
Sobre el autor
Julio Herrera y Reissig (Montevideo, 9 de enero de 1875-ibídem, 18 de marzo de 1910) fue un poeta y ensayista uruguayo iniciado en el romanticismo tardío y líder de la vanguardia modernista en la literatura uruguaya.
Un hito muy importante en su vida artística es la publicación de su primer poema «Miraje» en 1898. Samuel Blixen, crítico literario, lo elogia y lo incentiva, un año más tarde, en 1899 a fundar La revista, periódico quincenal. A partir de 1900, conduce conjuntamente con Roberto de las Carreras reuniones literarias desde el ático de la mansión familiar en Montevideo, conocida como Torre de los Panoramas. Allí empieza la evolución desde el romanticismo hacia la vanguardia modernista y surrealista que lo convertiría póstumamente en una referencia obligada de la poesía latinoamericana de la época, junto a Leopoldo Lugones, Ricardo Jaimes Freyre y Salvador Díaz Mirón.
La obra principal de Julio Herrera y Reissig es fruto de los diez últimos años de su vida. Sus primeros poemas, hasta 1900, siguen la línea de una poesía patriótica y romántica, sin rasgos de su personalidad poética. Muere en Montevideo a la temprana edad de 35 años, mientras que la publicación de sus obras y el consecuente reconocimiento literario se producirá años después.
Selección de poemas
Amor sádico
Ya no te amaba, sin dejar por eso de amar la sombra de tu amor distante. Ya no te amaba, y sin embargo, el beso de la repulsión nos unió un instante... Agrio placer y bárbaro embeleso crispó mi faz, me demudó el semblante, ya no te amaba, y me turbé, no obstante, como una virgen en un bosque espeso. Y ya perdida para siempre, al verte anochecer en el eterno luto, mudo el amor, el corazón inerte, huraño, atroz, inexorable, hirsuto, jamás viví como en aquella muerte, nunca te amé como en aquel minuto!
Bromuro
Burlando con frecuencia el vasallaje de la tutela familiar en juego, nos dimos citas, a favor del ciego azar, en el jardín, tras el follaje... Frufrutó de aventura tu aéreo traje, sugestivo de aromas y de espliego... y evaporada entre mis brazos, luego, soñaste mundos de arrebol y encaje... Libres de la zozobra momentánea ―sin recelarnos de emergencia alguna― en los breves silencios, oportuna te abandonabas a mi fe espontánea; y sobre un muro, al trascender, la luna nos denunciaba en frágil instantánea.
Consagración
Surgió tu blanca majestad de raso, toda sueño y fulgor, en la espesura; y era en vez de mi mano ―atenta al caso― mi alma quien oprimía tu cintura... De procaces sulfatos, una impura fragancia conspiraba a nuestro paso, en tanto que propicio a tu aventura llenóse de amapolas el ocaso. Pálida de inquietud y casto asombro, tu frente declinó sobre mi hombro... Uniéndome a tu ser, con suave impulso, al fin de mi especioso simulacro, de un largo beso te apuré convulso ¡hasta las heces, como un vino sacro!
Decoración heráldica
Señora de mis pobres homenajes. Débote siempre amar aunque me ultrajes. Góngora
Soñé que te encontrabas junto al muro glacial donde termina la existencia, paseando tu magnífica opulencia de doloroso terciopelo oscuro. Tu pie, decoro del marfil más puro, hería, con satánica inclemencia, las pobres almas, llenas de paciencia, que aún se brindaban a tu amor perjuro. Mi dulce amor que sigue sin sosiego, igual que un triste corderito ciego, la huella perfumada de tu sombra, buscó el suplicio de tu regio yugo, y bajo el raso de tu pie verdugo puse mi esclavo corazón de alfombra.
Desolación absurda
A Paul Minelly, francesamente. Je serai ton cercueil, aimable pestilence!...
