En mi infancia estuve abastecido continuamente de Charles Perrault, de Hans Christian Andersen y de los hermanos Grimm, un poco de Las mil y una noches, y otro poco de autores diversos de lo que se vino a conocer como «cuentos de hadas». No solo no le hicieron mal a mi imaginación, sino que la despertaron y la desarrollaron cuanto fue posible, y pasado el tiempo los releí, ya de adulto, con diferentes interpretaciones referidas a la poesía.
Del cuento de «Alí Babá y los cuarenta ladrones» tomé la idea de la palabra mágica que abre las puertas de piedra de la caverna donde los cacos guardan todos sus tesoros. Hice de ello una lectura alegórica. El poema es esa palabra, la poesía le insufla la magia requerida y el texto logrado hace abrir la roca para poner ante los ojos del lector, o de los oídos de quien escucha, la amplitud de los tesoros que la poesía puede ofrecer.
Sobre el cuento «Aladino y la lámpara maravillosa» inferí que la realidad es como esa lámpara, si el poeta la frota, desde el interior brota el genio que ofrece cumplir tres deseos. Ese genio es la poesía que dona la captación del hecho poético, la expresión y la feliz recepción a través del texto creado. Son los dones que nos entrega el genio de la realidad, cuando ella es frotada en las esferas del arte para regalarnos esos dones maravillosos que nos ayudan a mejor vivir, que, como decía José Martí, da la fuerzas para la vida. Frota la lámpara de Aladino, que es frotar tu realidad, y saldrá el genio (de la poesía) para premiarte.
De «La Bella Durmiente del bosque» encantado aprendí que la poesía puede estar dormida bajo un sopor centenario, hasta que llega el poeta, el hacedor lírico, y besa la fresca boca de la imaginación, de donde brota el poema, que es el despertar de la doncella. La poesía despierta y nos hace ver al mundo, a la realidad, en su esplendor.
En cuanto a «Cenicienta», la chica solo puede depender de la poesía (el hada la propicia) para poder ir al baile donde conquista de manera definitiva al príncipe azul. La cuestión del zapato equivale al poema que calzará quien tenga la talla adecuada para asimilarlo. La maldad será vencida con un toque de belleza y la joven sirviente ya princesa reinará por siempre, para siempre, por los siglos de los siglos. Pensemos que esa mozuela es la poesía, y leamos de nuevo el cuento bajo esa idea.
«La reina de las nieves» se miraba en el espejo, cuando él se quebró en tantos fragmentos que la imagen de la Reina quedó segmentada en el espacio. Un trocito del lado malo de ella cayó en el corazón de un niño, y allí se anidó. La sangre de la herida llegó al cerebro con órdenes malignas, y el niño fue malo, malo, como un demonio que al propio tiempo llevase cara de ángel. Así la imagen, la imago de la Reina, obró el mal, y solo con ayuda de la poesía el trocito maligno salió del corazón infantil. En este cuento-mito funciona también el Narciso que mira a su imagen en el agua calma de un estanque, y que al moverla el viento esa imagen se fragmenta, se mueve, resiste a ser exacta semejanza del joven bello que se contempla en ella. La poesía funciona sobre esa imagen. ¿Basta con quitar el trocito maligno del corazón del hombre?
Con «El sastrecillo valiente» observé todo un juego que incluye cierto grado de esoterismo. «Yo maté siete», dice el chico, y puede que se refiera a la héptada, al atma o punto superior situado en la cabeza, chacra séptimo, o al siete de los Séfirot, Nizah o victoria de Dios, el Carro en el Tarot, el septenario, número del ritmo, los siete planetas, los días de una semana, los siete metales, los siete velos, los siete colores del arcoíris, las colinas de Roma, los guerreros contra Tebas, y muchas alusiones más sobre ese siete (moscas) que mata el sastrecillo, y que le ofrece el golpe de la fortuna y de la valentía. «El Sastrecillo Valiente» esconde en su relato un mundo oculto que aflora en la magia de la poesía. El bosque encantado, los castillos que brotan y desaparecen por arte de magia, la maldad luchando contra la bondad, las suaves moralejas y las enseñanzas sutiles, los siete enanitos del bosque y una manzana envenenada, todo ello, y mucho más, ayudan a que la fantasía humana (venero de la especie) conviva con el reino de lo poético. Los cuentos de hadas trabajan con la metaforización de la lucha entre el Bien y el Mal, que toma cuerpo en los personajes, siempre imaginativos, que pueden ser Blanca Nieve, un enano saltarín, una doncella de cabello esplendoroso, un esforzado doncel, un hijo más joven o una hija llena de virtudes. La poesía cobra cuerpo en el cuento, el mito, la leyenda e incluso en la epopeya de estos personajes. Hay mucho más: un cuento de hadas es el hada de los cuentos. Con la varita mágica de la lectura abrimos las puertas de la lucha entre lo efímero que somos, y la eternidad.
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