Cuando se ha leído un libro como Tratado del nô de Ernesto García Alfonso, hay que decir que no son pocas las ideas que revolotean por nuestra mente en consonancia con los derroteros actuales por los que surcan la muy llamada poesía de hoy, la que se produce en Cuba. Tratado del nôes un libro que se lee como se afronta un desafío. El libro fue publicado por la colección de «Poesía» derivada del premio Pinos Nuevos de la editorial Letras Cubanas.
«Tratado del Nô», «(Ex)perimental», «Variante negra de Willendorf», «Versus», «Milizja» y «Madurex», constituyen las seis secciones en que se divide el libro del nô, perdón, quise decir, el Tratado. ¿Un libro donde se concentra un grupo de tratados? O, ¿un tratado donde se concentran varios libros? ¿La poesía que se nos propone pretende establecer conexiones con el teatro nô? En verdad, queda por ver.
En tiempos de pluralidad de voces, de multiplicidad de discursos y tendencias, hay que decir que no es difícil encontrar casi de todo, como en la viña del señor. Alguien que va pasando por ser una de las voces más autorizadas de las letras nacionales, acaba de mostrar su dedo ¿acusador casi? sobre esa especie de «implosión lírica» (así lo llama él) que se anda sucediendo al interior del poema en las más recientes generaciones. Manzano, me refiero, claro está, a Roberto, acaba de decir: «….algunos sondeos estéticos se encuentran penetrando cada vez más hacia zonas de implosión lírica, a veces obnubilados por el deseo de marcar la diferencia a toda costa…».[1]
No pienso que deje de ser estimulante que podamos contrastar este criterio de Roberto, me refiero en este caso, a Manzano, claro está, con el del escritor mexicano Jorge Fernández Granado cuando afirmó: «Podemos esperar muchas cosas de la escritura poética contemporánea, de hecho, podemos esperar cualquier cosa».[2]
Y veo que el presente, aunque engañoso, es y será siempre un blanco móvil. ¿Lo filosófico puede ser lírico? Me dicen que fue Goethe: «Una parte de la naranja tiene el sabor de toda la naranja». Gracioso no faltó el que preguntara: «¿Y si tiene un pedacito podrido?» Nada, que al final de todas estas disquisiciones, Hegel tampoco deja de conmocionarnos creyendo acercarnos a tan denodados entuertos, brasa no menos iluminadora: «Todo concepto es una antinomia porque encierra una contradicción en sí».
Y veo que no son pocos los que culpan a las vanguardias, ya pasadas como piensan algunos, pero siempre recordadas cuando aparecen los cambios generacionales. Algo no debe andar bien si de ubicar el siempre inestable presente se trata. ¿Lirismo en el siglo XXI? Solo para poner un ejemplo encuentro que el paso del ultraísmo supuso críticas de igual modo. Muchos años después, Borges se permitió con todo lujo vindicar aquel momento: «Teníamos el deber de ser otros». Fue lo que dijo.
El camino abierto en los noventa del pasado siglo por un grupo de autores —Diáspora(s) el más visible— en nuestro predios es posible que haya allanado el terreno para lo que habría de empezar a cosecharse hoy, para bien o para mal. No creo haber encontrado defensa mejor que la de Idalia Morejón cuando expresara en algún número de la revista Unión: «Querían hacer poesía expulsándola de su propio territorio».
Dicho esto, me concentro entonces en el Tratado, o mejor, en la lectura del nô.
Kierkegaard: «El número 1 se ha convertido
en el número 0…».
Sartre: «El poeta está fuera del lenguaje,
como si no perteneciera a la condición humana».
Yo diría:
el número no debe ser el uno
hay que enterrar a los hombres hasta la nuca
o hasta un nivel más arriba
la parte alta es la que sustituye al cerebro.
Y nos encontramos que desde el inicio García se desfasa del lirismo concreto. No lo pospone, lo desplaza: «La novedad es tan pobre como su sistema de adaptación / Nunca sabremos captar la subjetividad». Nos dice. Y uno piensa ¿paradojas? Y piensa uno con la investigadora y crítica que es Idalia: «Sí ¡poesía!, pero tratando de ser expulsada de sus propios dominios». He aquí cómo debemos terminar soportando la lectura de un tratado:
Contigo no he terminado
vulgar persona
la idea era solo hacer una disección
encontrar la salida
pero si desde adentro se pudiera construir
si existiera
una posición adicional
Final más concluyente no volveríamos a encontrar quizás desde los tiempos de Baudelaire cuando dijera: «Y tú, hipócrita lector, mi amigo, mi hermano».
Esto es: donde Baudelaire cree hallar un lector, aunque hipócrita, aunque hermano, García cree encontrar, no a un lector, y sí a una vulgar persona con la que incluso aún no ha terminado. Y hay más: nada de escritura, nada de «lirismo», nada de poesía. La simulación, o el espejismo ha parecido estar presente. Y es en ese mismo final:
la idea era encontrar la salida
pero si desde adentro se pudiera construir
si existiera
una presión adicional.
De modo que, a diferencia del personaje de Oscar Wilde, en este caso la importancia de llamarse Ernesto (La Habana, 1974) debe ser que ha acometido la escritura de un libro al que ha llamado Tratado del nô. Solo faltaría que lo lograra, con peso y densidad propios, dentro del rebaño lírico de nuestros —y para todos los tiempos—. Falta por ver.
[1] Zurelys López Amaya, «Conversación con Roberto Manzano». En La Gaceta de Cuba n. 6, nov.-dic 2014 p. 46.
[2] Jorge Fernández Granado, «Poesía mexicana de entresiglos: Para una calibración de puntos cardinales», en Escribir poesía en México II, Editorial Bonobos, primera edición 2013 p.112.
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