A Alberto Acosta-Pérez (La Habana, 1955-2012) lo recordaré siempre no solo por sus poemas sino por su desempeño en el área de las relaciones públicas del Gran Teatro de La Habana. Por años, él fue la persona encargada de atender a los que en funciones de nuestra labor periodística asistíamos a la instalación de Prado y San Rafael.
Como era un verdadero creador, sabía tratar con sumo respeto a todos los que le buscábamos a fin de asegurar una localidad para determinada función artística que pretendíamos cubrir. En esos intercambios, nunca le escuché ni supe de una mala respuesta sino todo lo contrario.
Ya como poeta, cabe asegurarse que con un discurso poco ansioso de irrupciones violentas (algo que le diferenciaba de sus contemporáneos), Alberto Acosta-Pérez fue uno de los adelantados de su generación. Con vivificantes influencias de escritores como Octavio Paz, Luis Cernuda, Cavafis, Anna Ajmátova, Dulce María Loynaz, Sylvia Plath o Pere Gimferrer, entre sus principales logros cabe mencionar el haber ganado el premio internacional de poesía Gerardo Diego en 1989, el Pinos Nuevos en 1996 y el de la Crítica Literaria en 2002.
Con su plaquette ¡Éramos tan puros!, de 1990, se unió al breve grupo que por aquel entonces empezaba a escribir sobre el homosexualismo en la literatura cubana sin ambages de ningún tipo. Importante en el quehacer de Alberto resultó su aproximación a Gastón Baquero. Así, los ecos de la obra del autor de «Saúl sobre la espada» y el «Testamento del pez» se perciben en el largo poema de Acosta-Pérez denominado «Isla».
Entre los libros que publicó están Como el cristal quemado, La noche de Paolo, Alabanza del sueño, Monedas al aire, Música vaga (Premio de la Crítica), Fotos de la memoria y Experiencias de amor correspondido. Poco después de su muerte, Ediciones Unión puso en el mercado una selección de toda su obra poética, con títulos como «California», «La balada de Jack y Ennis», «Fin de siglo», «Lamentación» e «Isla», algunos de los cuales son reproducidos a continuación.
Poemas de Alberto Acosta-Pérez
Fin de siglo
Nosotros los de entonces ya no somos los mismos.
Pablo Neruda
Aquí estoy en medio de la Plaza haciendo fotos para la memoria hurgando bajo las camisetas hinchadas por el odio con la esperanza de encontrar algún niño que me tienda la mano. En medio de la plaza construyendo poemas para no sentir miedo, para no estar dormido cuando se abran las semillas, para levantar la lámpara y alumbrar los rincones con la pureza y el aplomo de quien nada espera, solo la satisfacción de no rendirse nunca, a pesar de las evidencias.
Lamentación
Yo no tengo un amigo yo no puedo decir: este es mi techo mi árbol este es mi pan Yo no tengo un amigo que me diga —soy tu hamaca descansa Soy tu fuego come No tengo una sombra de aguas tranquilas para refrescar mi pie y besar a mi hijo. Yo no tengo un hijo que me pida un beso ni un amor pequeño o solitario que piense alguna vez que estoy llorando. Yo no tengo un sitio para decir es mío y será tuyo si quieres plantar aquí tu árbol no tengo ni siquiera un perro de ojos trágicos con pequeñas luces para acompañar mi sueño (si es que alguna vez logro dormir). Yo no tengo a nadie que me mire y piense: —es feo pero por dentro está lleno de hermosas señales Nadie para trenzar mis cabellos ahora antes de que muera definitivamente. Y si no tengo nada si no tengo a nadie ¿dónde está entonces esa felicidad que me había prometido?
Destino
Absorto en la triunfal desarmonía de este cuerpo que no tiene otro destino que morir, y tal vez exhalar una o dos líneas hermosas sobre el papel, me pregunto si todo estuvo mal, si no hubo otro camino. No son dulces los antiguos recuerdos sino espadas que se hincan y dejan al aire los tendones. ¿Adónde marcha la belleza que se borra? ¿Adónde voy yo mismo? Solo hay una certidumbre: no nos veremos más allá, no nos inclinaremos juntos otra vez sobre la hierba, nuestros rasgos no se confundirán de nuevo en el espejo. Como cualquier criatura nos pudriremos solos al borde del camino, entre dos pulsaciones, con un clavo de oro hincado en las espaldas.
Isla
Yo soy quien vela el trazo de tu sueño.
