Aunque compuesto por Perucho Figueredo y estrenado en Bayamo treinta años antes, nuestro Himno Nacional, tal como lo conocemos hoy, se escuchó por primera vez en Guanabacoa el 15 de diciembre de 1898, a las diez de la mañana.
En 1892, a sugerencia de José Martí, que quiso publicar en su periódico Patria la partitura de la pieza que todavía se conocía como «La Bayamesa», el patriota y compositor camagüeyano Emilio Agramonte Piña preparó una versión de la marcha. Agramonte conocía por referencia su letra y su música, como casi todos los independentistas cubanos, las sabía de memoria. A partir de ahí hace determinados cambios para darle al himno más énfasis y marcialidad y elimina el fragmento de «La Marsellesa», que tenía el original de Figueredo.
Años después el compositor y director de banda José Antonio Rodríguez Ferrer avecindado en La Habana, tras recibir de Agramonte la línea melódica, le escribe una introducción marcial, lo orquesta y armoniza. Esa es la versión que se interpretó con motivo de la entrada en Guanabacoa de las tropas mambisas al mando del general Rafael de Cárdenas.
El Himno Nacional es entonces la creación de Figueredo según la instrumentación de Rodríguez Ferrer. Así se reconoce de manera oficial. «Puede decirse que aquella mañana nació el Himno Nacional, tal como lo hemos escuchado los cubanos desde entonces», dice la investigadora Zoila Lapique en Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes 1570-1902 (2010). Y añade:
El desconocimiento que en aquella época había del original del Himno de Bayamo de Pedro Figueredo y las estremecidas notas de la introducción marcial hecha por Rodríguez Ferrer fueron factores que, unidos al estado de ánimo de todo un pueblo, coadyuvaron a que gustara y se difundiera esta última versión entre otras bandas de la ciudad de La Habana…
Pese al arraigo que iba ganando, el Himno de Bayamo no se pudo escuchar en los actos del cambio de soberanía, el 1 de enero de 1899, cuando España traspasó a EE. UU. el mando de la Isla, y no hubo en aquella ceremonia más bandera cubana que la que un patriota anónimo, desde una casa de la calzada de San Lázaro, puso a flotar, sostenida por dos heliógrafos, a una altura inmensa.
Al darlo a conocer en Patria, Martí calificó al «himno patriótico cubano» de «arrebatador y sencillo». Recomendaba: «¡Oigámoslo de pie, y con las cabezas descubiertas¡»
«La Bayamesa»
En 1867 llega a Bayamo una comisión de la Gran Logia de Santiago de Cuba, se quiere organizar la masonería en aquella ciudad y, luego de limar asperezas y superar discrepancias, logra constituirse la logia Redención con Francisco Vicente Aguilera como venerable maestro. Ya para ese entonces se conspiraba en Bayamo, al igual que en otras regiones cubanas. Aguilera, el hombre más rico de Oriente en aquella época, prepara la revolución y Carlos Manuel de Céspedes, dado a los lances de riesgo, aporta su energía vivaz y su resolución.
Entre otros están en la conspiración Francisco Maceo Osorio y el abogado Pedro (Perucho) Figueredo. Como este ha hecho estudios de solfeo y violín y siente afición por la música, Maceo Osorio le pide que componga un himno de guerra. Acepta Figueredo la sugerencia y escribe la pieza que instrumentaría el violinista y director de orquesta Manuel Muñoz Cedeño.
Nuestro futuro Himno Nacional se dejó escuchar por primera vez en la Iglesia mayor de Bayamo, durante un tedeum con motivo de la fiesta del Corpus Christi de 1868. Ese día en el templo está en su sitio de honor el gobernador Julián Udaeta. No demora la primera autoridad local en advertir el espíritu levantisco de aquella melodía, algo así como un llamado a la insurrección, y lo comenta con Muñoz Cedeño. Conversa también con el compositor. «No, no es un himno bélico», le asegura Figueredo.
La conspiración sigue su curso. El 10 de octubre de 1868 Céspedes se alza en armas en su ingenio Demajagua y Perucho Figueredo sigue su ejemplo en su finca Las Mangas. Deciden los insurgentes poner sitio a Bayamo, los españoles se rinden y los libertadores ocupan la ciudad. El pueblo, concentrado en la plaza, pide a gritos a Figueredo que dé la letra del himno que a partir de ahí se conocerá como «La Bayamesa». Apoyado en el lomo de su cabalgadura, escribe Figueredo los versos y la multitud los repite a gritos. Son las dos estrofas que hoy conforman el Himno Nacional. Desde la celda donde lo han encerrado, el gobernador Udaeta escucha; claro que era un himno de guerra.
