Santa María del Puerto del Príncipe. En los siglos XVI-XVIII. Con documentos inéditos es una obra que marcará de manera indeleble a la historiografía nacional. Este nuevo libro de Lourdes Gómez Consuegra pone de manifiesto la firme voluntad investigativa de la autora, a quien debemos una serie de libros de indudable interés para la historia de la arquitectura camagüeyana y otros temas conexos. En este ocasión, la autora va más allá del hecho arquitectónico o urbanístico, para abarcar nada menos que la cuestión, tan polémica e insuficientemente estudiada, de los orígenes fundacionales y la evolución durante sus primeras tres centurias de Santa María del Puerto del Príncipe, una de las siete villas primadas de Cuba. No por casualidad, el relevante historiador Manuel Moreno Fraginals comentaba en su obra fundamental, El ingenio, que Camagüey seguía siendo un misterio para la historiografía cubana. Décadas después de que este gran ensayista hiciera esa afirmación, sin duda se ha avanzado en el conocimiento del territorio principeño, cuya historia han indagado diversos estudiosos de relieve, como Tomás Pío Betancourt, Gustavo Sed Nieves, Elda Cento Gómez, Olga García Yero, Ramiro García Medina, Carlos Manuel Villabella y otros. Pero, a pesar de todos sus aportes, esta región todavía mantiene determinadas zonas inexploradas, definitivamente misteriosas, que requerirán mucho laboreo científico.
La nueva obra de Lourdes Gómez Consuegra se levanta sobre una revisión acuciosa de archivos históricos españoles y cubanos. Se trata de un proceso investigativo que comenzó nada menos que en 1987. De hecho, resultados preliminares fueron ya tan valiosos que merecieron el Premio Jorge Enrique Mendoza del año 2016, el cual se otorga por la Oficina del Historiador de la Ciudad a las investigaciones históricas más relevantes. Gracias a ello, la autora puede arrojar nuevas luces e importantes hechos sobre el difícil proceso de fundación y desarrollo de la ciudad que hoy denominamos Camagüey. Es imprescindible señalar que en este libro se publican, por primera vez en Cuba, una serie de documentos que eran no solo inéditos, sino también por completo desconocidos en nuestra patria hasta la presente edición a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey; ellos permiten que ante los ojos del lector y en el lenguaje de la época, se levante de pronto la ciudad misma, en su realidad tangible de doscientos años atrás. Parecería que revive, también, en su cotidianidad, marcada por disputas políticas, asaltos de piratas, incendios, pero también en la fuerza que hizo de esta ciudad, hasta el momento presente, uno de los principales centros de cultura, de economía y de participación política de toda la Isla; no en balde Manuel Moreno Fraginals, en su obra capital El ingenio, calificó a Camagüey como zona enigmática para el historiador, pues para comprenderla mejor en sus esencias —pero sin que el misterio quede del todo disipado— hacía falta, además de otros trabajos destacados, como los de la desaparecida Elda Centro Gómez, la publicación de esta obra capital de Lourdes Gómez, texto que nos permite asomarnos al palpitar profundo de una ciudad que, desde el difícil proceso de sus reubicaciones, fue no solo un centro de debate político, sino también la cuna de la literatura cubana, vinculada no solo a Silvestre de Balboa Troya y Quesada, fundador de la literatura nacional y uno de los primeros escritores de la América hispánica, sino también a otros autores que dejaron, desde el mismo siglo XVII, indeleble marca de su vida cultural, que daría cabida luego a hechos y figuras principales de la cultura nacional: en el s. XVIII la ciudad fue escenario, como apuntó en su día un crítico tan prestigioso como Enrique Saínz de la Torriente, de un apreciable movimiento de oratoria; en Puerto Príncipe se advierte un movimiento teatral que comenzó a fines del s. XVIII, y se ha prolongado hasta el momento actual. Y qué decir de la formación de escritores de primera línea, como Gaspar Betancourt Cisneros, gran figura del periodismo y el costumbrismo cubano; Gertrudis Gómez de Avellaneda, la más alta voz femenina en castellano de su siglo, la primera voz femenina nacional en escribir sobre la mujer; de Aurelia Castillo de