Gastón Baquero
Yo te amo isla aunque seas un límite tejido y destejido gravándome la sombra llevándose el verano en una hoja negra y traslúcida aun cuando frágil juegas en los dedos de la lluvia y te padezco en mi memoria y me presiento libre porque tu corazón es un bosque de furias y benevolencias. Yo te amo isla fuerza y moneda entre los dedos invitando a la sublevación de los cuerpos en los que yo sé que me repito en los que yo sé que existo cuando la noche renueva el cristal de su mejilla y nace súbita haciéndome sentir que nunca me abandonas que me inventas que me finges jardines y cristales en la pequeña eternidad de arena e inocencia donde tú me posees mejor y para siempre. Yo te amo isla aun cuando el sueño me obliga a disolverte escanciando arena entre nosotros aun cuando hasta las cuerdas inventadas donde sobrevivo se deshacen y dejamos de ser esos dos personajes de una misma película dos seres que yo siento ahora como una vocación extraña y definitiva aun cuando jugando al escondite nosotros perdimos ese algo que se yergue y acaba haciéndonos igual a los demás hombres. Yo te amo isla conspiración en la conspiración fuerza en la fuerza llena de dardos y sonidos. Nadie lo sabe todo mejor que tú. Yo te amo ínsula ¡quién viene a lamer en mi cara tu pasado la extraña indiferencia de par en par abierta como un hombre o un país o un manojo a medio despertar! Yo te amo ínsula donde familias tonsuradas con un hijo plantado en el desierto o en la selva me hablan sólo de la gloria y la paz de los museos y los cuerpos extendidos levemente de una boca a otra boca propagan esas manchas increíbles que asustan como muros o niños asesinos. Yo te amo isla espía de mi esfuerzo y de mi vida porque ríes en la luz amarilla del espejo y me haces recordar que he sido amenazado por un gesto superviril que me he perdido en una red vacía que estoy enfermo de flores ácidas que así responde un niño ante una trampa o una marca. Yo soy un silencio de voces reunidas de muertos amigos repitiendo la turbia indiferencia soñando siempre la belleza de algún lugar remoto algo como París o la irrealidad la alta ceniza que llenará las bocas. Sí el mundo es un bello libro donde leer cómo huele una época para descifrar a través de sus carbones el sentido último del delirio o la tristeza. Sí justo cuando lo maduro y lo imposible arrancan un pez al paraíso y la adrenalina rellena los cuerpos aplastados y los hipocampos y los jardines invisibles y los rumores enemigos tiemblan en su origen he creído verte uniendo los dedos en una orquídea o en un Cristo adolescente que escribe nombres a lo largo de la costa con un dedo tan agudo como una fibra de ballesta. Yo te amo ínsula ruiseñor ensimismado en la vigilia arrasado en la nube crujidora pero quisiera que me miraras como si no existiese. Yo nací deshabitado. Ah ínsula que entras al poema y te conviertes en su centro en su rey imaginario en el súbito horizonte en mi rostro en el caballo de la muerte yo quisiera sentirme y perderme en las raíces jinetes de los muros en la ciudad que recorren los cuerpos fosforescentes y capaces de llorar en las piedras la flauta el estero en la fruta de escarcha en el padre loco y su cuchillo en el rectángulo de aguas donde vive la luna. Yo soy esa historia tan serena de ser dos de ser lana y niño maldormido pobres muros vagas llamadas telefónicas alguien que se despide como si tras la puerta hubiera siempre un maëlstrom o una flor carnívora (Soy un poeta de la mano izquierda y esa noticia partirá mi memoria en dos pedazos.) Yo te amo ínsula a esas horas suntuosas cuando las miradas son tulipanes amarillos y después sin una excusa tenga o no tenga estas ganas enormes de abrazar. Yo te amo ínsula estoy en ti sepultado bajo el bello peso de tu cuerpo sarmentoso y de jugos oscuros estoy muriendo hablando de otro tipo de desnudez y perderme en el aliento de tu cielo sentir la sombra de tu ángel ser tu criatura gemidora los ojos inventados una tarde sobre el mar el gigante que te mira a la cara fijamente y te levanta febril sobre la muerte. ¡Ah isla vine a contemplarte mientras persistes como un dios en cuyo cuerpo se olvidan esos juegos de luces contra natura donde yo sé que existimos!
Big Bang
Toda la materia del universo está en ese punto debajo
del omóplato
donde tú me has mordido tantas veces.
Palabras adecuadas
Tudor Arghezi
Yo no quise cantar ni al amor, ni al país ni a mí mismo,
pero todos,
el amor, el país, yo mismo,
en una bocanada fatal
a mi través se alzaron
y como deidades invencibles,
por encima del miedo,
deslizaron en mi boca
las palabras adecuadas para herir y amar,
más altas que el invierno,
más fuertes,
más perennes que el diamante;
palabras que cerraron las puertas de la huida
y cruzaron mi corazón de una cuchillada
y se escribieron solas,
contra mi voluntad de ser totalmente libre,
contra mi raciocinio,
e incluso a veces
contra mi propio corazón!
***
Tomado del blog Miradas desde adentro
Leer también:
- “Isla, de Alberto Acosta-Pérez” por Virgilio López Lemus
- “La poesía de Alberto Acosta-Pérez cuando se acerca abril y su aniversario”, por Caridad Atencio
- “Diez años sin Alberto Acosta-Pérez”, por Virgilio López Lemus
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