La versión definitiva
Afirma Zoila Lapique que ya para el 20 de octubre de 1868 Figueredo «había acortado, pulido y reformado» los versos del himno «hasta lograr una composición poética de calidad, acorde con sus propósitos patrióticos». Perucho había escrito uno más largo, de seis estrofas en lugar de las dos actuales. Dejaría solo las dos iniciales. En Cuba y en el exterior fueron adicionados otros fragmentos de manera espuria, aunque de buena fe, o son frutos de deformaciones lógicas del original en su trasmisión clandestina y oral. Escribe la investigadora:
Mas ya era tarde para aceptar rectificaciones poéticas y ni la versión mayor hecha por el propio Figueredo ni las deformadas tuvieron aceptación. El pueblo de Bayamo ya había adoptado definitivamente la versión, conocida en medio del entusiasmo revolucionario, y con ella estaba dispuesto a morir.
Por fortuna para los cubanos, y tal vez para evitar más cambios e imprecisiones, el patriota, poco antes de ser ejecutado, dejó escritos la letra y la línea melódica. Dedica el documento, fechado el 1 de noviembre de 1869, a la señorita Adela Morel, que lo conservó con el mayor celo a fin de evitar que cayera en manos de los españoles. Las cuatro estrofas eliminadas no aparecen, por tanto, en el documento dedicado a Adela Morel. Una de esas estrofas dice:
No temáis; los feroces íberos son cobardes cual todo tirano. No resisten al bravo cubano. Para siempre su imperio cayó.
Pasan los años
El 17 de agosto de 1870, en Santiago de Cuba, a donde fue conducido tras su captura, es fusilado Perucho Figueredo. Tenía 51 años de edad.
Pasan los años. Quiere Martí publicar «La Bayamesa» en su periódico Patria. Lo hace en la edición correspondiente al 2 de septiembre de 1892. Inserta, junto al «himno patriótico cubano», «La Borinqueña» (himno, por tradición, de los puertorriqueños). Escribe el Apóstol: «… mañana no habrá hogar antillano donde no se oigan lo acordes que conservan vivo el fuego patriótico de los hijos de Lares respondiendo a las notas valientes del himno que más de una vez ayudó a triunfar a los hijos de Yara».
El músico camagüeyano Emilio Agramonte desconocía la existencia del manuscrito en poder de Adela Morel. Es un artista de notable formación profesional, reclamado, decía Radamés Giro, como pianista acompañante por los empresarios de los más afamados cantantes líricos de la época y promotor de la fecunda Escuela de Ópera y Oratorio de Nueva York. Su fama, escribe Martí, «honra a Cuba». Martí le confió el trabajo sobre la pieza de Figueredo porque, así lo asevera, creyó que era de los pocos con derecho a poner la mano sobre el himno y porque en su labor no haría gala de arte en la composición, sino de respeto.
José Antonio Rodríguez Ferrer estudió con su padre solfeo, armonía, flauta y clarinete, y violín y composición con otros profesores. Radamés Giro destaca la manera en que combinaba en sus partituras las prácticas armónicas tradicionales con las tendencias de las nuevas escuelas y, muy singularmente, su constante anhelo de desentrañar nuevas formas sonoras dentro de los principios rítmicos y tonales. A él le hace llegar Agramonte su versión del himno de Figueredo publicada en Patria.
¡Ya viene el cortejo!
Concluye el año de 1898 y los mambises se disponen a entrar en La Habana. Guanabacoa es la primera población que organiza el recibimiento triunfal a los libertadores. Los saludan no solo los vecinos de la villa, sino muchísimos habaneros que se trasladan hasta allá para rendirles tributo. Solo por el torniquete de la estación ferroviaria de Luz pasan, hasta el mediodía del 15 de diciembre, cuando entran las tropas mandadas por el general Rafael de Cárdenas.
Hay fiestas, bailes y banquetes, mesas dispuestas como estrellas de cinco puntas. Las calles se adornan con flores y banderas. Entonces la banda Cuba, bajo la conducción del maestro Esteban Rodríguez, acomete los compases de Figueredo y «La bayamesa» comienza a ser el Himno Nacional.
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