
Juan Clemente Zenea Fornaris (Bayamo, Granma, 24 de febrero 1832 – La Habana, 25 de agosto de 1871), poeta cubano que retomó el romanticismo marcando una nueva línea en la poesía hispanoamericana. En 1846 publicó sus primeros poemas en el periódico habanero La Prensa. Se dice que el poeta tenía una personalidad muy fuerte y un folletín suyo aparecido en esta publicación provocó que el Obispado lo excomulgara.
En colaboración con José Fornaris y Rafael Otero dio a conocer La mujer ¿Es un ángel? ¡No es un ángel! ¿Sí será o no será? Poemas suyos fueron incluidos en la recopilación El laúd del desterrado (poesía) y durante su destierro fue colaborador de numerosas publicaciones de la época; entre ellas, La voz de América, El Diario Oficial, de México y La Revolución. Entre sus obras publicadas están Poesías (1855), Lejos de la patria. Memorias de un joven poeta (1859), Cantos de la tarde (1860) y Sobre la literatura de Estados Unidos (1861).
Al regresar a Cuba y luego de una entrevista con Carlos Manuel de Céspedes, para entoces Presidente de la República en Armas, fue sorprendido por una columna española y encarcelado. Tras ochos meses de incomunicación en la Fortaleza de La Cabaña fue fusilado.
Las 16 composiciones que integran Diario de un mártir las escribió en prisión. Compartimos las tres primeras partes de esos versos.
Diario de un mártir
I
Gracias
Si después que yo muera, al hogar de un amigo mi huérfana infeliz y pordiosera llega implorando protección y abrigo; y albergue hospitalario encuentra en sus desgracias, yo saldré del sepulcro solitario y al buen amigo le daré las gracias.
II
El 15 de enero
¡Ah, cuántas veces! —¡Una vida entera!— Al llegar este día, despertaba mi hermosa compañera sonriendo de esperanza y de alegría. Era que entonces recordaba, cuando rendida el alma ardiente, en una hora feliz puse temblando la corona nupcial sobre su frente. Y hoy, al abrir sus ojos, ¡qué amargura! ¡Oh! ¡Cómo habrá sufrido! al comparar su inmensa desventura con las delicias del placer perdido. En bello porvenir albas hermosas yo tierno le anunciaba y al renovar los lirios y las rosas incienso y mirra en el altar quemaba. Era todo placer, fiesta solemne. Y un ángel Dios quería que encendiese la lámpara perenne que ante la imagen de mi amor ardía. Nunca turbamos con el ceño adusto la paz del sentimiento; y nos bastaban para dicha y gusto modesta casa y corazón contento. La postrera ocasión que así nos vimos, libre el alma de engaños, en el gozo habitual nos prometimos saludar el mejor de nuestros años, y así seguir sin vanidad ni orgullo, cuidados ni temores, viendo el tiempo correr sin un murmullo como un agua que corre entre las flores, y al apagar la juventud su fuego, ver en tarde callada el tibio sol de la vejez... y luego su tumba al lado de mi tumba helada. Y soñamos al fin de humanas cuitas. Dos cruces y dos losas; sobre mi cruz humildes margaritas, sobre su cruz fragantes tuberosas. Mas no vimos al ver tantas bondades y bendecir al cielo, las aves que presagian tempestades tras nuestra barca en fugitivo vuelo. Y llegó la tormenta: —se ennegrecen los densos nubarrones; las olas con las olas se enfurecen, silban y braman rudos aquilones; ¡y nos hunden, mi bien, hados impíos en un momento aciago! ¡Y en el revuelto mar, yo con los míos en esta noche de dolor naufrago!
III
Hasta el cielo
Cesaron, ¡oh mi Dios!, las alegrías del amor terrenal con sus anhelos. Y ya empezaron a correr los días del santo amor que seguirá en los cielos. Conmigo seguirá, si por los vagos espacios de la tumba, en paz y calma navega el hombre en bonancibles lagos, y un viaje inmortal emprende el alma. Y ¡oh! nunca borre caprichosa suerte la imagen ¡ay! que tu memoria encierra; para amarte en el seno de la muerte como tú me amarás desde la tierra. Pero si quieres despertar mis celos, y ni en tu mente alguna vez me nombras, en la homérica selva de asfodelos irá mi sombra a atormentar las sombras. Mas no me olvidarás —que no se olvida una como la nuestra, larga historia; ¡y al decirnos adiós en esta vida nos dijimos adiós hasta la gloria!
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