En su relación con las letras y lo que se desprende de ellas, a Olga Montes Barrios le gusta definirse como una hacedora de historias, ahí, dice la autora artemiseña, está la esencia de lo que es, aunque a veces escriba narrativa, teatro o guiones audiovisuales.
Ahora su novela El celular encantado ganó el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2020, en la modalidad de literatura para niños y jóvenes; y Olga ve cumplida una de sus pretensiones: publicar en Capiro (editorial de la provincia) es algo que siempre quiso, asegura, y esta fue una oportunidad para intentarlo.
El texto en cuestión, comenta Olga, cuenta la historia de una niña —incomprendida en su casa, víctima de bullying en la escuela— que, un buen día, encuentra un celular encantado, con el cual ella logra establecer una empatía, y de esta manera, compensar sus carencias afectivas, vengarse de aquellos que, en algún momento, la victimizaron, a riesgo de volverse emocionalmente dependiente de este «mejor amigo» y perder su propia identidad.
La motivación principal de esta historia: la realidad cada vez más patente de las nuevas tecnologías —y el teléfono móvil como su objeto representativo— que han venido a ocupar un lugar protagónico en la cotidianidad de la mayoría de las personas. Que los niños, los adolescentes y los jóvenes no están ajenos a este fenómeno —muchas veces sin la adecuada supervisión de un adulto—, al punto de convertirse en los más vulnerables de sufrir sus efectos nocivos y con esto, se refiere la autora, a la falta de privacidad, la depresión, la enajenación, vivir una realidad-otra, establecer contacto con todo tipo de personas, incluso las inescrupulosas, ser víctimas de acoso…
Aclaro que no estoy en contra del desarrollo ni de los beneficios que las nuevas tecnologías reportan, al contrario, pero lo que sí me resulta alarmante es que el uso excesivo de estas tecnologías, en edades tempranas, pueda llegar a ser adictivo, perjudicial para la comunicación entre los seres humanos, que pueda atentar contra la autoestima o ser utilizadas como medio de agresión o de abuso, sobre todo para la infancia y eso sí ya me provoca una inquietud, por tanto tenía que escribir al respecto.
Hablarles a los niños es para Olga una forma de saldar una especie de deuda personal con esta etapa de la vida, de establecer una comunicación con la niña que fue o quizás siga siendo, sin importar los años de vida que haya cumplido hasta la fecha.
Yo lo disfruto mucho, me divierto, aunque los temas que trato a veces sean algo polémicos. Es como jugar a cambiar el mundo, a mi manera. Además, los niños son muy inteligentes, y sinceros, te dicen lo que piensan, si les gusta el libro lo dicen y si no, también. Para mí no hay satisfacción mayor que la de encontrarme con un niño y que diga «me leí tu libro y me gustó». Que un niño o niña, lea un libro que yo escribí, lo entienda y se identifique con la historia, es ya el mayor de los premios. No hace falta más.
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