
Foto: Tomada de Internet
Para quienes califiquen de muy solemne o en exceso nutrido el estilo de Lezama o hayan pasado por la experiencia de intentar aprenderlo con un maestro que en todo lo ignoraba ―no por falta de estudio, sino por carencia de comunión espiritual―, parece concebida su Sucesiva o Las Coordenadas Habaneras, publicada originalmente en una columna fija del Diario de la Marina entre el 28 de septiembre de 1949 y fines del Carnaval de 1950, y luego incorporada a su libro Tratados en la Habana, recientemente publicado por la Editorial Letras Cubanas. Pasan ante nuestros ojos verdades tangibles e intangibles de nuestro ser, de la cubanidad: la democracia de nuestros parques, que a veces lo son y a veces son paseos, pretextos para ver y compartir con otros, hecho que se mantiene, como aquel donde viene a nosotros inevitablemente un cruce misterioso a hora indebida por el Bosque de La Habana, o lo que es lo mismo, la fronda del Parque Almendares: «Entre nosotros la creación de bosques dentro de la ciudad, ha caído muy pronto en las exaltaciones pornográficas o en los crímenes indescifrables. Falta de madurez y de juego amable la nuestra en los movimientos del corazón»1. O la grotesca imagen de las guaguas que parece acompañarnos hasta el infinito:
Hay temas que pertenecen a la progresiva sombra, a lo fugitivo incesante. Nominar tan sólo esos transportes, más sombríos que los que iban de la Estigia a la Moira motiva nuestros conjuros y evocaciones para alejar esos increíbles disfraces que asume el Maligno […] Llegamos, somos los primeros en esquinarnos, esperamos tiesos o dando pequeñas volteretas. Así seguimos hasta que se desprende el primer bostezo2.
Escribe de cualquier tópico que parezca tener actualidad: las estaciones; la llegada del frío, acontecimiento para todo cubano; la pelota, referida en apretados párrafos como crónica de ciencia ficción de un pasado para el futuro; los carnavales y esa esencia que en ellos permanece y luego huye; las fechas históricas y nuestros próceres; o el rotundo saldo que nos entrega la ciudad, La Habana, pese a su deterioro palpable, al que alude cuando habla del engendro del espíritu hispánico en nuestras tierras: «La Habana puede demostrar que es fiel a ese estilo y al estilo que perfila una raza. Sus fidelidades están en pie. Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía un ritmo»3. Desfilan la visita a la librería de viejos, llena de sutiles autorreferencias, o a las exposiciones de los ilustres pintores cubanos, o excursiones a nuestros parques donde la vista de unos cisnes y flamencos lo llevan a teorizar sobre el Modernismo, y una curiosa viñeta contra el ruido ambiente, sobre la bulla citadina, que nos sienta al escritor en nuestras salas y sitios de plática cuando musita: «Así muestra el ruido la desolación de lo incompleto, de lo que se quedó a medio camino, renqueante y maldito»4. Se unen aquí también hechos menudos que le sirven de pretexto para teorizar y ficcionar sobre un personaje histórico y/o artístico, e incluso para construir verdaderos tejidos que a veces semejan cuentos. Su singular manera de captar nuestras criollas modulaciones permanentes puede ser fundamentada con dos frases suyas en esta Sucesiva…: «lo cubano es una síntesis súbita y no un allegamiento de acarreos y materiales superpuestos»5 y «para que el hombre llegue a expresar un esplendor tiene que nutrirse de misterio»6. Él nos lo explica todo con una claridad sintáctica que apabulla en ciertos momentos de las Coordenadas… Nos dice que volvemos a lo mismo, porque lo mismo es infinitamente diverso7. Tal afirmación me recuerda algo que escuché afirmar en el reciente Coloquio Internacional por el Centenario del nacimiento del escritor, que tuvo lugar en La Habana, y es que la afinación más depurada de estas crónicas está emparentada en espíritu y partes de intención con las Escenas norteamericanas de Martí. Vuelve el azar, sublime y ponzoñoso, a trazar inevitables, pues leo la estampa sobre la primera asistencia a la Universidad del joven temeroso, inmaduro, pero retado por el suceso, y no puedo sustraerme de imaginar a mi hija, que precisamente ahora se inicia, para la que extraigo esta enseñanza a modo de sentencia:
Pensad, estudiantes […] que tenéis que recibir una sabiduría y al mismo tiempo, cumpliendo los designios de cada generación, añadir una alegre sorpresa, una alegre creación, una nueva definición para una oscuridad antes no conocida. Pensad que tenéis que entregar vuestra claridad y vuestra oscuridad, vuestras preguntas y sus respuestas8.