González, la periodista de su tiempo más prominente en lengua castellana, poeta, ensayista y continuadora de la anterior en sus páginas sobre la mujer cubana; del también periodista José de Armas y Céspedes, el más destacado reportero independentista; pero asimismo resulta, por otros conceptos, fundamental la figura de Francisco de Armas y Céspedes, hermano del anterior, quien publicó nada menos que De la esclavitud en Cuba, en 1866, considerado por Fernando Ortiz el primero de los libros publicados —antes que los textos de José A. Saco y de Bachiller y Morales— que nos permite entender la problemática de la esclavitud en Cuba. No puede olvidarse que Domitila García de Coronado encabezó todo un movimiento de participación de la mujer cubana en su cultura; es imprescindible recordar a Enrique José Varona, no solo poeta y ensayista, sino también fundador de la sicología insular, polemista y en alguna manera mentor de Julio Antonio Mella; Esteban Borrero. El siglo pasado presenta voces impresionantes, como la del poeta Mariano Brull, Emilio Ballagas, desde luego el extraordinario Nicolás Guillén, pero también otra serie de autores de relieve como Severo Sarduy, la voz más importante del llamado baby boom, como el gran poeta Rolando Escardó, figura sobresaliente en la lírica cubana de los años cincuenta; y luego aparecerían Carlos Victoria y Emilio de Armas, entre otros. ¿Y qué decir de otras formas de arte, como el mundo teatral, donde la cultura camagüeyana produjo nombres como el de la actriz Eloísa Agüero de Osorio —amante de José Martí en México—, hasta Parmenia Silva y Mercedes Arnaiz, así como dramaturgos como Flora Díaz Parrado y José Triana; maestros de ballet como Gilda Zaldívar y Vicentina de la Torre, o a artistas plásticos como Félix González, Fabelo y Flora Fong, como ejemplo muy sintetizado; y qué decir de un ensayista y traductor poliglota como Desiderio Navarro? Vale recordar, además, que en Camagüey se formó desde la infancia hasta la juventud el cardenense Virgilio Piñera. O señalar que también fue camagüeyana una de las más destacadas figuras del país en estudios gramaticales, Ofelia García Cortiñas, mientras que el trabajo investigativo de la historiadora Elda Cento Gómez fue reconocido nacionalmente más de una vez. O que la misma autora de este libro mereció el Premio Nacional de Arquitectura (2003). Y no traigo a colación otras figuras de relieve en el campo de las ciencias, como Carlos J. Finlay, Arístides Agramonte u Orfilio Peláez, porque un panorama científico —inalienable de la cultura en sí— harían interminables estos apuntes. Por eso no se puede decir que el ambiente cultural del Camagüey haya sido históricamente pacato, sin dar con ello una demostración de grave ignorancia acerca de la cultura nacional.
Por una parte Santa María del Puerto del Príncipe. En los siglos XVI-XVIII constituye una obra historiográfica de gran calibre, la primera que, sobre la base de documentos de carácter inédito, y provenientes de archivos españoles, se publica en relación con la polémica fundación de Puerto Príncipe. Pero, por otra parte, este libro solo podía haber sido escrito por una arquitecta como Lourdes Gómez Consuegra, vinculada desde hace décadas a la investigación del patrimonio cultural y al urbanismo.
De modo que, entre otras razones, el presente libro constituye un aporte fundamental a la historiografía regional y nacional. Si la reconocida académica podía enorgullecerse de sus estudios regionales en cuanto a arquitectura, urbanismo y conservación patrimonial, hay que decir que con este nuevo e importantísimo título la autora se sitúa en el terreno específico de la historia regional y lo hace con un tino y unas aportaciones que hacen de esta obra una fuente bibliográfica imprescindible para la historia del Camagüey y su rica y compleja cultura, así como, desde luego, de la cultura nacional, que hay que abordar desde una perspectiva orgánica de nación y no como un cogollito de parcialidades. Gracias, pues, a Lourdes Gómez Consuegra por devolvernos, en una pieza viva, el horizonte, ancho y verdadero, integrador y palpitante, de la vida de la nación cubana en una de sus villas fundadoras.
Foto tomada de El Camagüey
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