El 29 de diciembre de 1926 falleció Rainer Maria Rilke en Montreux, Suiza, donde había terminado de escribir sus últimos libros: Elegías de Duino y Sonetos a Orfeo. Había nacido el 4 de diciembre de 1875 en Praga, Bohemia, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, cuya lengua oficial o lingua franca era el alemán. En ese idioma escribió Rilke casi toda su obra, al igual que otros escritores praguenses como Kafka, Leo Perutz, Franz Werfel y Max Brod.
Gran viajero, Rilke recorrió varios países, entre ellos Italia, Rusia, Dinamarca, Suecia, Holanda, Bélgica y España. En Francia residió varios años; esa etapa se reflejó en la novela Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge (Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, 1910), parcialmente autobiográfica, que describe las experiencias de un joven escritor en París.
En 1912, durante una breve estancia en España, visitó Córdoba, Toledo, Sevilla y Ronda. Varios autores de aquel país se acercaron entonces a la obra rilkeana, que algunos de ellos traducirían años después. Entre los traductores españoles de Rilke vale mencionar a Jaime Ferreiro Alemparte y José María Valverde; versiones suyas fueron incluidas en la antología publicada en La Habana por la Editorial Arte y Literatura (1979), con acertada selección del crítico y ensayista cubano Enrique Saínz.
Rilke es uno de los poetas más relevantes y reconocidos en la literatura de lengua alemana en todos los tiempos. Su obra profundamente humana y universal, inspiración y reto para poetas y traductores, ha sido y sigue siendo leída y valorada. Como testimonio de admiración, y con el deseo de tender un puente más entre la lírica rilkeana y el lector cubano, traduje la pequeña muestra de poemas que aparece a continuación.
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[Fragmento]
Y tú heredas el verde de idos jardines, y el azul callado de mustios cielos. Rocío de mil días, tantos veranos, que los soles dicen, y claras primaveras con esplendor y quejas, como las muchas cartas de una joven mujer. Heredas los otoños como suntuosos trajes que en la memoria de los poetas yacen, y todos los inviernos, como huérfanas tierras parecen apegarse a ti en silencio. Venecia heredas, y Kazán, y Roma, tuya será Florencia, la Catedral de Pisa, la Troitska Lavra y el monasterio que bajo los jardines de Kiev es laberinto de caminos oscuros e intrincados. Moscú, con campanas como recuerdos. Tuyo será el sonido: violines, cornos, lenguas, y todo canto que hondo ha resonado resplandecerá en ti como piedra preciosa. Sólo por ti se recogen los poetas y amontonan imágenes, ricas y embriagadoras, y parten y por símiles maduran y están toda su vida así de solos...
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Entre el día y el sueño estoy en casa, allí donde tras perseguirse los niños se adormecen, allí donde los viejos por la tarde se sientan y los hogares arden y su espacio iluminan. Entre el día y el sueño estoy en casa, allí donde se apagan claras campanas de la tarde y muchachas turbadas por los ecos, cansadas, se recuestan al borde de la fuente. Y un tilo es mi árbol predilecto y todos los veranos que en él callan otra vez se conmueven en infinitas ramas y otra vez se despiertan entre el día y el sueño.
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La pantera
Viendo pasar las rejas se han cansado tanto sus ojos, que nada retienen. Ya es para ella como si mil rejas hubiese, y tras mil rejas ningún mundo. El suave andar de fuertes pasos ágiles gira en mínimos círculos, cual danza de fuerza en torno a un centro donde se halla, adormecida, una gran voluntad. Sólo a veces se alza, sin ruido, la cortina que cubre la pupila. Entonces una imagen entra y va por la tensa calma de los miembros a extinguirse en el corazón.
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Los amantes
Míralos cómo crecen el uno para el otro: en sus venas se vuelve todo espíritu. Como ejes se estremecen sus figuras, y en torno un giro cálido, atrayente. Sed tienen, y reciben de beber. Vela y mira: reciben la visión. Déjalos que se abismen uno en otro para sobreexcederse mutuamente.
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Día de otoño
Señor: es tiempo ya. Muy grande fue el verano. En los relojes de sol pon tu sombra, deja correr los vientos en los campos. A los últimos frutos ordénales ser plenos, otórgales aún dos días más australes, hacia la perfección impúlsalos, y apremia el dulzor último del vino espeso. Quien no tenga ahora casa, no construya ninguna, quien esté solo ahora, lo estará mucho tiempo, velará, leerá, compondrá largas cartas, y por las avenidas irá inquieto de un lado a otro, cuando las hojas caigan.
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