En febrero de 1958 se inauguró el colosal edificio que en la actual Plaza de la Revolución ocupa la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. El acontecimiento, que marcó un antes y un después en el curso y desarrollo de dicha institución cultural, tuvo otro momento significativo cuando en este año fue declarada Patrimonio Nacional. Mas estoy completamente seguro de que para cuantos a lo largo de años y decenios hemos utilizado sus servicios y nutrido allí nuestro intelecto hace mucho que en nuestros corazones y agradecimiento, la BNJM es nuestro patrimonio nacional.
Pero esta historia que ahora llega a sus 122 años, dio el primer paso el 18 de octubre de 1901, al inaugurarse en una sala del ya entonces añejo e histórico Castillo de la Real Fuerza, la Biblioteca Nacional de Cuba. Su primer director fue el ilustre periodista, bibliógrafo, historiador y publicista, amén de patriota independentista, don Domingo Figarola Caneda, quien por esas fechas contaba 49 años y de su biblioteca personal nutrió abundantemente los fondos de la instrucción.
Tiempos duros esperaban a la biblioteca. Y no tenían por qué no serlo si recordamos que Cuba aún vivía bajo el período de la Intervención Norteamericana, pues la proclamación de la república no llegaría hasta 1902.
Al empeño personal en la adquisición y acopio de libros por Figarola Caneda, así como a la donación de colecciones privadas, debe la institución sus logros y supervivencia iniciales.
Breve fue la estancia de la biblioteca en el castillo de la Real Fuerza; al año siguiente cambió su sede hacia la vecina y antigua Maestranza de Artillería. En 1909 contó con una imprenta que hizo posible la publicación de la Revista de la Biblioteca Nacional. Se trataba de otro «pasito», aunque visto en la perspectiva del tiempo fue aquel un pasito de gigante.
A don Domingo lo sucedió en la dirección, a partir de 1920, Francisco de Paula Coronado, también periodista, historiador y bibliógrafo por vocación. Desempeñó el cargo de director hasta su muerte en 1946 y tuvo la colaboración en calidad de asesor técnico del dramaturgo José Antonio Ramos, un espíritu de profundas inquietudes sociales expresadas en su obra y hacer ciudadano. Ya por entonces se hacía evidente el lamentable deterioro de los fondos, el escaso interés oficial por la recuperación de un buen local para albergar tanta cultura, y la desidia de los elementos decisores respecto a la búsqueda de un mejor destino para la biblioteca.
A Francisco de Paula Coronado —señala la investigadora Mabiel Hidalgo Martínez— le tocó padecer, en 1929, las consecuencias del incendio de varias cajas con parte de los fondos de la Biblioteca, ubicados en una nave de la antigua Cárcel de La Habana; los avatares del traslado de las colecciones de la Maestranza al Castillo de la Fuerza, así como las arduas campañas que protagonizaron Emilio Roig de Leuchsenring y un grupo de intelectuales de la sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional, por obtener un edificio digno para la institución. A lo anterior se suman los insuficientes presupuestos asignados por el gobierno y la carencia de personal calificado.
Todo ello ocurre, aunque los intelectuales de peso en la conciencia nacional, liderados por Emilio Roig de Leuchsenring y otros, desde la Sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional, no cesaban de abogar ante ministros y funcionarios del gobierno por un destino seguro para los libros, documentos originales y papelería que atesoraban tanta historia y sabiduría.
Tras el triunfo de la Revolución, suceso que tiene lugar pocos meses después de la inauguración de la nueva sede, ocupa la dirección la doctora María Teresa Freyre de Andrade, iniciándose un período de transformaciones estructurales, y diversificación y desarrollo de nuevas actividades culturales en medio de un proceso encaminado a acercar a los jóvenes, a los estudiantes, a los intelectuales y profesionales, a la población toda al disfrute de la lectura, de la investigación y la incorporación de conocimientos. Es aquella, sin duda, una etapa hermosa en el acontecer de la Biblioteca Nacional José Martí.
De entonces acá distinguidos intelectuales han desempeñado la dirección de la institución, infinidad de ilustres invitados nacionales y extranjeros la han visitado en calidad de conferenciantes; conciertos, charlas, cursos, exposiciones de pintura y otras manifestaciones artísticas han conformado el voluminoso listado de actividades gratuitas para los concurrentes.
Pero hay algo más, y muy importante para el usuario: la amplitud del número de servicios (incluida una sala para invidentes), el enriquecimiento en el perfil de las disciplinas que han ido abarcando los fondos de la biblioteca, la magnitud de saberes allí congregados y al alcance de los usuarios, en la hoy día catedral del saber en Cuba… que ahora llega a sus 122 años. ¡Felicidades pues!
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