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Dante Alighieri, bautizado Durante di Alighiero degli Alighieri (Florencia, c. 29 de mayo de 1265-Rávena, 14 de septiembre de 1321), poeta italiano, conocido por escribir la Divina comedia, una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista y una de las cumbres de la literatura universal. Dante es considerado por muchos como el más alto escritor de la literatura universal. Hoy le rendimos homenaje con algunos poemas extraídos de su Vida nueva, en la traducción del poeta cubano Jesús David Curbelo.
A toda alma cautiva y gentil pecho,
a cuya audiencia va el decir presente,
para que de él su parecer escriban,
salud en nombre de su dueño, Amor.
Casi terciadas eran ya las horas
del tiempo en que ilumina toda estrella,
y apareciome Amor súbitamente,
cuya esencia evocar me causa horror.
Alegre parecía Amor, teniendo
mi corazón en mano, y en los brazos
mi dama envuelta en un paño, dormida.
La despertó, y el corazón ardiente
ella, medrosa, humilde lo pacía:
después de esto lo vi marchar, llorando.
**
Vosotros que de Amor pasáis la vía,
deteneos y mirad,
si existe algún dolor cual el mío rudo,
os ruego que en oírme consintáis,
e imaginad después
si no soy del tormento albergue y clave.
Amor, no ya por mi escasa bondad,
sino por su nobleza,
vida me permitió tan dulce y suave,
que escuchaba a menudo tras de mí:
«Dios, ¿por cuál dignidad
tiene este el corazón así de alegre?»
Ahora perdí todo el atrevimiento
que antes procedió de mi tesoro;
y me quedo tan pobre
que incluso de decir yo tengo miedo.
Así, queriendo hacer como hacen otros
que por vergüenza ocultan su miseria,
muestro afuera alegría,
mientras por dentro me consumo y lloro.
**
Cabalgando anteayer por un camino,
grave porque el marchar me disgustaba,
encontré a Amor en medio de la vía,
de peregrino en hábito ligero.
Me pareció mezquino su semblante,
cual si hubiese perdido poderío;
venía suspirando pesaroso,
para no ver la gente, cabizbajo.
Cuando me vio, llamome por mi nombre,
y dijo: «Vengo del lejano sitio
do estaba el corazón por mi deseo;
y lo llevo a servir a un placer nuevo».
Entonces tomé de él parte tan grande
que desapareció, y no supe cómo.
**
Balada, quiero que halles al Amor,
y con él te presentes a mi dama,
para que mi disculpa tú le cantes,
y, ante ella, la defienda el señor mío.
Tú vas, balada, así, tan cortésmente,
que aun sin compañía
deberías atreverte en todas partes;
mas si quieres andar sobre seguro,
encuentra a Amor primero,
que quizá no sea bueno andar sin él;
pues aquella que debe de escucharte,
según creo, irritada está conmigo:
si no fueses tú de él acompañada,
fácilmente te haría deshonor.
Con dulce son, cuando tú estés con él,
pronuncia estas palabras,
luego que obtengas tal misericordia:
«Señora, quien a mí ante vos me manda,
cuando os plazca, desea,
si tiene excusa, que de mí la oigáis.
Aquí está Amor, que por vuestra belleza
lo hace, a voluntad, cambiar de aspecto:
así, si le obligó a mirar a otra,
pensad que el corazón no le mudó».
«Mi dama», di, «su corazón ha estado
con una fe tan firme,
que en serviros ha puesto el pensamiento:
pronto fue vuestro y nunca se ha entibiado».
Si acaso no te cree,
di que pregunte a Amor, que bien lo sabe;
y, ya al final, hazle un humilde ruego:
si quizá el perdonarme le disgusta,
que me ordene morir con un mensaje,
y verá obedecer a un servidor.
Y di a quien es de la piedad la clave,
antes que se retire,
que él le sabrá contar mi buen motivo:
«Por gracia de una música tan leve
permanece con ella,
y de tu siervo lo que quieras dile;
y si ella por tu ruego le perdona
haz que un bello semblante paz le anuncie».
Gentil balada mía, cuando quieras,
muévete adónde honor alcanzarás.
