
Para Yornel Martínez
No suele ser un hecho muy común que los poetas escriban libros de poesía y esto, según se quiera entender, a dos, o a cuatro manos.
Sé de otras materias (géneros otros) donde los autores extreman sus esfuerzos y el resultado termina por completar una obra de valores mucho más que utilitarios.
En tal sentido conozco los cuentos de Borges y Bioy Casares: Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), Dos fantasías memorables (1946) o las llamadas Crónicas de Bustos Domecq (1967). La motivación para tal empresa puede encontrarse en palabras emitidas por el propio Jorge Luis en algún lugar, y lo cito:
(QUOTE) Hacia 1884, el doctor Henry Jekill, mediante un modus operandi que se abstuvo de revelar, se transformó en el doctor Hayde. Era uno y fueron dos (años después, algo muy semejante ocurriría con Dorian Gray). El arte de la colaboración literaria es el de ejecutar el milagro inverso: lograr que dos sean uno.
Se en el caso de Borges de otras colaboraciones con otros autores como Antiguas literaturas germánicas de la que no logramos entrever el por qué, aunque pudiéramos sospecharlo, acabó por abominar de ellas.
En filosofía contamos con el hecho, paradigmático, además, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Tres fueron sus agraciadas experiencias independientemente de lo que pudiera pensar (provocar y, quien quita que con razón) el malicioso de Alan Sokal[i]. Kafka. Por una literatura menor (1975), El anti-Edipo (1972), y Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (1988). He aquí parte de la justificación que conminara al binomio Deleuze-Guatary a tamaña empresa:
El Anti-Edipo lo escribimos a dúo. Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos. Hemos distribuido hábiles seudónimos para que nadie sea reconocible. ¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por rutina, únicamente por rutina. Para hacernos nosotros también irreconocibles (…) Y además porque es agradable hablar como todo el mundo y decir el sol sale, cuando todos sabemos que es una manera de hablar. No llegar al punto de ya no decir yo, sino a ese punto en el que ya no tiene importancia decirlo o no decirlo. Ya no somos nosotros mismos[ii].
En 1969, cuatro fueron los que se refugiaron en los bajos del Hotel Saint-Simon (no es difícil imaginar que pudo ser en París) y lo que terminaron por facturar dicen que fue visto a la luz pública allá por 1971. ¿Su título? Renga. Asumido por Octavio Paz, Edoardo Sanguinetti, Jacques Roubaud, John Cage y Charles Tomlinson es un resultado del que habría que significar que no se ha vuelto a repetir, hasta donde sabemos, con otros autores.
Aun cuando ellos mismos, al término del encuentro, habían acordado volver a encontrarse «del lunes en un año», frase tan intrincada en sí (en inglés, sobre todo: A year from Monday) que pocos o nadie hubieran imaginado que acabaría por cumplir tanto con las exigencias de un título de John Cage hacia 1969 y nada más. ¿Qué cuatro fueran uno? El renga tiene sus exigencias que aquí demoraría explicar.
Una pregunta que no estaría mal que se abordara es la reticencia entonces del porqué de los poetas a la hora de evitar trabajar la poesía en colaboración. Puede que como siempre han sostenido algunos el oficio de escritor es el oficio más solitario del mundo (García Márquez)… O: la gente a la que Dios o la naturaleza destinan a ser escritores encuentran sus propias respuestas, pero para los que tiene que preguntar es imposible la ayuda (Raymond Chandler). O: la poesía es, para decirlo en palabras de otro de los míos (el filósofo y poeta cubano Juan Carlos Zamora) un cúmulo de vi-si-ta-cio-nes que tú no puedes alterar…
Cuando se trata de un arte de vanguardia (poesía mediante) no son pocos los que suelen festejar, sin «saberlo», un prejuicio antiquísimo: La neofobia, de la cual me abstengo de tener que descomponer hic et nun.
De cualquier modo, esta vez gana la posibilidad poco divulgada de dos que casi llegan a ser uno: la del poeta que fue Paul Éluard (1895-1952) y el pintor que resultó ser Max Ernst (1871-1976).
Luego de su paso por el Dadá, Éluard y Ernst, llegaron a constituir dos de los muchos portentos que ayudaran a sostener el movimiento surrealista (superrealismo era el nombre de este último en un principio) que en más de una ocasión aunaron voluntades (y emociones más que otra cosa) a la hora de producir ARTE, y para que no haya dudas dejémoslo escrito así con mayúscula.
Momentos hubo en que Ernst dio la ilustración de cubierta a libros del primero como Repeticiones (1922), y Morir de no morir (1924) pero ya antes, en 1921, hicieron por legarnos con Las desgracias de los inmortales, un asombro verdadero donde al escribirlo a dúo la redacción final termina por atribuírsele a Paul si bien Max pasa por aportar los definitivos y por qué no decir ¿raros? y enigmáticos collages.
Abanicos rotos
Los cocodrilos de hoy en día ya no son cocodrilos. ¿Dónde están aquellos buenos aventureros de antes que os colgaban en las narices minúsculas bicicletas y bonitos caireles de espejo? Siguiendo la velocidad del dedo, los corredores de los cuatro puntos cardinales se hacían cumplidos. ¡Qué placer era entonces apoyarse con graciosa desenvoltura sobre esos agradables ríos salpimentados de palomas y pimienta!
Ya no hay verdaderos pájaros. Las cuerdas tendidas por la noche en los caminos de regreso no hacían tropezar a nadie, pero en cada obstáculo falso había sonrisas que aumentaban un poco más las ojeras de los equilibristas. El polvo tenía olor a rayo. En otro tiempo, los buenos peces de antes iban a los natatorios con hermosos zapatos rojos.
Ya no hay verdaderas hidrocicletas, ni microscopía, ni bacteriología. Palabra, los cocodrilos de hoy en día ya no son cocodrilos.
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NOTAS
[i] Ver Alan Sokal, Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica detransformadora de la gravedad cuántica Pág. 9 y a continuación, del propio Sokal, Epílogo (remitido a «Social Text») pág. 43 en La balsa de la Medusa revista trimestral número 45-46, 1998. España.
[ii] Gilles Deleuze y Félix Guattari Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia pág. 9 ed. Pre-textos, 2008
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