Noche de tenues suspiros platónicamente ilesos: vuelan bandadas de besos y parejas de suspiros; ebrios de amor los céfiros hinchan su leve plumón, y los sauces en montón obseden los camalotes como torvos hugonotes de una muda emigración. Es la divina hora azul en que cruza el meteoro, como metáfora de oro por un gran cerebro azul. Una encantada Estambul surge de tu guardapelo, y llevan su desconsuelo hacia vagos ostracismos floridos sonambulismos y adioses de terciopelo. En este instante de esplín, mi cerebro es como un piano donde un aire wagneriano toca el loco del esplín. En el lírico festín de la ontológica altura, muestra la luna su dura calavera torva y seca, y hace una rígida mueca con su mandíbula oscura. El mar, como gran anciano, lleno de arrugas y canas, junto a las playas lejanas tiene rezongos de anciano. Hay en acecho una mano dentro del tembladeral; y la supersustancial vía láctea se me finge la osamenta de una Esfinge dispersada en un erial. Cantando la tartamuda frase de oro de una flauta, recorre el eco su pauta de música tartamuda. El entrecejo de Buda hinca el barranco sombrío, abre un bostezo de hastío la perezosa campaña, y el molino es una araña que se agita en el vacío./¡Deja que incline mi frente en tu frente subjetiva, en la enferma, sensitiva media luna de tu frente, que en la copa decadente de tu pupila profunda, beba el alma vagabunda que me da ciencias astrales en las horas espectrales de mi vida moribunda! ¡Deja que rime unos sueños en tu rostro de gardenia, Hada de la neurastenia, trágica luz de mis sueños! Mercadera de beleños llévame al mundo que encanta; ¡soy el genio de Atalanta que en sus delirios evoca el ecuador de tu boca y el polo de tu garganta! Con el alma hecha pedazos, tengo un Calvario en el mundo; amo y soy un moribundo, tengo el alma hecha pedazos: ¡cruz me deparan tus brazos; hiel tus lágrimas salinas; tus diestras uñas, espinas y dos clavos luminosos los aleonados y briosos ojos con que me fascinas! ¡Oh mariposa nocturna de mi lámpara suicida, alma caduca y torcida, evanescencia nocturna; linfática taciturna de mi Nirvana opioso, en tu mirar sigiloso me espeluzna tu erotismo, que es la pasión del abismo por el Angel Tenebroso! (Es medianoche). Las ranas torturan en su acordeón un «piano» de Mendelssohn que es un gemido de ranas; habla de cosas lejanas, un clamoreo sutil; y con aire acrobatil bajo la inquieta laguna, hace piruetas la luna sobre una red de marfil. Juega el viento perfumado con los pétalos que arranca, una partida muy blanca de un ajedrez perfumado; pliega el arroyo en el prado su abanico de cristal, y genialmente anormal finge el monte a la distancia una gran protuberancia del cerebro universal. ¡Vengo a ti, serpiente de ojos que hunden crímenes amenos, la de los siete venenos en el iris de sus ojos; beberán tus llantos rojos mis estertores acerbos, mientras los fúnebres cuervos, reyes de las sepulturas, velan como almas oscuras de atormentados protervos! ¡Tú eres póstuma y marchita, misteriosa flor erótica, miliunanochesca, hipnótica, flor de Estigia acre y marchita; tú eres absurda y maldita, desterrada del Placer, la paradoja del ser en el borrón de la Nada, una hurí desesperada del harem de Baudelaire! ¡Ven, declina tu cabeza de honda noche delincuente sobre mi tétrica frente, sobre mi aciaga cabeza; deje su indócil rareza tu numen desolador, que en el drama inmolador de nuestros mudos abrazos yo te abriré con mis brazos un paréntesis de amor!
El abrazo pitagórico
Bajo la madreselva que en la reja filtró su encaje de verdor maduro, me perturbaba en el claroscuro de la ilusión, en la glorieta añeja... Cristalizaba un pájaro su queja... Y entre el húmedo incienso de sulfuro la luna de ámbar destacó al bromuro el caserío de rosada teja... ¡Oh, Sumo Genio de las cosas! Todo tenía un canto, una sonrisa, un modo... Un rapto azul de amor, o Dios, quién sabe, nos sumó a modo de una doble ola, y en forma de «uno», en una sombra sola, los dos crecimos en la noche grave...
El alba
Humean en la vieja cocina hospitalaria los rústicos candiles... Madrugadora leña infunden una sabrosa fragancia lugareña; y el desayuno mima la vocación agraria... Rebota en los collados la grita rutinaria del boyero que a ratos deja la yunta y sueña... Filis prepara el huso. Tetis, mientras ordeña, ofrece a Dios la leche blanca de su plegaria. Acongojando el valle con sus beatos nocturnos, salen de los establos, lentos y taciturnos, los ganados. La joven brisa se despereza... Y como una pastora en piadoso desvelo, con sus ojos de bruma, de la dulce pereza, el Alla mira en éxtasis las estrellas del cielo.
El ama
Erudita en lejías, doctora en la compota, y loro en los esdrújulos latines de la misa, tal ágil viste un santo, que zurce una camisa, en medio de una impávida circunspección devota... Por cuanto el señor cura es más que un hombre, flota en el naufragio unánime su continencia lisa... y un tanto regañona, es a la vez sumisa, con los cincuenta inviernos largos de su derrota. Hada del gallinero. Genio de la despensa. Ella en el paraíso fía la recompensa... Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe ajustándole en chanza las pomposas casullas... y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas comulgan los recortes de las hostias que fríe.