**
Con otras damas os burláis de mí,
y no pensáis, señora, qué provoca
que yo os parezca cosa tan extraña
cuando contemplo la belleza vuestra.
Si lo supieseis no podría Piedad
tener en contra mía la usual prueba,
pues Amor, cuando me halla junto a vos,
toma osadía y tanta certidumbre,
que hiere a mis espíritus medrosos,
a unos los mata, a otros los expulsa,
con tal de quedar solo para veros:
por dicha causa es que me transfiguro,
pero no tanto que escuchar no pueda
los ayes tristes de los expulsados.
**
Damas que habéis de amor entendimiento,
hablaros quiero de la dama mía,
no porque su alabanza agotar crea,
sino por desahogar así mi mente.
Digo que cuando pienso en su valor,
Amor tan dulce se me hace sentir,
que si la audacia entonces no perdiera,
haría hablando enamorar la gente.
Y yo no quiero hablar jamás tan alto,
que luego por temor devenga en vil,
sino que trataré su noble estado,
por respeto de ella, muy ligero,
enamoradas damas, con vosotras,
porque no es cosa para hablar con otros.
Un ángel clama al célico intelecto
y le dice: «Señor, se ve en el mundo
maravilla en el acto que procede
de un alma cuya luz hasta aquí brilla».
El cielo, que no tiene otro defecto
que no tenerla, a su señor la pide,
y cada santo implora esa merced.
Solo Piedad defiende nuestra parte,
y exclama Dios, que de mi dama entiende:
«Dilectos míos, soportad en paz
que esa esperanza esté cuanto me plazca
donde hay alguno que perderla espera,
y dirá en el infierno: Oh, mal nacidos,
la esperanza yo vi de los beatos».
Mi dama es en el cielo deseada:
quiero haceros saber de su virtud.
Digo que quien gentil parecer quiera,
vaya con ella, que al andar las calles,
Amor arroja en pechos viles hielo,
que a sus vilezas las congela y mata;
y quien mirarla soportar pudiera,
devendría en noble cosa, o moriría.
Y cuando encuentra alguno que sea digno
de mirarla, ese prueba su virtud,
pues lo dado por ella en salud múdase,
y en humildad que toda ofensa olvida.
Mas aun Dios mayor gracia le ha cedido:
mal no puede morir el que le ha hablado.
Dice de ella el Amor: «Cosa mortal,
¿cómo ser puede tan hermosa y pura?»
Luego la mira, y jura entre sí mismo
que Dios allí intentó hacer forma nueva.
El color de las perlas tiene casi,
cual conviene a una dama, con mesura;
cuanto bien puede hacer naturaleza;
y la beldad se prueba con su ejemplo.
De sus ojos, según ella los mueva,
espíritus de amor ardientes brotan,
que el ojo hieren de quien la distingue,
y lo atraviesan hasta el corazón:
vosotras veis a Amor en ese rostro,
donde ninguno puede mirar fijo.
Canción, yo sé que tú irás hablando
a muchas damas, cuando yo te lance.
Mas te aconsejo, porque te he educado,
cual hija del Amor, sencilla y joven,
que donde vayas suplicando digas:
«Enseñadme el camino, soy enviada
a aquella en cuyo laude me adornaron».
Y si andar no pretendes como vana,
no te detengas donde gentes viles;
hazte, si puedes, solo muy evidente
a damas y varones tan galantes
que a ella te mandarán por pronta vía.
Encontrarás a Amor al lado de ella,
recomiéndame a él, tal como debes.
**
Tan gentil, tan honesta les parece
la dama mía a aquellos que saluda,
que la lengua, temblando, queda muda,
y a mirarla los ojos no se atreven.
Ella se va, oyéndose alabar,
benignamente de humildad vestida;
parece que del cielo sea venida
a un milagro en la tierra demostrar.
Muéstrase tan graciosa a quien la mira
que da, al mirarla, al corazón dulzor
que no puede entender quien no lo prueba:
de sus labios parece que se mueva
un delicado espíritu de amor,
que va diciendo al ánima: «Suspira».
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