Especial satisfacción produce releer a un amigo de juventud. Al entrar de nuevo en su texto, se reviven los años perdidos. Se siente otra vez el fervor de las utopías artísticas de entonces, cuando éramos jóvenes y comenzábamos a soñar la poesía como una fascinante aventura biográfica, conscientes de que nos iba a ocupar enteramente el destino. Delante de los ojos corre una manera de observar la realidad y de decirla en el poema que no puede ser entendida profundamente si la memoria no realiza, como si fuese ahora mismo, un misterioso trabajo de percolación y levantamiento de miradas antiguas, de sobrevivencias húmedas por la nostalgia de la vida ajena, de los encuentros primigenios, de la vida propia, del horizonte que para entonces no era más que una niebla entre los vigilantes párpados. Releer la poesía del poeta camagüeyano Efraín Morciego Reyes ha sido para mí una especial experiencia humana y artística.
Qué bueno para mí, y para Efraín Morciego, que haya disfrutado muy hondamente la relectura; pero qué grato sobre todo para verificar, al paso del tiempo, lo que ya sabíamos sin saberlo de verdad en aquellos años audaces y originales, en que queríamos otorgar voz a nuestra realidad y a nuestras almas: la poesía es una vocación implacable, que no suelta ya jamás al que sujeta por caminos secretos, que la psicología usual desconoce. Ya no suelta la vida que cobra, y le sacude el pasado suyo y el de su estirpe, y le delinea el porvenir, y le pone la garganta en el río oscuro y mágico del idioma, y le exhorta a saltar vivamente por sobre los bordes del idioma, y al paso tremendo de los años se ve qué pobre es toda poética, toda tribalidad del decir, todo supuesto progreso artístico, en que tanto abundan los doctores de literatura, y qué esmirriada y castrante es toda ideología furibunda, toda militancia obcecada del espíritu: lo que queda como una roca viva y brilla como una perla mojada es el espíritu de la persona, la aventura vital intransferible de la persona, la grandeza afectiva e imaginativa de la persona, la capacidad de la persona para verter su mundo interior como un sacudimiento seductor y definitivo. Para mí, que por sintonía generacional y espacial conozco muchos detalles de la aventura vital que cuentan los poemas de Efraín Morciego, lo que resalta y emerge prístinamente en la relectura es el alma recóndita y verdadera de aquel andariego poeta, cuya generosidad al desempeñar su olvidada labor de heraldo de la poesía de la tierra por toda la isla me crece ante los ojos con la levadura del agradecimiento y la amistad.
Aquí ofrecemos a los lectores un manojo breve de poemas de Efraín Morciego, en los que nos parece oír de nuevo la peculiar manera de decirlos que tenía el poeta desde su primera juventud, con la imaginación del pintor y el teatrista, y del artista performático mucho antes de que esta variante histriónica se convirtiera en la preferida de algunos poetas que vinieron después. Los jóvenes que le oíamos sus versos quedábamos largo tiempo con la nueva noticia de su voz enredada en los oídos, y el poeta rompía todos los esquemas de la recitación coloquial, que suponía una actitud antideclamatoria, un sentarse a leer como quien sucede notarialmente, ajenos a todo énfasis oral o subrayado gestual. Aunque sus versos se rendían con abundante frecuencia a lo coloquial en boga, sabía tirar de la suscitación lírica, gracias a una poderosa imaginación silvestre, y golpear con metáforas de rica plasticidad natural la sensibilidad de los más jóvenes, que buscábamos con fuerza un poco más de elaboración subjetiva en los poemas. Los mejores versos de Efraín Morciego Reyes, como auténticos documentos de una específica aventura humana, sobreviven la corrosión del tiempo: esperamos que el lector pueda comprenderlo y disfrutarlo en los presentes textos.
HAITIANO
Adorno del rincón, sauce apartado,
mínimo fósil
de quien sudó mañanas y trapiches,
escanciador de viandas,
negro puro.
Auténtico abejorro de paciencias,
tierno del animal,
arique y ébano.
Yarey perseverante,
mediodía.
Haitiano,
¿quién descolgó medallas de tu pecho,
por qué tu calma,
tu amor de oruga y miel
y bibijagua?
Humano ser,
inédito del habla,
cuánto fulgor en ti,
¿cómo probarlo?
UNA FRONTERA PARA BLANCA DELIA
Este es tu espacio apenas permitido,
he aquí la línea divisoria,
otro paso
pudiera resultar dichoso,
no avances más.
Encenderé tu cara
con una andanada de flores
al primer intento.
Ni a fuerza de caderas
iré al desnadie.