El baño
Entre sauces que velan una anciana casuca, donde se desvistieron devorando la risa, hacia el lago, Foloe, Safo y Cores, deprisa se adelantan en medio de la tarde caduca. Atreve un pie Foloe, bautízase la nuca y ante el espejo de ámbar arróbase indecisa; meneando el talle, Safo respinga su camisa y corre, mientras Ceres gatea y se acurruca... Después de agrias posturas y esperezos felinos, gimiendo un ¡ay! glorioso se abrazan a las ondas, que críspanse con lúbricos espasmos masculinos... Mientras, ante el misterio de sus gracias redondas, Loth, Febo y David, púdicos tanto como ladinos, las contemplan y pálidos huyen entre las frondas.
El despertar
Alisia y Cloris abren de par en par la puerta y torpes, con el dorso de la mano haragana, restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta, por donde huyen los últimos sueños de la mañana... La inocencia del día se lava en la fontana, el arado en el surco vagaroso despierta, y en torno de la casa rectoral, la sotana del cura se pasea gravemente en la huerta... Todo suspira y ríe. La placidez remota de la montaña sueña celestiales rutinas. El esquilón repite siempre su misma nota de grillo de las cándidas églogas matutinas. Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas como flechas perdidas de la noche en la derrota.
Epitalamio ancestral
Con la pompa de brahmánicas unciones, abrióse el lecho de sus primaveras, ante un lúbrico rito de panteras, y una erección de símbolos varones... Al trágico fulgor de los hachones, ondeó la danza de las bayaderas por entre una apoteosis de banderas y de un siniestro trueno de leones. Ardió al epitalamio de tu paso, un himno de trompetas fulgurantes... Sobre mi corazón, los hierofantes ungieron tu sandalia, urna de raso, a tiempo que cien blancos elefantes, enroscaron su trompa hacia el ocaso.
Éxtasis
Bion y Lucina, émulos en fervoroso alarde, permútanse fragantes uvas, de boca a boca; y cuando Bion ladino la ebria fruta emboca finge para que el juego lánguido se retarde... Luego ante el oportuno carillón de la tarde, que en sus almas, perdidas inocencias evoca, como una corza tímida tiembla el amor cobarde, y una paz de los cielos el instinto sofoca...Desp ués de un tiempo inerte de silencioso arrimo, en que los dos ensayan la insinuación de un mimo, ella lo invade todo con un suspiro blando; ¡Y él, que como una esencia gusta el sabroso fuego, raya un beso delgado sobre su nuca, y ciego en divinos transportes la disfruta soñando!
Génesis
Los astros tienen las mejillas tiernas... La Luna trunca es una paradoja espectro humana. Proserpina arroja su sangre al mar. Las horas son eternas. Júpiter en la orgía desenoja su ceño absurdo; y junto a las cisternas, las Ménades, al sol que las sonroja, arman la columnata de sus piernas. Juno duerme cien noches. Vorazmente, Hércules niño, con precoz desvelo, en un lúbrico rapto de serpiente, le muerde el seno. Brama el Helesponto... Surge un lampo de leche. Y en el cielo la Vía Láctea escintiló de pronto.
Idealidad exótica
Tal la exangüe cabeza, trunca y viva, de un mandarín decapitado, en una macábrica ficción, rodó la luna sobre el absurdo de la perspectiva... Bajo del velo, tu mirada bruna te dio el prestigio de una hunrí cautiva; y el cocodrilo, a flor de la moruna fuente, cantó su soledad esquiva. Susceptible quién sabe a qué difuntas dichas, plegada y con las manos juntas, te idealizaste en gesto sibilino… Y a modo de espectrales obsesiones, la torva cornamenta de un molino amenazaba las constelaciones...
Idilio espectral
Pasó en un mundo saturnal; yacía bajo cien noches pavorosas, y era mi féretro el Olvido... Ya la cera de tus ojos sin lágrimas no ardía. Se adelantó el enterrador con fría desolación. Bramaba en la ribera de la morosa eternidad, la austera Muerte hacia la infeliz Melancolía. Sentí en los labios el dolor de un beso. No pude hablar. En mi ataúd de yeso se deslizó tu forma transparente... Y en la sorda ebriedad de nuestros mimos, anocheció la tapa y nos dormimos espiritualizadísimamente.
