Hace ya unos años, cuando fui aprobada como miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), una interrogante pendía entre muchos artistas, sobre todo a la hora de valorar el papel de nuestra organización en la sociedad: ¿para qué es la Uneac?
En el crecimiento actual de la Uneac fueron aprobados un total de 29 nuevos miembros. Y aún la pregunta pende en muchos de ellos. A partir de las necesarias reflexiones que imponen 63 años después de haberse creado esta organización, y desde mis humildes consideraciones, por supuesto, intentaré responder a una pregunta que puede resultar polémica.
Desde el triunfo de la Revolución la máxima dirección del país en la figura de nuestro líder histórico, Fidel Castro Ruz, se pronunció por una asociación de artistas e intelectuales de vanguardia que facilitara la proyección e implementación de la cultura según la política institucional que había creado la Revolución; y que dignificara u organizara la labor y obra de los artistas del momento.
Con tales premisas, se funda el 22 de agosto de 1961 la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Desde sus inicios tuvo entre sus objetivos principales el asociar a los artistas e intelectuales que se destacaran por la calidad de su obra buscando dignificar lo que su labor ameritaba. Pero fue más allá: hasta hoy la Uneac se ha preocupado por la implementación de la política cultural anunciada por Fidel en las «Palabras a los intelectuales»:
Uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un real patrimonio del pueblo. Debemos propiciar las condiciones necesarias para que todos esos bienes culturales lleguen al pueblo. No quiere decir eso que el artista tenga que sacrificar el valor de sus creaciones y que necesariamente tenga que sacrificar su calidad. Quiere decir que tenemos que luchar para que el creador produzca para el pueblo y el pueblo, a su vez, eleve su nivel cultural, a fin de acercarse también a los creadores.
Como consecuencia se multiplicaron, entonces, los espacios; se extendió la cultura a las zonas más apartadas del país; y también se sentó, sobre nuevas bases, la formación de creadores, el sistema de enseñanza artística. La noción de cultura incluyó la creación artística y literaria, su proyección popular y el desarrollo de un clima que favoreciera su crecimiento.
Desde sus inicios la Uneac se caracterizó por representar la vanguardia del arte y el pensamiento cubanos en función de forjar el ser de la nación, su dimensión espiritual. Depositaria de la tradición cubana y de la labor histórica de artistas e intelectuales para construir el desarrollo histórico y sociocultural nacional, la Uneac es heredera del pensamiento que, desde Arango y Parreño, Saco, Varela, José de la Luz y hasta los más jóvenes, ha hecho que Cuba sea algo más que un archipiélago: un faro de luz redentora para América y el mundo; pues su libertad, que también es dignidad, ha sido acompañada por la cultura. Por eso, bajo su tutela, la Revolución ha consolidado una madurez reflexiva como resultado de su propia dialéctica: la experiencia desde el error y la virtud, desde la fuerza y las ideas.
A lo largo de 63 años la Uneac ha respondido a su misión fundamental: conducir los destinos de la creación artística de vanguardia en pos de una sociedad cubana cada vez mejor. A partir del pensamiento y las acciones históricas de muchos creadores, Cuba le ha mostrado al mundo cómo vivir una Revolución digna, soberana, alejada de hegemonías y lastre capitalista. Sin embargo, hoy más que ayer, los miembros debemos continuar defendiendo estos principios desde el pensar para hacer, el hacer para transformar y el transformar para perpetuar la libertad.
Para ello tenemos una organización enérgica, valiente, que logra hacer visible no solo la praxis artística sino también las demandas e intereses de su membresía. Pero una pregunta que debemos hacernos todos los días es si somos verdaderamente una vanguardia artística e intelectual. Por ello es imprescindible favorecer foros y debates sobre temas relacionados con la creación, al análisis de tendencias artísticas contemporáneas y la presencia o ausencia de estas en nuestra labor cotidiana. Siempre con la conciencia de que somos una organización que debe promover la cultura y contribuir a restañar el tejido espiritual de la nación.
También urge, en la búsqueda de ese espíritu de vanguardia, enfrentar todas las formas de corrupción e indisciplina, el despilfarro o el desorden que contradicen las reales esencias de nuestra organización. Por ello debe ser imprescindible y permanente el diálogo con las instituciones y los demás creadores, sobre la base del respeto, la ayuda mutua, la armonía, la ética y la solidaridad entre todos.
Sin la intención de establecer pautas o caminos unívocos, sería muy provechoso que cada miembro de la Uneac se viera en la obligación de ofrecer referencias y ayude, desde su obra y méritos, a establecer jerarquías culturales sólidas; de modo que sea cada vez más difícil quedar a merced de las manipulaciones de las industrias culturales hegemónicas o sucumbir a la pérdida de la identidad y de la memoria histórica. Asimismo, está llamado a pensar la sociedad y a trabajar en pos de transformarla desde la calidad de los procesos culturales, sus múltiples competencias, creatividad y talentos.
Muestra de lo anterior es la consulta sistemática de la dirección política y administrativa de la provincia con la Uneac, en torno a aspectos medulares de la vida cultural y el desarrollo humano del territorio. Gracias a la labor persistente de esta organización y a la voluntad del Partido, el Gobierno y otras instituciones fundamentales del sistema de la cultura espirituana, por ejemplo, hoy la programación cultural y la recreación están siendo diseñadas y pensadas colectivamente en una sinergia que tendrá sus frutos a mediano plazo, siempre que continúen mediando los diálogos, la crítica, el deseo de mejorar y la unidad institucional.
Tal como aseguró Miguel Barnet en el pasado congreso de la Uneac, el destino de la cultura en nuestro país ha sido, es y será siempre motivo central de preocupación de la Uneac, con la certeza de que aquella es la expresión más alta de la política y el alma de la nación. Por ello no es azar ni discurso vacío afirmar que la Uneac debe constituir un laboratorio de ideas, un nicho de debates y un sitio para promover lo mejor y más valioso de la cultura cubana.
Con toda justicia puede asegurarse que la Uneac es el Moncada de la cultura. Como definió el presidente actual, Miguel Barnet, sus miembros:
Asaltan los cuarteles de la ignominia, de la estulticia, de la mediocridad, del lacerante coloniaje cultural. Y por ello debemos ser consecuentes con ello y es obligación nuestra aportar al mejoramiento de la vida espiritual y material con un diagnóstico justo y propuestas constructivas, en relación con los problemas más acuciantes de la sociedad.
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