Pablo Hernández vivió modestamente durante 76 años. Habanero y no muy conocido hoy día, murió el 19 de septiembre de 1919, hace pues un siglo y un lustro.
Max Henríquez Ureña —crítico exigente— lo definió como «un romántico retardado». Y no es de extrañar tal calificativo, porque otro de sus contemporáneos, José Manuel Carbonell, apunta de Hernández que «más que con la pluma escribía con el corazón», porque, se asegura, se le humedecían los ojos al escribir sus composiciones, lo cual no deja de ser conmovedor, aunque no siempre sea la mejor manera de acercarnos a la página en blanco.
Pablo asistió desde joven al Ateneo capitalino y allí departió entre colegas que seguramente escucharon sus versos y le comentaron sus opiniones.
En 1872 —tenía entonces 29 años— colaboró en un semanario habanero llamado La Guirnalda; hacia 1885 presidió la Sección de Instrucción de la Caridad del Cerro y dos años después se le distinguió como vocal de la Sección de Literatura del Círculo Habanero.
Denota lo anterior que Pablo Hernández gozaba del reconocimiento de sus contemporáneos y que era la suya una presencia asidua en los círculos literarios de la capital, lo cual le abría las puertas a varias de las publicaciones que ilustraban el panorama cultural de La Habana.
El Almendares, El Aguinaldo Habanero, La Habana Elegante, El Fígaro y El Pitcher, que como otras revistas incluía secciones sobre sports (así se llamaba a los deportes), recogen las composiciones de Hernández, caracterizadas por la ternura y la emoción.
«Acuarela», cuyo fragmento reproducimos, nos revela al autor con los rasgos identificativos de su modo de escribir:
La pobre choza, como arrullada, bajo las cepas del platanal; junto al arroyo, por la cañada, los naranjales del cafetal. Al fondo, el bosque con su follaje de exuberante vegetación; en lontananza, blanco celaje, como el ensueño de una ilusión…
De poesía, Hernández publicó dos libros: Idilios, prologado por Rafael Fernández de Castro, en 1885, y Primaverales, prologado por Rafael Montoro, en 1892. En su bibliografía se incluye, además, el monólogo en verso titulado La comunión, que se publicó en 1885.
Al igual que otros autores de su época, Hernández escribió a la libertad, tema de la más memorable de sus composiciones: Canto a Polonia. También dejó algunas piezas teatrales que poco incorporaron a su relativa notoriedad.
Trabajó, sucesivamente, en el Archivo Nacional, en la Biblioteca Nacional de entonces, así como en las oficinas de la Secretaría de Instrucción y Bellas Artes. Después regresó de nuevo al Archivo Nacional, en cuya Sección Judicial se desempeñaba al morir.
Nacido el 26 de octubre de 1843, Pablo Hernández es merecedor de nuestro sencillo tributo en estas páginas digitales de CubaLiteraria.
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