La noche
La noche en la montaña mira con ojos viudos de cierva sin amparo que vela ante su cría; y como si asumiera un don de profecía, en un sueño inspirado hablan los campos rudos. Rayan el panorama, como espectros agudos, tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría, reloj de media noche. La grave luna amplía las cosas, que se llenan de encantamientos mudos. El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña, es como la conciencia pura de la montaña... A ras del agua tersa, que riza con su aliento, Albino, el pastor loco, quiere besar la luna. En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna... Aúllan a los diablos los perros del convento.
La sombra dolorosa
Gemían los rebaños. Los caminos llenábanse de lúgubres cortejos; una congoja de holocaustos viejos ahogaba los silencios campesinos. Bajo el misterio de los velos finos, evocabas los símbolos perplejos, hierática, perdiéndote a lo lejos con tus húmedos ojos mortecinos. Mientras unidos por un mal hermano me hablaban con suprema confidencia los mudos apretones de tu mano, manchó la soñadora transparencia de la tarde infinita el tren lejano, aullando de dolor hacia la ausencia.
La vuelta de los campos
La tarde paga en oro divino las faenas... Se ven limpias mujeres vestidas de percales, trenzando sus cabellos con tilos y azucenas o haciendo sus labores de aguja en los umbrales. Zapatos claveteados y báculos y chales... Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas. Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas. Un suspiro de Arcadia peina los matorrales... Cae un silencio austero... Del charco que se nuimba estalla una gangosa balada de marimba. Los lagos se amortiguan con espectrales lampos, Las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas... Y humean a lo lejos las rutas polvorosas por donde los labriegos regresan de los campos.
Neurastenia
Le spectre de la realité traverse ma pensé. Víctor Hugo
Huraño el bosque muge su rezongo, y los ecos, llevando algún reproche, hacen rodar su carrasqueño coche y hablan la lengua de un extraño Congo. Con la expresión estúpida de un hongo, clavado en la ignorancia de la noche, muere la Luna. El humo hace un fantoche de pies de sátiro y sombrero oblongo. ¡Híncate! Voy a celebrar la misa. Bajo la azul genuflexión de Urano adoraré cual hostia tu camisa: «¡Oh, tus botas, los guantes, el corpiño...!» Tu seno expresará sobre mi mano la metempsícosis de un astro niño.
Nirvana crepuscular
Con su veste en color de serpentina, reía la voluble Primavera... Un billón de luciérnagas de fina esmeralda, rayaba la pradera. Bajo un aire fugaz de muselina, todo se idealizaba, cual si fuera el vago panorama, la divina materialización de una quimera... En consustaciación con aquel bello nirvana gris de la Naturaleza, te inanimaste... Una ideal pereza mimó tu rostro de incitante vello, y al son de mis suspiros, tu cabeza durmióse como un pájaro en mi cuello!...
Numen
Mefistófela divina, miasma de fulguración, aromática infección de una fístula divina... ¡Fedra, Molocha, Caína, cómo tu filtro me supo! ¡A ti ―¡Santo Dios!― te cupo ser astro de mi desdoro; yo te abomino y te adoro y de rodillas te escupo! Acude a mi desventura con tu electrosis de té, en la luna de Astarté que auspicia tu desventura... Vértigo de asambladura y amapola de sadismo: ¡yo sumaré a tu guarismo unitario de Gusana la equis de mi Nirvana y el cero de mi ostracismo! Carie sórdida y uremia, felina de blando arrimo, intoxícame en tu mimo entre dulzuras de uremia... Blande tu invicta blasfemia que es una garra pulida, y sórbeme por la herida sediciosa del pecado, como un pulpo delicado, «¡muerte a muerte y vida a vida!» Clávame en tus fulgurantes y fieros ojos de elipsis y bruña el Apocalipsis sus músicas fulgurantes... ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Siempre! ¡Y Antes! ¡Ven, antropófaga y diestra, Escorpiona y Clitemnestra! ¡Pasa sobre mis arrobos como un huracán de lobos en una noche siniestra! ¡Yo te excomulgo, Ananké! Tu sombra de Melisendra irrita la escolopendra sinuosa de mi ananké... eres hidra en Salomé, en Brenda panteón de bruma, tempestad blanca en Satzuma, en Semíramis carcoma, danza de vientre en Sodoma y páramo en Olaluma! Por tu amable y circunspecta perfidia y tu desparpajo, hielo mi cuello en el tajo de tu traición circunspecta... ¡Y juro, por la selecta ciencia de tus artimañas, que irá con tus risas hurañas hacia tu esplín cuando muera, mi galante calavera a morderte las entrañas!
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