A los 157 años del nacimiento de Julián del Casal, precursor del Modernismo y una de las cumbres de la poesía hispanoamericana, le rendimos homenaje con varios de sus entrañables poemas.
Autobiografía
Nací en Cuba. El sendero de la vida
firme atravieso, con ligero paso,
sin que encorve mi espalda vigorosa
la carga abrumadora de los años.
Al pasar por las verdes alamedas,
cogido tiernamente de la mano,
mientras cortaba las fragantes flores
o bebía la lumbre de los astros,
vi la Muerte, cual pérfido bandido,
abalanzarse rauda ante mi paso
y herir a mis amantes compañeros
dejándome, en el mundo, solitario.
¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!
¡Cuántas veces la estrella matutina
alumbró con fulgores argentados
la huella ensangrentada que mi planta
iba dejando en los desiertos campos,
recorridos en noches tormentosas
entre el fragor horrísono del rayo,
bajo las gotas frías de la lluvia
y a la luz funeral de los relámpagos!
Mi juventud, herida ya de muerte,
empieza a agonizar entre mis brazos
sin que la puedan reanimar mis besos,
sin que la puedan consolar mis cantos.
Y al ver en su semblante cadavérico
de sus pupilas el fulgor opaco
—igual al de un espejo desbruñido—
siento que el corazón sube a mis labios,
cual si en mi pecho la rodilla hincara
joven titán de miembros acerados.
Para olvidar entonces las tristezas
que como nube de voraces pájaros
al fruto de oro entre las verdes ramas,
dejan mi corazón despedazado,
refúgiome del Arte en los misterios
o de la hermosa Aspasia entre los brazos.
Guardo siempre en el fondo de mi alma
cual hostia blanca en cáliz cincelado
la purísima fe de mis mayores,
que por ella en los tiempos legendarios
subieron a la pira del martirio
con su firmeza heroica de cristianos,
la esperanza del cielo en las miradas
y el perdón generoso entre los labios.
Mi espíritu, voluble y enfermizo,
lleno de la nostalgia del pasado,
ora ansía el rumor de las batallas,
ora la paz de silencioso claustro,
hasta que pueda despojarse un día
—como un mendigo del postrer andrajo—
del pesar que dejaron en su seno
los difuntos ensueños abortados.
Indiferente a todo lo visible,
ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasio,
como si dentro de mi ser llevara
el cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!
Libre de abrumadoras ambiciones
soporto de la vida el rudo fardo,
porque me alienta el formidable orgullo
de vivir, ni envidioso ni envidiado,
persiguiendo fantásticas visiones
mientras se arrastran otros por el fango
para extraer un átomo de oro
del fondo pestilente de un pantano.
A mi madre
No fuiste una mujer, sino una santa
que murió de dar vida a un desdichado,
pues salí de tu seno delicado
como sale una espina de una planta.
Hoy que tu dulce imagen se levanta
del fondo de mi lóbrego pasado,
el llanto está a mis ojos asomado,
los sollozos comprimen mi garganta,
y aunque yazgas trocada en polvo yerto,
sin ofrecerme bienhechor arrimo,
como quiera que estés siempre te adoro,
porque me dice el corazón que has muerto
por no oírme gemir, como ahora gimo,
por no verme llorar, como ahora lloro.
Nostalgias
I
Suspiro por las regiones
donde vuelan los alciones
sobre el mar,
y el soplo helado del viento
parece en su movimiento
sollozar;
donde la nieve que baja
del firmamento amortaja
el verdor
de los campos olorosos
y de ríos caudalosos
el rumor;
donde ostenta siempre el cielo,
a través de aéreo velo,
color gris;
es más hermosa la Luna
y cada estrella más que una
flor de lis.
II
Otras veces sólo ansío
bogar en firme navío
a existir
en algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
otra playa, otro horizonte,
otro mar,
otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
de pensar.
¡Ah!, si yo un día pudiera,
con qué júbilo partiera
para Argel
donde tiene la hermosura
el color y la frescura
de un clavel.
Después fuera en caravana
por la llanura africana
bajo el Sol
que con sus vivos destellos
pone un tinte a los camellos
tornasol.
Y cuando el día expirara
mi árabe tienda plantara
en mitad
de la llanura ardorosa
inundada de radiosa
claridad.
Cambiando de rumbo luego
dejara el país del fuego
para ir
hasta el imperio florido
en que el opio da el olvido
del vivir.
Vegetara allí contento
de alto bambú corpulento
junto al pie,
o aspirando en rica estancia
la embriagadora fragancia
que da el té.
