![](http://www.cubaliteraria.cu/wp-content/uploads/2024/12/Rilke.jpg)
Elegías de Duino es un libro de diez poemas de Rilke en alemán, publicado en Leipzig en 1923. El poemario debe su nombre al Castillo de Duino, cerca de Trieste en Italia, donde Rilke vivió con su amiga Marie Von Thurn aund Taxis-Hohenlohe. Entre octubre de 1911 y mayo de 1912 el poeta comenzó la escritura de los poemas. Poco a poco, en sus diferentes viajes a Duino, Múnich, París y Muzot, en Suiza completaría sus Elegías… un total de 853 versos.
Primera Elegía
¿Quién, de yo gritar, me oiría desde los órdenes
de los ángeles? Y aun suponiendo que uno de ellos
me acogiera súbitamente junto a su corazón: pereciera
yo de su
más fuerte existencia. Pues lo bello no es nada más
que aquel comienzo de lo pavoroso que apenas
soportamos aún,
y tanto lo admiramos porque impasible desdeña
destruirnos. Uno cualquiera de los ángeles es pavoroso.
Y entonces me contengo y me trago la llamada
seductora,
el señuelo del oscuro sollozar. Ay, ¿de quién podremos,
pues, valernos? Del ángel no, de los hombres no,
y los agudos animales advierten ya
que no es muy confiada nuestra familiaridad
con el mundo interpretado. Nos queda quizá
algún árbol al pie de la cuesta, que día tras día
saludáramos con la mirada; nos queda la calle de ayer
y la consentida fidelidad de una costumbre
que se complació en nosotros y entonces se quedó y no
partió.
Oh, y la noche, la noche, cuando el viento repleto de
espacio cósmico
nos consume el rostro: a quién no le quedaría ella, la
anhelada,
la que desilusiona con suavidad, la de penosa inminencia
para el corazón aislado. ¿Es más leve a los que se aman?
Ay, ellos no hacen más que encubrirse mutuamente su
suerte.
¿Aún no lo sabes? Arroja de tus menesterosos brazos
el vacío
incorporándolo a los espacios que respiramos; acaso
ocurra que los pájaros
sientan el acrecentado aire con el más íntimo vuelo.
Sí, las primaveras sin duda necesitaban de ti. Algunas
estrellas confiaban en que percibieras su rastro. Una ola
de lo pretérito encrespada se acercaba, o
cuando pasabas de largo ante aquella ventana abierta
un violín se te daba. Todo eso encomendaba una tarea.
Pero, ¿la llevaste a cabo? ¿No te dispersó
cada vez una expectativa, como si todo te anunciara
una amada? (Dónde vas a ponerla a salvo
cuando los grandes pensamientos desconocidos entren
y salgan de tu casa y muy a menudo se queden de noche).
Pero si tal es la cuerda de tu anhelo, canta entonces a
las amantes; hace mucho
que su célebre sentimiento no es aún lo bastante inmortal.
A ellas, casi las envidiarías, a las abandonadas, que tú
encontrabas mucho más amantes que las apaciguadas.
Comienza
siempre de nuevo la nunca muy lograda alabanza;
piensa: el héroe pervive, aun su ocaso le era
solo pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la agotada naturaleza las recoge
de nuevo en sí misma, como si no hubiera dos veces las
fuerzas
para crearlas. ¿Es que has pensado lo suficiente
en Gaspara Stampa, en que alguna muchacha
a la que el amado abandonó, siente, con el elevado
ejemplo de esta amante: ojalá fuera yo como ella?
¿No debieran, por fin, estos antiquísimos dolores
volvérsenos más fecundos? ¿No es tiempo de que al amar
nos liberemos de lo amado y estremecidos resistamos:
como la flecha resiste el anhelo de la cuerda, para,
recogida en el arrojo,
ser más que ella misma? Pues no queda permanecer en
ninguna parte.
Voces, voces. Escucha, corazón mío, como en otro tiempo
únicamente
los santos escucharon: la colosal llamada
los elevaba del suelo, pero ellos, imposibles,
permanecían de rodillas sin advertirlo:
Tanto estaban escuchando. No que tú de Dios soportaras
la voz, ni de lejos. Pero escucha el soplo,
el incesante mensaje que se forma de quieto silencio.
Es susurro que ahora viene a ti de quienes murieron
jóvenes.
Dondequiera que entraras, en las iglesias de Roma
y Nápoles, ¿no te hablaba, sereno, su destino?
¿O un epitafio no se encomendaba sublime a ti,
como hace poco la placa de Santa María de Formosa?
¿Qué quieren de mí ellos? Con delicadeza debo deshacer
la apariencia de injusticia que a veces obstaculiza un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
Cierto, es extraño no habitar más la tierra,
dejar de practicar costumbres apenas aprendidas,
no dar la significación del humano porvenir
a las rosas, y a otras cosas especialmente prometedoras;
lo que uno fue en manos infinitamente angustiadas,
no serlo más, y aun el propio nombre
como a juguete roto hacerlo a un lado.
Extraño, no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver flotar tan suelto en el espacio
todo aquello que guardaba relación. Y el estar muerto es
penoso
y lleno de aprendizaje para percibir poco a poco
un rastro de eternidad. —Pero los vivientes cometen
todos el error de diferenciar con excesiva contundencia.
Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo si van
por entre vivos o por entre muertos. La corriente eterna
arrastra siempre consigo todas las edades
a través de ambos reinos y en ambos las acalla.
Finalmente no necesitan ya de nosotros ellos, los
temprano arrebatados;
uno se desacostumbra de lo terrenal con suavidad, como
se va desprendiendo
de los dulces pechos de la madre. Pero nosotros, que
necesitamos
de tan grandes misterios, para quienes muy a menudo
brota
del duelo el feliz paso adelante: ¿podríamos nosotros ser
sin ellos?
¿Es vana la leyenda de que un día en el lamento por Linos
la audaz música primera penetró la seca rigidez,
y que solo en el espacio empavorecido, del que un
adolescente casi divino
salió súbitamente para siempre, el vacío dio en aquella
vibración que ahora nos arrebata y conforta y ayuda?
Visitas: 12
Deja un comentario