En verdad es difícil seguir hablando de escritura y de texto cuando tratamos con un producto que en potencia es un documento texto-audio-visual; es decir, un texto escrito (o sea, una obra literaria) que integra a su progresión narrativa y a su construcción del sentido elementos sonoros (lo mismo sonido ambiente queridos, voces o música) y visuales (imágenes fijas o en movimiento). En semejante integración, es obvio que —además de todo el arsenal técnico y compositivo de la escritura literaria— se cumplen las regularidades propias de la grabación y el montaje cinematográfico, así como las de la composición y edición del sonido.
Si bien sabemos que los documentos texto-audio-visuales tienen que ser recorridos, de modo obligatorio, en una pantalla electrónica (de computador, e-book, tablet, celular, etc.), el concepto de pantalla nos revela una cualidad más, pues esta puede tratarse de una superficie no privada, sino pública. La idea de pantalla pública (ya sea de papel electrónico o mediante el uso de proyectores) implica que podemos imaginar entonces la escritura / lectura de los documentos texto-audio-visuales como una suerte de performance en el espacio público de ciudades que ni siquiera existen todavía. Al encontrarse colocadas en el espacio público, nos referimos a un tipo de lectura paradojalmente semejante a la que tiene lugar cuando nos encontramos dentro de una obra artística concebida como un ambiente inmersivo. En este caso, leer sería tanto como exactamente leer (letras, palabras, oraciones, párrafos o textos enteros), como decodificar cadenas de signos o simplemente atravesar (a medida que se camina la ciudad) por entre los diseños narrativos provenientes de esas pantallas, dialogar con sus apelaciones y capturar sus sentidos.
Va a ser la combinación de ambas posibilidades, las que abre un modo de escritura y lectura solo posible en la computadora, más la que introduce un aparato capaz de almacenar y reproducir no solo hipertextos, sino una cantidad virtualmente inimaginable de libros (que podrán ser leídos con comodidad), las que van a decretar la muerte del libro tal y como hasta hoy lo hemos conocido. Habrá que propiciar, y esperar a que suceda, el surgimiento de un mundo en el cual las capacidades y habilidades del creador incluyan parcelas de diseño, programación, arte plástico, música, edición de sonido y de imágenes, además de la esperada capacidad de producir sentido mediante la organización de palabras. Hacia allí es adonde apuntó, durante una mesa redonda de editores y estudiosos del libro que tuvo lugar en el II Congreso Mundial sobre el Futuro del Libro (1999), el francés Roger Chartier. El título de la mesa, Un nuevo tipo de inteligencia está surgiendo, retomó el de la intervención en la cual Chartier afirmó que:
La transmisión electrónica de texto está conduciendo, en nuestro tiempo, a una revolución en la lectura. Primero, ello transforma nuestra noción de contexto reemplazando la contigüidad física entre los textos presentes en un mismo objeto (libro, revista o periódico) con su distribución en la arquitectura lógica que gobierna las bases de datos, los archivos electrónicos y sistemas de recuperación que hacen posible acceder a la información. Segundo, mediante la supresión de la relación inmediata y visible que existe entre el objeto impreso (o manuscrito) y el texto que soporta. La transmisión electrónica redefine la naturaleza material del trabajo.
Esta nueva relación con los textos crea una profunda reorganización de lo que podemos denominar la «economía de la escritura». Convirtiendo en simultánea la producción, transmisión y lectura de un texto dado, así como reuniendo en un solo individuo las tareas, antiguamente separadas, de escribir, publicar y distribuir, la representación electrónica de textos anula las antiguas distinciones entre papeles intelectuales y funciones sociales. A la misma vez, ello demanda la redefinición de todas las categorías que previamente han organizado las expectativas y percepciones de los lectores. Estas incluyen conceptos jurídicos (copyright, propiedad literaria), categorías estéticas (originalidad, integridad, estabilidad), nociones administrativas (biblioteca nacional, depósito legal) e instrumentos bibliográficos (clasificación, catalogación, descripción) que hasta hoy han sido usados para caracterizar el mundo de la palabra escrita. Todo lo cual fue inventado para un modo enteramente diferente de producción, preservación y comunicación de lo escrito. Podemos trazar la posibilidad de un mundo diferente para cuya realidad una de las primeras condiciones (junto con la multiplicación de los accesos a computadoras a nivel mundial, sobre todo en los países de mayor pobreza) va a ser la existencia de una humanidad en la cual todos los grupos de edad estén alfabetizados digitalmente. O sea, que tal vez hablamos de un cambio que debe de tener lugar dentro de los próximos cien años. Todavía habrá que ver qué sucede cuando generaciones nuevas —para quienes la inmersión en la cultura digital no sea un trauma, sino parte normal de sus vidas— intenten hacer esa escritura y ese arte que hoy apenas podemos imaginar; es decir, qué ocurrirá cuando todas las generaciones vivientes posean alfabetización digital.
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