La literatura caribeña escrita por mujeres no es lo suficientemente conocida en Cuba. Es el caso de la escritora puertorriqueña Olga Nolla a la cual nunca se le ha publicado en nuestra Isla. Dueña de una sólida prosa tanto como de una importante producción está dentro de esa cartografía literaria que forma el mosaico de la escritura femenina del Caribe. En 1996 esta autora publicó bajo el sello Alfaguara un interesante texto donde mito, historia, identidad unidos a la diversidad de puntos de vista del narrador se unen a fin de proponer una relectura de la hispanidad regional desde la historia política y cultural de su Puerto Rico natal. La autora toma como pretexto la figura del Adelantado Juan Ponce de León y con él recorre un importante segmento de la historia que va desde la conquista y civilización hasta la invasión norteamericana a la isla a fines del siglo XIX.
Olga Nolla no se mueve en los meros perfiles de la novela histórica, sino que como su antecesora Gertrudis Gómez de Avellaneda, que fue la iniciadora de este género en América, alcanza a momentos en que la ficción se presenta, incluso, desde una perspectiva mágica y mitológica. Juan Ponce de León lleva consigo ese contrapunteo dialógico entre la vieja España y el mundo nuevo que aparece ante él.
Otra importante arista de esta novela es la visión antropológica con la cual la Nolla trabajó los elementos identitarios de sus personajes. No solo la identidad individual y sicológica de aquellos que descienden del Adelantado, sino aquellos mecanismos de persistencia de una memoria cultural cada vez más lejana. Para buena parte de estos colonos España acaba convirtiéndose en un espacio lejano para el cual solo queda el recuerdo y una vaga añoranza que comienza a diluirse.
¿Papá va a regresar a España?
¿Te irás tú con él madre?Era el pavor del abandono, tan arraigado en los niños, que aguijoneaba sus delicados cuerpecitos. Y María no sabía qué responder, porque ella no recordaba a España; se había criado en La Española y Don Juan nunca había llevado a sus hijas consigo cuando viajó a la península. Ella no se sentía de allá, no había pedazo alguno de su vida por aquellos parajes, su padre hablaba poco de su infancia por la tierra de San Tervás del Campo. […] Y Doña Leonor no era, tampoco, una contadora de historias familiares; lo que recordaba, que mucho debió ser lo que guardaba para sí, y era de sobra conocido que prefería vivir en Las Indias a vivir en la península. De modo que España era para María el lugar de donde vinieron sus padres y donde vivía el rey Carlos.1
Todo esto trae como consecuencia que cada uno de los personajes construya su propio pasado y lo esgrima según sus intereses. Por supuesto, tal mecanismo los aleja de su auténtico tronco familiar. Es como el espejo lacaniano porque va a reflejar las diferentes imágenes que devuelve un proceso histórico de identificación, de búsqueda, de diversidad de respuestas que solo pueden darse a través de la palabra escrita u oral. Es como si la palabra viviese bajo sospecha por lo cual necesita de una reescritura.
La novela de Olga Nolla es un imantador espacio para la aventura del conocimiento y de la interpretación. La narradora alcanza en este texto una valía artística incuestionable. Vale la pena, pues, conocer su obra como parte indiscutible de este enorme Caribe diverso y multicultural.
Notas:
1- Olga Nolla: El castillo de la memoria. Ed. Alfaguara, México, 1996, p. 160.
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