Voy a nombrar las cosas, los sonoros
Altos que ven el festejar del viento,
Los portales profundos, las mamparas
Cerradas a la sombra y al silencio.
(…)
Y nombraré las cosas, tan despacio,
Que cuando pierda el paraíso de mi calle
Y mis olvidos me la vuelvan sueño
Pueda llamarlas de pronto con el alba.1
Son las estrofas primera y última de uno de los poemas más conocidos escritos por Eliseo de Jesús de Diego y Fernández Cuervo, quien nació en La Habana el 2 de julio de 1920 y cumplirá cien años dentro de unos meses. El breve lapso que nos separa de esa fecha no justificaría que ahora dejemos «en las oscuras manos del olvido» el centenario de uno de los poetas más importantes de Cuba y de la lengua hispana. Lo que comparto con ustedes no es una ponencia, sino mi modesto homenaje al poeta que nos legó «el tiempo, todo el tiempo».
La obra de Eliseo Diego abarca, por supuesto, su poesía, pero también ensayo, narrativa, literatura infanto-juvenil y traducciones. En la Calzada de Jesús del Monte (1949); Por los extraños pueblos (1958); El oscuro esplendor (1966); Divertimentos y versiones (1967); Noticias de la quimera (1975); Los días de tu vida (1977); Inventario de asombros (1982); El libro de quizás y de quién sabe (1989) y Conversación con los difuntos (1991) son solo unos pocos títulos entre su abundante bibliografía. Libros suyos han sido traducidos al alemán, húngaro, inglés, italiano, polaco, ruso, francés y portugués. Eliseo recibió en 1986 el Premio Nacional de Literatura de Cuba por el conjunto de su obra; en 1992, la Universidad del Valle de Cali, Colombia, le otorgó un doctorado Honoris Causa, y en 1993 fue distinguido con el Premio Juan Rulfo de literatura latinoamericana y caribeña, en México.
Siendo una joven estudiante de Lengua Alemana, tuve la suerte de poder visitar a Eliseo en su primera casa del Vedado, y me impresionó perdurablemente aquel señor alto y elegante de barba y guayabera que me atendió con amabilidad, leyó los dos o tres poemas que le llevé, me animó a seguir escribiendo y me invitó a visitarlo de nuevo. Cosas de juventud: siempre quise volver, pero me lo impidieron los afanes de la carrera que estudiaba y quién sabe qué otras minucias que ya no recuerdo.
Al paso de los años, la vida me acercó de nuevo a Eliseo por medio de un proyecto común realizado en 2017 con la entonces representante en Cuba del Instituto Camões, Natividade Lemos. Juntas emprendimos la tarea de traducir, cada una a su idioma, a dos grandes poetas de los ámbitos lusófono e hispano, y así surgió el libro Eugénio & Eliseo, una historia de amores cruzados, en el que reunimos mi traducción al español del poemario El peso de la sombra, de Eugénio de Andrade, y la que realizó Natividade al portugués de El oscuro esplendor, de Eliseo Diego.
Durante la preparación del libro, Natividade y yo visitamos en varias ocasiones a la hija del poeta, Josefina de Diego, quien colaboró con nosotras en todos los sentidos, incluida la cesión de los derechos para la edición. En el gran despacho donde ya no estaba Eliseo (¿o sí?), y donde se conserva una parte de su gran biblioteca, los cuadros de su hijo Rapi y una profusión de fotos de los Diego-García Marruz, nos reuníamos a conversar con Fefé, guardiana de la memoria familiar, quien nos iba explicando qué autores prefería su padre y por qué había traducido a algunos de ellos.
Entre las traducciones de Eliseo, que son muchas y muy conocidas, me llaman la atención las que hizo de sus propios poemas al inglés, pero sobre todo las versiones que recogió en el libro Conversación con los difuntos, publicado en primera edición por Ediciones del Equilibrista, México, 1991, y reeditado en 2016 por Ediciones Holguín: poemas de doce autores que escribieron en lengua inglesa, en una línea temporal que va desde el siglo XVII hasta el XX, seleccionados por nuestro poeta entre sus «amigos» de diferentes épocas. Andrew Marvell, Thomas Gray, Joseph Blanco White, Robert Browning, Coventry Patmore, Ernest Dowson, Rudyard Kipling, G. K. Chesterton, Walter de La Mare, Edna St.Vincent Millay, William Butler Yeats y Langston Hughes, nos convocan desde estas páginas en la voz de Eliseo.
