Durante los días estivales es sano leer o releer esos libros que nos entretienen y nos hacen sonreír y hasta reír a carcajadas, gracias al enfoque optimista y alegre de su tema, y a su bien armada estructura dramatúrgica, que nos desliza suavemente de principio a fin a través del placer de la buena lectura. Es por ello que hoy invito a acercarnos a uno de estos textos, muy gustado ya por varias generaciones de lectores.
Su autor es Gumersindo Pacheco, nacido en Cabaiguán, en el centro de Cuba, en 1956. Su expresión literaria se caracteriza por un humor campechano y una alegría contagiosa que se refleja en las creaciones entregadas a los adolescentes de su tierra; ya numerosas.
Pero la saga más conocida y gustada de este creador es el dueto integrado por los relatos María Virginia y yo en la luna de Valencia, novela publicada en Cuba bajo el título de María Virginia, mi amor; la cual había sido premio El Caimán Barbudo en 1990 y Mención en 1997 del prestigioso premio Fundalectura; y este que les comento hoy en específico: María Virginia está de vacaciones, Premio Casa de las Américas en 1994, y Premio de la Crítica y La Rosa Blanca un año después. Ambas obras se han vuelto a publicar dentro de la colección Veintiuno por la editorial Gente Nueva, en 2009 y 2010, respectivamente, y juntas en 2019 por la editorial Capiro de Villa Clara, bajo el título María Virginia y yo.
La primera de ellas narra el mundo alocado de la enseñanza secundaria de un jovencito que trama escapadas, travesuras y enfrentamientos diversos; ya sea con sus familiares, sus maestros o los condiscípulos de una típica escuela cubana. Experimenta sus primeros amores platónicos hacia una profesora, es descubierto y burlado; vuelve a enamorarse de sus coetáneas y comparte todos los sucesos que podrían vivirse a esas edades; mas siempre con un matiz de humor que hace al lector no sólo recordar sus propias experiencias y apreciar una buena escritura, sino además desternillarse de risa con cada reacción del ocurrente protagonista, de nombre Ricardo Armas Salteador, quien según investiga él mismo, desciende de piratas y bandidos desfloradores de doncellas, de ahí sus camorreros apellidos.
La segunda parte, María Virginia está de vacaciones, nos trae de nuevo a este adolescente enamoradizo que le escribe una carta a su amor, cuyo apellido: López de Vega, homenajea al bardo del Siglo de Oro español: una joven de ojos «catastróficos» que lo hacen tambalearse y hacer cualquier cantidad de tonterías sin poder controlarse, cada vez que los mira. La familia se la ha llevado a la habanera playa de Guanabo por vacaciones, provocando en su Romeo una desesperación angustiosa que, a la vez, lo envalentona. Él deberá alcanzarla para declararle sus sentimientos, entregándole la misiva que tanto le ha costado redactar, para lo cual involucra primero a su abuela, que había amado a un piloto francés y le regala una carta de época; a su padre, que le ofrece un borrador burocrático oficial; y a un vecino viejito, medio poeta, que lo satura de cortesías empalagosas. En todo el trayecto hacia su meta, Ricardo contará con la inestimable ayuda de Mariano Jesusón, su fiel amigo de correrías, y el autor hará gala del humor, la ironía y una interpretación peculiar del mundo adulto por parte de ambos.
En esta obra es muy claro el paralelismo, no sólo con la tragedia de Romeo y Julieta, de William Shakespeare (no adelantaré los sucesos de los últimos tragicómicos capítulos), sino también con el caballero andante Don Quijote de la Mancha, su dama ideal Dulcinea del Toboso y su escudero Sancho Panza, creados por Miguel de Cervantes. Como ellos, estos amigos caminarán largas distancias, recorrerán tramos en camiones y otros medios de transporte, se colarán en eventos culturales, cruzarán ríos, ganarán camaradas y se buscarán malas caras también.
Pacheco es muy amigo del empleo de cubanismos y regionalismos. Sumados a su estilo espontáneo y directo, mezcla además vocablos del habla culta con lo más metafórico de la popular local o nacional, y con ello logra llevarnos a la cúspide de la hilaridad. Así, la muy particular Mandarina es una guagua, que es otro cubanismo para identificar a un transporte colectivo, y no una fruta cítrica, como se sabe. En vez de playwood, dice pleibo; sin contar las variedades de palabras soeces, típicas de los adolescentes, quienes emplean la coprolalia como un reto y un desafío al respetable mundo adulto, aparentes paladines del buen decir. Francamente cómicas son las discusiones entre los amigos por causa de confusiones, malos entendidos y enamoramientos repentinos que provocan encuentros y desencuentros constantes a lo largo de la aventura:
«- Yo sabía que tú eras un sujeto atravesado y filatélico, que le quita la razón a un amigo para apoyar a otro filatélico desconocido en un acto de guataquería de la más baja calaña; sabía que eras un individuo metido en todo aquello que no le importa, cabezón y monocorde, sin el más elemental poder de decisión propia…»
Varios vocablos y frases ingeniosas se repiten en los discursos de los dos personajes, justo como hacen los adolescentes cuando acaban de descubrir un significado nuevo y quieren emplearlo en cualquier situación, a la primera oportunidad que se les presenta, de manera más que creativa y graciosa; a veces, incluso, incorrecta. Este elemento de identificación estética y psicológica con las edades a las cuales va dirigido el texto, hace un blanco perfecto en los lectores, sobre todo por la elaboración tan natural y realista de los parlamentos. Tan vívidas representaciones, sumadas a la fluidez de la diégesis, hace del libro un vehículo ideal para conocer Cuba, su gente y su verano, desde una perspectiva muy cercana.
Desde el punto de vista de su estructura, la novela se divide en dos libros y la «Carta a María Virginia», que es la guinda del pastel. La primera parte se nombra «El libro de Ricardo» y consta de catorce capítulos que nombran cada tramo de la aventura, narrada con la voz del protagonista en primera persona del singular. Luego está el libro de Mariano Jesusón, titulado «Yo también deseaba…», apenas el modesto aporte al cierre de un trayecto que ha descrito buenamente el Romeo quijotesco, y cuyo final el coprotagónico amigo fiel trata de arreglar de la mejor manera posible. La carta es la razón de todo lo escrito en las páginas anteriores, y por ello cierra con broche de oro estas letras, superando todas las expectativas por su originalidad, comicidad y la atrevida subversión semántica que logra el autor al recontextualizar códigos esquematizados por el uso repetitivo y mediocre del lenguaje; contra todo pronóstico que podamos haber imaginado.
Publicado dentro de la Colección Veintiuno en 2010, el volumen cuenta con la edición de Josefa Quintana Montiel. El diseño de cubierta y la composición de Nydia Fernández Pérez, así como las ilustraciones de Yailín Pérez Samora, siguen las pautas del diseño de la colección creado por María Elena Cicard Quintana, basado en fondo blanco o neutro simple tras figura compleja y colorida, que esta vez presenta a la adolescente bajo una sombrilla esperando por su amor ausente, sobre la arena de la playa.
Disfrutemos del verano con María Virginia está de vacaciones, de Gumersindo Pacheco, para que la risa inteligente y traviesa que provoca nos llene de regocijo una vez más.
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