En veloz vuelo, sobre un anhelo, pronto Olca Eros dio alcance a los fugitivos. Flotaban, hipnotizados, frente a una interminable cascada de oro. La bruja se acercó y estiró el brazo. Pero no logró agarrarlos. Su mano solo atravesó la nada. Allí estaban sus ojos. Los veía, los sentía latir sobre el aire. No obstante, una extraña neblina le impedía tocarlos. Como una testigo impotente, podía ver y oír lo mismo que sus dos piedras ingrávidas, pero no podía intervenir en la escena. Ya descubriría que, incluso, veía más.
De la cascada brotó un personaje resplandeciente.
–Soy Aurum Nox –se presentó con una brillante sonrisa y ofreció una gigantesca perla a los recién llegados, que flotaban alucinados.
Para los ojos era una silueta dorada y atrayente. Solo la bruja podía ver su verdadera fisonomía. La cabeza era una jaula, de mirada lujuriosa. Las manos agitaban los dedos, que no dejaban de contar. El cuerpo, era un cofre abierto. Un escalofrío recorrió a Olca Eros. Dentro del cajón, pálidos, resecos, un montón de ojos ya velados padecía una agonía interminable. Aurum había bebido sus savias y sus luces.
Las ingrávidas piedras negras apenas distinguían el resplandor que las encandilaba. Tras la perla que se entregaba en engañoso regalo, había un rescoldo sombrío, un colmillo presto a cegarlas para siempre.
Sin embargo, los ojos invocaron deseos, caricias y palabras. Desde esas nostalgias por el ayer llegó también el ansia del futuro. De uno de ellos brotó despacio una lágrima. Los universos se trastocaron, los relojes enloquecieron y la amarilla cascada de pronto aceleró y aceleró su caída hasta evaporarse y desaparecer. La perla se deshizo en polvo que dispersó un viento fiero. De la jaula brotaron miles de pájaros dorados que al contacto con el aire se hacían de carne y vida. El cofre se pudrió y se desarmó en gritos y sombras que huyeron despavoridos.
–No es esto lo que buscamos –pestañearon los ojos y siguieron viaje.
Olca Eros voló tras ellos.
Visitas: 134
Deja un comentario