Como expresa el seleccionador y traductor en el prólogo:
Todos me hablaban en inglés, idioma muy distinto al nuestro. Sin embargo, ¿no desea uno siempre compartir sus hallazgos de amistad con los que ama? Y así he pedido a mis amigos distantes que me permitiesen siquiera un eco en español de los consuelos, alegrías, deslumbramientos, susurrados por ellos a mi oído.
Toda traducción es imposible, ya lo sabemos. Pero también la poesía es imposible y no vacilamos en acometerla con audacia y temor y a veces hasta con no mala fortuna. Mis puntos de vista en torno al fascinante aspecto del proceso creador que llamamos traducción no pueden ser más simples, como corresponde al ingenio lego que soy por naturaleza (…) Una buena traducción, me parece, no puede aspirar a más que a evocar una sensación similar a la del original en la nueva materia idiomática donde ha encarnado.2
Los poemas de cada autor incluido en el libro van precedidos por una breve presentación en la que Eliseo ofrece algunos datos biográficos del «amigo» a quien ha traducido, y a veces también algunas consideraciones sobre la versión realizada o sobre traducción en general, en las que vale la pena detenerse:
La versión a la que me atrevo aquí no es sino el eco dejado a través de los años en mi corazón de habla española por sus palabras inglesas. Aquello que uno aprende a amar en otro idioma, ¿no se vuelve, de algún modo, nuestro, y no susurra acaso dentro de la entraña con el rumor del ser propio? No pretendo más que haber atendido a ese rumor tan intensamente como lo permitió mi torpeza (…).3
La modestia del poeta-traductor le hace hablar de su torpeza cuando los lectores nos enfrentamos a un libro que es una verdadera joya, no solo por la maestría de las versiones, sino por la originalidad de la selección, que no toma en cuenta la mayor o menor fama de los poetas elegidos, y por las magníficas notas introductorias a cada autor.
De Ernest Dowson (1867-1900) dice Eliseo que fue un joven desdichado para el que no hubo madurez ni final feliz. A manera de conclusión de este pequeño homenaje quisiera leer un poema en el que Dowson canta a una joven a quien llama Cínara (y que lleva un largo título en latín del que voy a prescindir aquí). Me parece que no hay mejor comentario a las traducciones de Eliseo que disfrutar de una de ellas.
Anoche entre sus labios y los míos
cayó tu sombra, Cínara, tu aliento,
entre el vino y los versos sobre el alma,
y enfermo fui de algún amor antiguo
e incliné mi cabeza, desolado.
Te he sido fiel a mi manera, Cínara.
En mí su vida ardió la noche entera,
en sueño y en amor entre mis brazos,
dulce su boca roja que comprara;
y enfermo fui de algún amor antiguo
al despertar y ver qué gris el alba.
Te he sido fiel a mi manera, Cínara.
Mucho olvidé, que el viento se ha llevado,
y rosas, rosas arrojé al tumulto
para librarme de tus lirios idos,
y enfermo fui de algún amor antiguo
mientras duró la danza inacabable.
Te he sido fiel a mi manera, Cínara.
Pedí furor al vino y a la música,
pero al fin de la fiesta y de las lámparas
cayó tu sombra, Cínara, tu noche,
y enfermo fui de algún amor antiguo
hambriento de los labios deseados.
Te he sido fiel a mi manera, Cínara.4
Notas
1.Eliseo Diego: En la Calzada de Jesús del Monte, Colección Sur, La Habana, 2017, p. 39.
2 Eliseo Diego:Conversación con los difuntos, Ediciones Holguín, 2016, pp. 7-8.
3. Ibídem., p.18.
4. Ibíd., p. 50.
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