Advierto que no pasas
aunque tenga que erigir una cabeza de playa
en tus entrañas.
Estás a raya.
El amor de mi tiempo engorda
a pan y agua.
Frente a mis costas
desfilan veinte torpederos
que te abatirán desgajada.
No insistas, pierdes tiempo.
¿De qué vale tu fantasmal figura
en la noche peor?
Mi ejército se dejaría decapitar
frente a tus párpados.
Acepto
que he de pagar un trozo de muralla
por cada pecho tuyo,
que en tu vientre caerá desgranada
toda la infantería,
pero hasta aquí no llegas.
Te puse el corazón en la mirilla,
no avances, para ya.
Una retirada estratégica es siempre aconsejable.
Cuenta con que se me oxidaron
las rodillas.
Me atrevo
a devolver los prisioneros,
a firmar el decreto de paz
a riesgo de tus labios,
darnos las manos,
tomarnos una copa,
celebrar un banquete si te empeñas,
pero al primer descuido
traiciono yo primero,
te tuerzo el ánimo,
te pego un adosbrazos y te hundo a tiempo,
y en plena eternidad,
CANTO DE AMOR
(Fragmento)
…Nací en el campo,
la leche de mi madre mojó el pedregullo
la primera vez que los sinsontes
cantaron en la cerca.
Bebía del pezón cuando llegaron
y fue el primer entretenimiento que tuve
y dejé de mamar
y mi madre siguió dando leche,
y se rió de mí,
y se sintió orgullosa
y nos maravillamos con los sinsontes.
Y la leche de mi madre
goteó sobre la tierra.
Donde cayó la leche
no nació árbol alguno.
—Será un dagame—pregonaba mi padre
sin espejuelos.
—Habrá una fuente— dije yo para mí
en mi idioma posible de niño.
Pero mi madre mojó los turromotes
para que no nacieran
robles ni jaboncillos.
No eran árboles sueltos,
era la tierra que se alimentaba
y para dar fe de ello cantan los sinsontes.
SOLEDAD PRIVADA
Allí están las medias de Nathalie
flotando en el patio.
Cada vez que aparece una prenda suya
la lavo enseguida
(y que no vaya a ocurrirle nada).
Cada vez también que prendo un cigarro
y arrojo la colilla por la ventana
tengo el temor de herir a Nathalie
pues veo flotar sus medias
dislocadas —como ella misma—
por el patio.
A veces se me olvidan
y quedan solas, en el cordel,
las huellas de mi hijita
flotando al aire de la medianoche
igual que ideas de marineros
(o de emigrantes).
Mis hijos corren hacia mí
por el calmante de una pesadilla
vociferando, de tanto protegerla,
la palabra imposible: ¡PaEfra…!
He aquí, padres del mundo,
los calcetines de una criatura
flotando a la deriva y al desamparo.
Las ropas de mis hijos
se han empapado en el Estrecho de La Florida
y todo lo que cuelga en mi patio
son dos gorriones de soledad.
2005
IN MEMORIAM
Mi padre semejaba una crónica por escribir.
Un abecedario de correcciones en el que,
si acaso, hubiéramos pecado de empecinados
al mover una o dos fichas de lugar.
El más a propósito era él mismo,
tan natural en el centro de su desgracia
que los amigos tendían cordeles y ropas de verificar.
Guardó su frente amplia para evadirse,
una ligera inflamación en las órdenes y un color de salud
y precipitaciones de cadáver con suerte.
Mi padre se recostó en sus hijos para llorar,
en su hermano del alma para no reírse
y en la fría estratagema de mi llegada
que sólo hallaba olores y petacas de sed.
Ahora él no sabe que estoy completamente solo
entre una hilera larga de desayunos
y el odio a tropezones de mirarme crecer.
Sigo escuchando cómo cantaba para dentro
una ternura crónica, una letanía hereditaria sin afinar,
igual que aquel ternero carmelita
que balaba y balaba sus canciones de espanto,
sobrecogido por la lluvia,
cenizo de frialdades en cada atardecer.
1997
EFRAÍN MORCIEGO REYES (Camagüey, 1950). Poeta, novelista, investigador. Cursó estudios en el Instituto Superior de Literatura Máximo Gorki, de Moscú. Fue presidente de la Brigada Hermanos Saíz en Camagüey. Trabajó como especialista de literatura. Obras: Rústicas y rupestres (1978), Juan Olimpo, un primer teniente de catorce años (1981), El crimen de Cortaderas (1982), Provisiones de la memoria (1986), El monte de las cien caballerías (1989), Problemas con una Kriyumba (2003), Soledad privada (2011).
Visitas: 286
Deja un comentario