Entrevistando al poeta y editor Yamil Díaz Gómez
Si los traductores otorgáramos un premio a quien mejor defienda nuestro oficio sin ejercerlo, Yamil estaría entre los finalistas. A su cargo estuvieron la concepción del número 21 de la revista Amnios, así como la selección y edición de los textos en ella incluidos. Este número, un lujo para la traducción y los traductores, pudiera llevar como subtítulo «Otro festín de poesía», recordando el de Samuel Feijoo, de quien se incluyen aquí varias versiones poéticas.
Entre los libros del poeta villaclareño Yamil Díaz Gómez (Santa Clara, 1971) están Mi pan rebano en solitaria mesa. Diez sonetos martianos (Santa Clara, 2019) y Los libros que a diario (Santa Clara, 2020, crítica). Yamil ha trabajado como editor en la Editorial Capiro y la revista Signos, y ha accedido gentilmente a contestarnos algunas preguntas y comentarios sobre este número de Amnios.
Amnios viene presentando poesía traducida desde sus comienzos; recuerdo que ya en su primer número se publicaron traducciones de Saint John Perse (Lourdes Arencibia, Jesús David Curbelo), Cecília Meireles (Olga Sánchez Guevara) y Theodore Rothko (Manuel García Verdecia). Pero el número 21 está totalmente dedicado a la traducción poética. ¿Cómo surgió esta idea?
La idea de que Amnios dedicara un monográfico a la traducción poética surgió de una manera sencilla e inevitable. El director de la revista, el poeta Alpidio Alonso, en los últimos años ha asumido en paralelo otra tarea, sumamente agotadora, que devora su tiempo. Entonces acudió a un grupo de intelectuales-amigos y les pidió que cada uno imaginara un número. Entre dichas propuestas, se impuso (y aquí me obligas, Olga querida, a hablar en primera persona) el proyecto mío. Era entonces el núcleo de lo que finalmente se concretaría, aunque por el camino se enriqueció con numerosas propuestas del director.
¿Cuál es tu relación con la traducción? ¿Influyeron en esto tus lecturas, los grandes poetas traductores, Borges, Octavio Paz, Tagore?
Por supuesto, influyeron en esto los «grandes poetas traductores»; pero también los «grandes poetas traducidos». Soy, lamentablemente, muy malo para los idiomas. De hecho, en mi trayectoria académica, la única vez que desaprobé un examen fue un examen de Inglés. Pero, como leo poesía desde niño, siento un profundo agradecimiento por quienes me han permitido leer, en la única lengua que conozco, las poesías francesa, inglesa, alemana, etcétera. Siempre me causa frustración cuando no encuentro en los créditos del libro o la publicación periódica el nombre de la persona que me permitió pasar por encima de mi limitación. Es decir: esa cruel subvaloración que han padecido largamente los traductores —y dentro de ellos los del género más difícil— mantiene vivo en mí un deseo reivindicativo que halló cauce cuando Alpidio me convocó a pensar un número de Amnios. Se trataba, a fin de cuentas, de una tribuna que siempre ha dado espacio a la poesía traducida; pero, por esta vez, no se armaría pensando en los poetas del mundo sino en sus traductores.
En principio eres poeta, ¿cuál es tu experiencia como editor de poesía?
Mi experiencia como editor de poesía transcurrió inicialmente en el ámbito de los libros. Un par de meses después de haberme graduado como licenciado en Periodismo, me vi trabajando en la editorial Capiro, de Santa Clara. Ahí me tocó editar originales de casi todos los géneros, incluida la poesía. Creo que el punto culminante de aquella experiencia ocurrió cuando, entre los diez ganadores del Premio Crítica de 1996, se incluyeron dos poemarios que yo había editado: Últimos pasajeros en la nave de Dios, de Carlos Galindo Lena, y Aquí, de Roberto Fernández Retamar. Mis trabajos por encargo para otras editoriales (Abril, Sed de Belleza, Ediciones Obrador) han incluido también tomos de versos. Luego, trabajé unos años en la revista Signos —ese precioso legado que nos dejó Samuel Feijoo—, donde me di el gustazo de acercarme a la poesía popular cubana, a traer de la oralidad a la letra impresa muchas joyas de nuestra lírica.
Este número incluye a traductores cubanos y de otros países: cuéntame sobre el proceso de selección y edición. ¿Cómo fue tu relación editorial con los traductores incluidos?
El número 21 de Amnios incluye a numerosos traductores cubanos: desde Zequeira hasta los de hoy. Con los actuales hemos tenido un diálogo fluido, que comenzó con el pedido de colaboraciones y pasó por que cada uno revisara las pruebas de planas que le correspondían. Pero no somos una revista chovinista. Queríamos que el lector disfrutara de buena poesía bien traducida en otras regiones del mundo, lo que explica la presencia en estas páginas de firmas como las de Borges, Neruda, Coronel Urtecho, Cardenal, Paz, Gelman y el gran poeta español Antonio Gamoneda, quien tuvo la generosidad de entregarnos algunas de las que él llama sus «mudanzas».
