¿El Demonio se posesiona del genio? Allá vemos a Lutero arrojándole un pomo de tinta. Más allá a un Goethe preocupado por «su presencia», y cuántos y cuántos escritores podrían integrar un listado de interesados en los temas demoniacos. No sé bien por qué se estima que el Príncipe del Mal ande en juegos semiocultos detrás de las grandes obras literarias y artísticas, a veces tomando el alma del artista, otras metido de lleno en la trama, como un personaje que se juega allí mismo parte de su existencia.
Durante los años medievales y en su salida iluminista, aún se pensaba que el genio podía o bien hacer un pacto con el Demonio, o bien ser influido por él de manera a veces degradante. De ello no se salva la bella novela El perfume, de Patrick Süskind. Él es un hombre «raro» en la época de la intercomunicación digital, pues ha mantenido su vida al margen del glamur, del boato y la fama: habiendo nacido en el final de marzo de 1949, ha estado renuente a ser entrevistado, a ofrecer datos de su biografía, si no es que ella se centra en su producción narrativa y cinematográfica (es guionista). Con El perfume, sobre todo cuando se convirtió en un filme alemán de Tom Tykwer de 2006, alcanzó fama universal, merecida, pues la novela es eso que llamamos una joya literaria. Süskind tiene todo el derecho del mundo a vivir su vida como crea conveniente a su temperamento. Por eso no dejará de ser el gran autor de varias obras excelentes y una novela excepcional.
El agudo sentido del olfato de Jean-Baptiste Grenouille, personaje central de la obra, lo conduce por vericuetos asombrosos desde el momento mismo de su nacimiento. El perfumista superdotado ha tenido una infancia cruel, horrible más bien, pero salió adelante en la vida gracias a su don y falta de escrúpulos, tras descubrir una esencia muy especial en las muchachas en flor, a las que secuestra o asesina para apropiarse de ese aroma básico para sus fórmulas. Cree que puede dominar al mundo desde su gran habilidad para encubrir sus asesinatos y hacerse de aquel perfume que le abriría las puertas hacia los poderosos. Posee el instinto de la fiera, del cazador, no de la víctima, y actúa bajo ese mandato irracional y asesino.
En El perfume no hay pacto demoniaco, como una firma de documento con sangre, pero recoge la tradición del Doctor Fausto y de El maestro y Margarita sobre la presencia del Demonio en todo acto sobrenatural, como es el don privilegiado del perfumista. Grenouille es un raro caso de persona sin olor, sin lo que podríamos llamar «aura olfativa», pero es un experto natural en la química del perfume. Es él el demoníaco, por eso sus colegas querían asesinarlo en el orfanato donde pasó su infancia. Es capaz de crear olores únicos, aromas de elevada «belleza», y de forjar un mundo odorífico del cual él mismo está ausente. Su trabajo es macabro, asesina sin piedad, extrae el aroma que le es singular en sus laboreos químicos, y recuerda así a los procesos alquímicos medievales, en que el propio alquimista se asociaba a cultos feroces, a búsquedas del éter de la inmortalidad, piedra filosofal que asegurase la eternidad. A Grenouille lo enloquece la necesidad de crear aromas, de hallar el súper olor humano, para lo que reta al propio Dios, o sea mejor dicho, lo ignora, porque él se cree capaz de lograr el dominio humano a través del olor que inspira amor, y que subyuga.
Estamos ante una trama de amor-muerte, Mal vs Bien, ángel y demonio, arte y asesinato, mitos todos de la narrativa europea de los siglos XIX y XX. Grenouille es una suerte de «arquetipo» del artista capaz de tomar cualquier sendero con el fin de completar su obra, incluso el del asesinato. A veces un lector latinoamericano ya «prejuiciado» por el boom de la narrativa hispanoamericana, puede hallar en esta novela lenguaje cercano a un Carpentier, a un García Márquez, lo que quizás pueda ser posible porque El perfume es obra de 1985, y el autor pudo leer, por ejemplo, El señor Presidente, de Miguel Angel Asturias, o autores en los que realidad y fantasía se entretejen con «credibilidad».
Si Bulgakov halló al demonio en Rusia, tras los duros años del inicio de la Revolución, ¿por qué de otra manera refinada no podría hacerlo Süskind? El perfume es ese «refinamiento», esa sobrevida de mitos y leyendas medievales en la historia europea ya en la post guerra. Tras los crímenes con fines políticos de antes y después del lapso 1939-1945, elegir la presencia del demonio en un hombre de dones excepcionales es un hallazgo esencial (no tan esencial como lo que él raptaba de las asesinadas chicas en flor). Esencial en el sentido de poner al hombre como especie ante el desarrollo cruel del Mal per se, del Demonio hecho acto.
¿Una novela sobre un asesino? ¿Una trama cercana a En nombre de la rosa? ¿Una exploración del ser, y por ello de raíz ontológica? ¿Sobre la fuerza del Mal? De todo un poco, pero si me inclinara a responder alguna de tales dudas, creo que El perfume es una obra honda sobre el mal aposentado en el alma humana, un juego con la sensorialidad como poder (incluso como súper poder), y uso de ese poder que ofrecería un don especial en función maligna, contrario a la santidad. Frente a las tradicionales «vidas de santos», doctrinarias y a veces melosas, El perfume narra la vida de un no-santo, de un amoral, antisocial, de un asesino que disfruta de sus actos para convertirlos en «arte», quizás el más sutil de todos: el olfativo, arte por sí mismo etéreo. Como Falaris con su toro metálico que quemaba gentes dentro (para convertir sus gritos en música bellísima), Grenouille mata para logar el elixir que inclina al amor. Olores y sonidos también pueden ser poseídos por demonios. El perfume es una obra de hermosa intensidad.
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