De la Luna al claro brillo
iría al Río Amarillo
a esperar
la hora en que, el botón roto,
comienza la flor del loto
a brillar.
O mi vista deslumbrara
tanta maravilla rara
que el buril
de artista, ignorado y pobre,
graba en sándalo o en cobre
o en marfil.
Cuando tornara el hastío
en el espíritu mío
a reinar,
cruzando el inmenso piélago
fuera a taitiano archipiélago
a encallar.
A aquél en que vieja historia
asegura a mi memoria
que se ve
el lago en que un hada peina
los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
sintiendo toda quimera
rauda huir,
y hasta olvidando la hora
incierta y aterradora
de morir.
III
Mas no parto. Si partiera
al instante yo quisiera
regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
que yo pueda en mi camino
reposar?
Nihilismo
Voz inefable que a mi estancia llega
en medio de las sombras de la noche,
por arrastrarme hacia la vida brega
con las dulces cadencias del reproche.
Yo la escucho vibrar en mis oídos,
como al pie de olorosa enredadera
los gorjeos que salen de los nidos
indiferente escucha herida fiera.
¿A qué llamarme al campo del combate
con la promesa de terrenos bienes,
si ya mi corazón por nada late
ni oigo la idea martillar mis sienes?
Reservad los laureles de la fama
para aquéllos que fueron mis hermanos;
yo, cual fruto caído de la rama,
aguardo los famélicos gusanos.
Nadie extrañe mis ásperas querellas:
mi vida, atormentada de rigores,
es un cielo que nunca tuvo estrellas,
es un árbol que nunca tuvo flores.
De todo lo que he amado en este mundo
guardo, como perenne recompensa,
dentro del corazón tedio profundo,
dentro del pensamiento sombra densa.
Amor, patria, familia, gloria, rango,
sueños de calurosa fantasía,
cual nelumbios abiertos entre el fango
sólo vivisteis en mi alma un día.
Hacia país desconocido abordo
por el embozo del desdén cubierto:
para todo gemido estoy ya sordo,
para toda sonrisa estoy ya muerto.
Siempre el destino mi labor humilla
o en males deja mi ambición trocada:
donde arroja mi mano una semilla
brota luego una flor emponzoñada.
Ni en retornar la vista hacia el pasado
goce encuentra mi espíritu abatido:
yo no quiero gozar como he gozado,
yo no quiero sufrir como he sufrido.
Nada del porvenir a mi alma asombra
y nada del presente juzgo bueno;
si miro al horizonte todo es sombra,
si me inclino a la tierra todo es cieno.
Y nunca alcanzaré en mi desventura
lo que un día mi alma ansiosa quiso:
después de atravesar la selva oscura
Beatriz no ha de mostrarme el Paraíso.
Ansias de aniquilarme sólo siento
o de vivir en mi eternal pobreza
con mi fiel compañero, el descontento,
y mi pálida novia, la tristeza.
Virgen triste
Tú sueñas con las flores de otras praderas
nacidas bajo cielos desconocidos
al soplo fecundante de primaveras
que avivando las llamas de tus sentidos
engendren en tu alma nuevas quimeras.
Hastiada de los goces que el mundo brinda,
perenne desencanto tus frases hiela;
ante ti no hay coraje que no se rinda
y siendo aún inocente como Graciela
pareces tan nefasta como Florinda.
Nada de la existencia tu ánimo encanta;
quien te habla de placeres tus nervios crispa
y terrores secretos en ti levanta,
como si te acosase tenaz avispa
o brotaran serpientes bajo tu planta.
No hay nadie que contemple tu gracia excelsa,
que eternizar debiera la voz de un bardo,
sin que sienta en su alma de amor el dardo
cual lo sintió Lohengrin delante de Elsa
y al mirar a Eloísa Pedro Abelardo.
Al roce imperceptible de tus sandalias
polvo místico dejas en leves huellas
y entre las adoradas sola descuellas,
pues sin tener fragancia como las dalias
tienes más resplandores que las estrellas.
Viéndote en la baranda de tus balcones,
de la luna de nácar a los reflejos,
imitas una de esas castas visiones
que teniendo nostalgia de otras regiones
ansían de la Tierra volar muy lejos.
Y es que al probar un día del vino amargo
de la vid de los sueños tu alma de artista,
huyendo de su siglo materialista,
persigue entre las sombras de hondo letargo
ideales que surgen ante su vista.
¡Ah, yo siempre te adoro como un hermano,
no sólo porque todo lo juzgas vano
y la expresión celeste de tu belleza,
sino porque en ti veo ya la tristeza
de los seres que deben morir temprano!
Visitas: 362
Deja un comentario