Recuerdo que me pediste elegir entre mis textos preferidos. Supongo que sería igual o parecido con los demás colegas, ¿no se te repitió ninguna traducción?
Sucede que teníamos la intención de ayudar a visibilizar a nuestros traductores y traductoras; en el caso de ellas, Cuba las tiene muy buenas y de distintas generaciones. Por supuesto que, si no están todas las que son, por lo menos son todas las que están… Y, bueno, hubo un par de poemas en que contábamos con más de una traducción, de manera que tuvimos que escoger: siempre habrá un margen para el gusto de los editores.
¿Cuánto tiempo te llevó «armar» el número? ¿Dificultades, apoyos, satisfacciones derivadas de este trabajo?
Este número, por su complejidad y su extensión (alcanzó cuatrocientas planas), resultó bastante trabajoso. Llevó casi once meses de faena hasta que lo pudimos declarar listo para imprimir. Dificultades, insatisfacciones: las inevitables: traductores que faltaron, detalles que merecían una última corrección… Pero nada significativo en comparación con el placer de integrarse en un equipo muy consagrado a su labor y el diálogo constante con creadores como Nancy Morejón —figura protagónica de este número que, además, lleva sus ilustraciones— y todos los demás. Y a eso sumémosle la satisfacción última de acariciar un producto poligráfico tan grato a nuestra vista y a nuestra sensibilidad como lectores.
Estoy leyendo la revista. ¡Qué maravilla has logrado! Desde Netzahualcóyotl, pasando por ejemplos de poesía hebrea, griega, africana, rusa, húngara, antillana, de lengua inglesa, alemana, francesa, italiana y portuguesa, hasta llegar a los que has llamado «Nuevos ecos del Rin»… Las bellas ilustraciones de Nancy son siempre oportunas; las traducciones que reuniste tienen una armonía entre sí, forman un cuerpo. Y aquí me surge una nueva pregunta: ¿cómo fue la tarea de organizar el material de que disponías? ¿Cómo conseguiste el equilibrio entre traductores y autores traducidos?
Antes de editar revistas edité libros y me acostumbré a buscarles una dramaturgia, sobre todo a los de poesía. Por eso trato de que mis revistas no sean cajones de sastre. Eso es todo.
Algunas traducciones se agrupan bajo títulos dados por sus autores («Mudanzas» de Gamoneda, «Com/Posiciones» de Gelman, «Festín de poesía» de Samuel Feijóo, «Por la senda de Judas» de Jesús David Curbelo), pero muchas otras fueron agrupadas por el editor, o sea tú, bajo títulos como Afrodita divina» para la poesía griega, que incluye las versiones de Píndaro por Laura Mestre; «Una rosa de Francia» para la poesía francófona, o «Perfume de mujer» para una miscelánea poética vertida por traductoras cubanas. Háblame sobre lo que pudiéramos llamar «la magia de los nombres».
La magia de los nombres está en la fuerza aglutinadora de sentido: retratar algo con un mínimo de palabras. Muchas veces un verso o frase suelta contiene el espíritu, la esencia de un manojo de textos. Pero si el editor no da con algo así, tiene que acudir a la imaginación… Encontrarás, Olga, en Amnios 21, una larga muestra de poesía norteamericana traducida por Cardenal y Coronel Urtecho. Le puse «Gasolinera», como un poema de Elizabeth Bishop. Resulta que Cardenal acuñó el término exteriorismo precisamente porque encontró en la lírica estadounidense una abundancia objetual, un interés por el mundo exterior y concreto. Yo no concibo un «objeto» más típico de los Estados Unidos que una gasolinera; por eso me quedé con ese nombre. En el caso de «Borges de vuelta y vuelta», fue un título de mi cosecha: teníamos al gran poeta en su doble función de traductor y traducido; me pareció que llamarle así a su parte no estaría lejos del estilo mordaz del propio Borges.
El auténtico festín de poesía que es Amnios 21 se completa con varias reseñas de libros traducidos, y una entrevista múltiple que da voz a cinco traductores, quienes responden a preguntas sobre conceptos como fidelidad y autonomía en la traducción, detalles en sus procesos de trabajo y visibilidad de los traductores en Cuba.
Ahora solo me queda agradecer a Yamil por responder a mis preguntas, y por su labor en este número de Amnios, cuya lectura recomiendo a todos los interesados en la poesía y la traducción.
Muchas gracias.
(Texto leído en el Encuentro de traductores y editores, en la FILH 2022)
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