
A veces los libros llegan a quienes los leerán por caminos misteriosos. Nuevo, a pesar de los casi 20 años transcurridos desde su impresión, el poemario anduvo de librero en librero, hasta quedar como uno más en el grupo de la mesa de trabajo, para algún día.
Fue quizá el color océano de su portada, la sugerente imagen de portada, las interpretaciones múltiples del título (El mar me persigue) o el llamativo apellido de la autora (Julia Astoviza) lo que provocó su elección para pasar el rato; pero tropezarse, al hojear, con versos como: Tantos amores muertos / y están vivos, / y tantos nombres vivos / y están muertos, o Vuelvo a ser pájaro de fuego, / atravieso feliz / el firmamento…, hicieron impostergable y definitiva la lectura.
El mar… (Ediciones Unión, 2005) reúne 55 poemas de la escritora y actriz de teatro, radio y televisión, nacida en La Habana en 1929, quien en 2001 recibiera la Distinción Por la Cultura Nacional. Son textos de una fuerza tremenda, en los que es innegable la sensibilidad que la interpretación poética de la vida otorga (o quizá sea al revés).
Una búsqueda rápida en internet sobre Julia Astoviza, quien también —se afirma en la nota de contraportada— escribió numerosos guiones para radio, arroja escasos resultados, casi nada. Hay que darle la razón a Miguel Barnet, quien en el prólogo apunta que ella, imagen subyugante y magnética de la escena teatral cubana, «culta, sin falsos ropajes, pero de talento intelectual sólido», atravesó décadas del teatro y la literatura cubanas «con una humildad digna de admiración».
Y ya que el teatro es «efímero y evanescente, ingrato y olvidadizo», es en la poesía «donde su talento ha logrado perpetuarse en el tiempo».
Del poder eternizador de la palabra, dice la poeta en «¡Qué peligro!»: Escribir un poema es perpetuarse, / perpetuarse en la mesa de un café, / en la sonrisa de los fieles amigos / que son pocos, en la sombra de un flamboyán. / Escribir un poema sobre el amor es tremendo, / puede ser una aventura mental, un acto insólito, / puede ser como hablar con un fantasma querido, / puede ser tan vital como la Oda de la Alegría / del sordo músico genial nunca olvidado, / puede ser una trémula gota de rocío. / Perpetuarse en un poema, ¡qué peligro!
En textos como «Pasean los poetas», «El parque de José Ramón Rodríguez», «Lluvia», «Vamos girando», y «Se detuvo», advertimos la nostalgia, el diálogo con el universo y con el dolor del mundo, la huella del tiempo y la autoconciencia de fragilidad en una mujer que dice «no soy Jorge Luis Borges», pero aspira a elevarse sobre la debilidad y sobre su «ojo derecho opaco gravitando en la sombra».
¡Qué distantes estamos / de la exacta belleza!, se lee justo al final del poemario; sin embargo, este libro nos la acerca muchas veces y ratifica que la poesía es un don que enaltece lo mejor de lo humano, para siempre.
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Texto tomado de Granma
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