Hace apenas unos días, se conoció la noticia que la Academia de Ciencias de Cuba aprobó a 22 personalidades de todo el país como Académicos de Honor; dos de ellos, reconocidos intelectuales, compañeros de vida, de investigaciones, y colaboradores de Cubaliteraria desde hace varios años: Olga García Yero y Luis Álvarez Álvarez.
Camagüeyanos de nacimiento, ambos han publicado disímiles libros, han ofrecido conferencias en instituciones cubanas y extranjeras, y han recibido los más altos galardones que otorga el sector de la cultura nacional.
A propósito de su más reciente reconocimiento, Cubaliteraria realizó una entrevista vía correo electrónico a Olga y Luis.
¿Cómo reciben ambos esta noticia?
Siempre es agradable recibir un reconocimiento, y este lo es particularmente por tratarse de un reconocimiento a la labor de la vida. En realidad, tanto o más que la crítica, nuestro trabajo, el de ambos, ya sea en colaboración, ya sea en estudios realizados en autonomía, ha consistido desde nuestra juventud, en la investigación, primero de la literatura nacional, y luego, en un diapasón más amplio y complejo, de la cultura cubana. Buena parte de los libros que hemos publicado ambos, valgan lo que valgan —por cierto que Luis aún tiene un manuscrito que no se ha publicado nunca; él tiene que tratar de convencer a Cubaliteraria de que algún día se anime a publicarlo— se concentran en diversos estudios de la historia cultural de la Isla. No nos sentimos particularmente satisfechos, ninguno de los dos, de lo que hemos escrito. No deja de maravillarnos descubrir que algún que otro escritor, con cuatro o cinco libros en su haber, se regodea en hablar de su OBRA. Detestamos usar este vocablo grandilocuente para referirnos a lo que hayamos escrito. Y porque siempre hemos pensado que cuando se habla de la OBRA, es porque se refiere uno a la de José Martí, a la de José Lezama Lima, a la de Alejo Carpentier y otros, incluso contemporáneos. Nuestro entusiasmo con una investigación se presenta mientras la realizamos: una vez publicada, como que nos damos cuenta de cuánto ha faltado, de qué inseguros nos deja. Creemos, sin embargo, que esa falta de seguridad ante el trabajo «terminado» es la esencia de cualquier investigación, en particular la que se ocupa de la cultura. Es como si, al llegar a la última habitación del laberinto, uno descubriera que todavía falta al menos una puerta por abrir, una llamada, inquietante, a otro estudio más. Puede ser muy agotador, en realidad, pero creemos que ese sentido de las propias limitaciones, de las carencias de uno mismo, y, sobre todo, ese sentido de que uno no es más que uno obrero, entre otros muchos, en la búsqueda de la verdad, mantienen a los investigadores reales lejos de la autocomplacencia y, sobre todo, del autoengaño. Hemos tenido el privilegio, también, de trabajar siempre juntos. Hay incluso creencias ocultistas, que no compartimos, sobre que cuando una pareja se combina para trabajar, genera una energía especial. No creemos en eso. En las parejas, sí, por supuesto. Rechazar esa idea, de una comunión de dos, es lo más estéril que cabe imaginar.
También tiene un costado menos tranquilizador, porque de alguna manera, sin palabras, parecen sugerirle a uno que se le está acabando la vida —memento mori, decían los latinos antiguos y todas las culturas con sentido trascendente: no se puede ignorar la muerte y menos cuando se encuentra uno con personas que, en verdad, están muertas en vida—. Así que lo más sano, ante estos reconocimientos a toda el trabajo de la vida, es sacudir la cabeza ante lo pensamientos ominosos y tratar de darle impulso al trabajo para no pensar en premoniciones deprimentes.
Hace poco más de un año Cuba se mantiene bajo el azote de la pandemia provocada por el coronavirus, ¿cómo han trabajado en medio de esta situación?
Es curioso cómo uno se ha pasado la vida entera añorando tener un tiempo absoluto, total, para el trabajo intelectual. Y ahora que llevamos meses, muchos meses, encerrados, sin salir, en lo que nos ha ayudado la generosa colaboración de amigos y, también, seguramente, de instituciones como la Universidad de Camagüey, el Centro Provincial del Libro y otras áreas de Cultura o la filial de la Universidad de las Artes en Camagüey, etc., porque no hay espacio para mencionarlas todas, ni nuestra gratitud a ellas, y nunca hemos tenido tantas dificultades para concentrarnos. Tiene que ver también con que uno no puede estar ajeno a la situación particular que atraviesa Cuba ni, desde luego, el resto del mundo, en particular América Latina. No vamos a detenernos en calificar la gravedad de los hechos para todo el planeta: cualquiera, con un mínimo de conciencia humana en general no puede estar al margen del minuto presente. Aunque los haya, desde luego, lamentablemente.
No, no nos está siendo fácil. Pero hemos hecho de tripas corazón para seguir adelante. Es la única manera. Es la única respuesta posible, por sentido de la supervivencia y, también, cómo no, por elemental dignidad.
¿Cuáles son sus proyectos futuros?
Estamos terminando, juntos, una investigación que, en realidad, comenzó hace unos cuantos años, para caracterizar, en la medida de nuestras fuerzas, el amplísimo y profundo pensamiento de José Martí sobre la cultura nacional, pero también latinoamericana. Si bien publicamos hace tiempo aspectos parciales de este estudio —tal vez el más complejo que ambos hayamos abordado nunca—, solo desde hace un año, coincidiendo con el estallido de la pandemia, se nos proporcionó contar con la bibliografía necesaria, de modo que hemos replanteado una serie de cuestiones y, sobre todo, a partir de una crítica que nuestra primera publicación sobre el tema recibió, con justicia, estamos contextualizando el pensamiento martiano sobre la cuestión mencionada en el marco de la reflexión cultural de la América Latina. Ha sido impresionante descubrir cómo en nuestra América se puede hablar al menos de una reflexión de carácter antropológico-cultural —aún sin un carácter científico contemporáneo, tal como este ha sido entendido en la Modernidad— desde el siglo XVI, en que una serie de cronistas y escritores se sintieron impulsados a meditar sobre la vida cultural de lo que era ya el imperio colonial hispánico y antes el mundo amerindio. Fue un impacto descubrir que hombres como Cieza de León anticiparon, en sus meditaciones escritas, mucho de lo que hoy consideramos como antropología cultural. Rescatar esos antecedentes es muy importante, porque todavía somos portadores, de modo consciente o no, de un eurocentrismo asfixiante, que, como en su día avizoró Martí, nos hacen menospreciar nuestro vino para deleitarnos solo con los aportes, sin duda importantes, de lo que hoy llamamos, no sin cierta autodiscriminación implícita, el Primer Mundo.
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