Pero en realidad lo que causó en mí profundo pasmo fue, sin duda, la viñeta dedicada a esos seres que existen en casi todas nuestras familias: ese hermano, padre, madre o hijo que se ha ido en busca de ventajas económicas, procurando modos de supervivencia al grupo de sangre que permanece. El nivel de penetración y vitalidad en el tratamiento del tema es sencillamente asombroso en los apenas dos párrafos que cierran por ahora este reverente acercamiento, por lo que no requieren comentario, sino solo sucesiva, sucesiva intelección:
Cierra el cerco familiar tocando botasillas por montes y ciudades. Ramas dispersadas por Canadá y Venezuela, México y el Norte, se contraen buscando el tronco enraizado en La Habana. El hijo que tuvo que salir para buscar prodigalidad y cornucopia; que un día tuvo que partir, mitad aventurero y mitad profesional, para buscar otro signo que reemplazase el suyo, tuerto ya y chamuscado; ahora regresa con una sonrisa donde la incisión deja paso a un orgullo melancólico acostumbrado a que esa es su familia de revisión y brillo, la que quedó hecha escultura al oír el llamado del camino, y que todos los finales de año acaricia como para seguir en el destierro con el recuerdo de un ademán o la manera de acercarse una voz. Todo viaje, nos dice André Gide, es un pregusto de la muerte. Ya él busca, quizá medio muerto, la felicidad, convertido, al aislarse de la familia, en una categoría kantiana o en un exponente algebraico.
Regresa y pasea entre bastones y maletas etiquetadas, un poco de ceniza y vanidad. Todos los años, en objetos sonoros, en paños diabólicos tiene que mostrar la línea ascendente de su abundancia. Se le espera como un pájaro que vuelve sobre un árbol. Su triunfo deleznable será mostrarse como un pájaro repleto, siempre en aumento, en un árbol raquítico, siempre recortado. Tendrá que mostrar siempre lo hipertrófico, pues salió para romper una medida. Y sabe, en su secreto, que ya aquella no es su familia, que lo será la que él fundó por otros paisajes. Ese temblor del que empieza lo corroe por dentro y lo enfría por fuera. Asoma su cabeza sorprendida por la puerta del cuatrimotor, desciende por la pasarela como un rey en el destierro de los Balcanes, cree oír unas músicas, presentan armas unos soldados de plomo y redoblante, atruenan el magnesio para recoger sus salutaciones, y comprende entonces por dentro que es el más vanidoso de los aventureros y el más infeliz de los seres9.
Notas:
1- José Lezama Lima: Sucesiva o Las Coordenadas Habaneras, en Tratados en la Habana, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2009, p. 204. Sobre Sucesiva…, Abel Prieto ha afirmado que Lezama, con un peculiar impulso político a través de la reafirmación de una tradición de valores nacionales, desarrollado a través de los tópicos de la ciudad, la tradición, la religión y la poesía, trata de dotar de un programa a la conciencia nacional cubana, oponiéndose a todas las fuerzas desintegradoras de nuestra nacionalidad. Ver: Historia de la literatura cubana, tomo II, Instituto de Literatura y Lingüística y Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente, 2003, La Habana, p. 699.
2- José Lezama Lima: Ob. cit., p. 205.
3- Ibíd., p. 226.
4- Ibíd., p. 274.
5- Ibíd., p. 272.
6- Ibíd., p. 248.
7- Ibíd., p. 249.
8- Ibíd., p. 206.
9- Ibíd., pp. 246-247.
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