Mater-Poiesis, no madre-poesía. Tomamos un alfiler y se sabe que él puede contener dígitos mágicos, de poesía bizantina: ¿cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler? Quizás ninguno, pues ¿qué habrían de hacer los ángeles en tal sitio? Los ángeles deben de estar donde sean más útiles, por ejemplo: el ángel rojo de la puesta de sol, o el luminiscente del alba. Pueda haber ángeles para enunciar y otros para anunciar. Unos van bajando, otros cayendo. Aquel gira en el punto de intersección de siete dimensiones. Este es el Ángel de la Muerte y el otro es el que abre los ojos de las criaturas hacia la luz y hacia la vida.
Ángeles hay para todo: para la belleza, para el horror, ángeles de la vida, ángel exterminador. Dimensión infinita que asciende, como en la columna de Brâncuși, lo angélico resulta el factor creativo de la inteligencia, o proviene de ella. Hay ángeles para cada hora y para cada vacío, la superpoblación angélica compite con las partículas elementales en los átomos. La perfección es monstruosa, por eso los ángeles tallan al mundo de maneras injusta, fea, irradiante, bella, lógica, ilógica, vital, mortal… Y lo vio Rilke: «Todo ángel es terrible». Una décima de mi propia cosecha (como dicen los poetas de paso) expresa mejor el humano deseo angélico: «Yo sé de un ángel sereno / que me decía de día: / —Virgilio, debes ser bueno / y amante de la poesía. / Ese ángel me decía / tales cosas al oído / que solo, silente, pido / ser un ángel como él: / Miguel Ángel, Rafael, / Da Vinci, Virgilio, Dante, / un ángel emocionante, / volátil, pero muy fiel».
Si la perfección es monstruosa y un ángel es perfecto, ya se ve lo terrible que es lo angélico. Nerval era un ángel con disfraz de hombre. Se desnudaba en la calle porque su ángel de la guarda lo desvestía. Pero la mejor locura es ver a los ángeles en los árboles, como frutos o como flores o pájaros, según los vio aquel poeta inglés, William Blake, quien los llegó a pintar, no le bastó hacerlos ver en sus versos. Grandioso aquel ángel de la Anunciación, ya no hay ángeles así.
Solo lo que contiene mucha energía es angélico, un ángel puede ser pura energía, un ser energético e inteligente, escapado de otra dimensión. Su «existencia» es el culto a la vida. Pero un ángel no existe como no existe un quark, como ser partícula y onda a la vez, fotón de la inteligencia. Cada cual tiene su ángel, o su concepto de lo angélico, pero a cambio de la idea de Rilke, lo que es «terrible» es el ser. Terrible por extraño, por difícil, incomprensible por completo hasta para sí mismo.
Tomemos al ángel por lo siempre bueno, bondad y belleza, una suerte de utopía vital, de ser utópico que habita en un mundo edénico. La poesía también explora esos sitios celestes como asimismo las simas. A veces el hecho poético es bajar al infierno, como Virgilio en La Eneida, como Dante andando por los sitios infernales, sin que le suceda nada fuera de la sensación visual y la aprehensión intelectiva. Orfeo va en busca de la amada, quiere rescatarla, lo logra hasta cierta parte del camino hacia la luz, cuando se da vuelta, y la amada resulta arrebatada por su ángel mortal hacia lo hondo, hacia los ínferos. Darse vuelta, mirar hacia atrás, observar la destrucción tristísima de la tierra en que se ha habitado, sea ella Sodoma, sea Gomorra, nos convierte en estatuas de sal. Los ángeles que allí descendieron no querían tratar de materia sexual, fueron mal interpretados. La mala interpretación puede ser apoética.
La antipoesía verdadera sería la exclusión del ángel, o mal interpretarlo, mala lectura de sus fines. Lo «terrible» resulta la circunstancia. Algunos poetas han querido hallar una suerte de sustancia expresiva antipoética, pero que a la vez sea poesía. No puede ser lo chabacano, el exceso de sima vulgar, la expresión más soez que vivaz, más ramplona que inteligente, más pedestre que luminosa. No lo es el erotismo, ni el humor, ni tampoco el sarcasmo cuando reviste dosis de ingenio. El poeta, si lo es, sabe dónde está su ángel, y dónde no. Claro que no es aquel que, como dejó dicho José Martí, disfraza tomeguines para que parezcan águilas. El poeta, artista de la palabra, halla el ángel de la expresión, el ciento de sus alas. Todo ángel es poesía, ya traiga luz o espada, susurro o grito, siempre exploración poética del alma humana.
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