojo, con el azul del traje de lujo y con la flor a la que cantó el misterioso Plácido. Marcha la fantástica procesión por las calles de San Carlos y San Severino mientras los profetas dejan el curso libre Gabriel de la Concepción, a Milanés (a los dos hermanos Milanés), a Heredia montado en un coche al lado de Del Monte, acompañado por don Tomás Gener, quienes saludan al paso a Miguel de Teurbe Tolón, el que agita su sobrero mientras admira al bello negro Manzano, casi abrazado en la luz de la poesía con Félix Tanco, junto a la Avellaneda llegada desde Cárdenas. Y en ese revuelo de dicha poética brillas tú, dama Carilda, poeta del siglo XX, junto al verde extendido del Yumurí y el azul prodigioso de la bahía. Tú lo dijiste: «Cuando mañana se vuelva ayer / no haré del polvo un parentesco: / ¡en el retrato siempre parezco / una mujer!», pero ¿cuántas mujeres como tú, Carilda?
Y así, así pasa el tiempo, pasan las nubes llenas de dibujos y de países fantásticos, de animales fabulosos o de ángeles, pasa el verde y llueve y vuelve a verdecer, pasa un huracán y llena de agua a los puentes. Por la Calzada de Tirry cruza un aguacero y te saluda y te grita: Carilda, Carilda, y el Viento en persona sale a saludarte. Cruza el colmillo suave de una flor de mariposa y un pájaro llamado tocororo lanza su raro canto y su plumaje eterno, pasa rauda una luciérnaga (¿o son tus ojos, Carilda?) y un duende amarillo, y un muchacho lleno de belleza y una joven mujer resplandeciente y todos, todos te saludan, te dicen buenos días, buenas noches, ten buenos sueños, Carilda.
Preciosa, sigues dándonos amor. Abro un libro tuyo y allí de pronto salta la frase: «Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto», tú eres mañana y dices de Matanzas: «te quiero porque me asombro / de tu majestad humilde». Ahora eres tú la Bella Durmiente, la que vivirás mucho más de cien años despierta, pero siempre esperando un beso, la que escucha un eterno danzón perfilado por Faílde, mirando con tus ojos verdísimos a la fragante ciudad y a toda la gala de Cuba. Y es eso, Carilda, refugiada en el misterio que con halo de luz nos besa, hecha parque, plaza, calle, casa, luz, palabra y vida.
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