Sus restos reposan en el cementerio Santa Ifigenia, de esta ciudad. Abogado, poeta, músico y patriota, Perucho formó parte, junto a Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio, del Comité Revolucionario que en Bayamo apoyó el levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, primera gran gesta independentista cubana contra el colonialismo hispano.
Pedro Figueredo y Cisneros, había nacido en Bayamo el 18 de febrero de 1819. Por sus méritos, llegó a ser Jefe del Estado Mayor y Subsecretario de Guerra de la República en Armas. Antes se había distinguido como antiesclavista y contrario al dominio de España en Cuba, actitud por la cual sufrió prisión.
Su vertical posición independentista, se puso de manifiesto cuando expresó su decisión de unirse a Carlos Manuel de Céspedes y marchar con él a la gloria o al cadalso. En la ciudad de Bayamo, montado sobre su caballo y en medio del fragor de la lucha, escribió las notas del Himno Nacional Cubano, estrenado el 20 de octubre de 1868 y el cual proclama que «Vivir en cadenas es vivir en afrenta y oprobio sumido» y que «Morir por la Patria es vivir».
Durante la toma de Bayamo por los soldados del Ejército Libertador, la abanderada fue Candelaria Figueredo Vázquez, su hija, quien se sumó a la lucha en el monte y al ser hecha prisionera fue enviada hacia los Estados Unidos, donde permaneció hasta el cese del poder español en su tierra. De regreso a Cuba, falleció en enero de 1920.
Luego del incendio de Bayamo —ciudad incinerada por los patriotas antes que entregarla al poder colonial español— Perucho Figueredo marchó a la manigua. Allí enfermó de tifus y las lesiones en los pies le impedían caminar. En esas condiciones fue hecho prisionero y conducido luego a Santiago de Cuba, donde fue juzgado, sancionado a pena de muerte y fusilado pocos días después de su apresamiento.
Recoge la historia que las autoridades españolas, para mancillar el honor del patriota, como él no podía caminar, lo condujeron hasta el lugar del fusilamiento montado en un asno. A tal ofensa, Perucho respondió diciendo que no era el primer patriota que montaba en ese tipo de cabalgadura.
Antes de la ejecución, las autoridades coloniales, desconociendo los valores de Perucho, le propusieron perdonarle la vida si hacía dejación de la lucha, lo cual fue rechazado con hidalguía por el insigne cubano, quien expresó que sentía la muerte «Solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra redentora que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos». Y una sentencia suya fue confirmada por la historia: «¡España ha perdido a Cuba!
¡Morir por la Patria es vivir!», expresó en sus últimos instantes de existencia el patriota. Esas palabras, lejos de perecer acribilladas por las balas de los enemigos, resurgió con mayor fuerza y se multiplicó en los campos de batalla, como símbolo de una decisión que, generación tras generación, se hizo patrimonio de los cubanos hasta su libertad definitiva y adquiere hoy mayor dimensión ante las actuales amenazas, esta vez contra un enemigo más brutal y traicionero que trata por cualquier medio de destruirnos: el imperialismo norteamericano.
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Tomado de Periódico Sierra Maestra
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