Creo con Pfeiffer que «…las palabras no solo tienen sonidos, sino a la vez significación; un complejo verbal está configurado rítmica y melódicamente, y al mismo tiempos está articulado sintáctica y semánticamente». Aunque es obvio el aserto, esto nos conduce a otra idea, existe el lenguaje connotativo y también, con él, el modo en que la palabra «suena», y se articula a otras en una sonoridad peculiar que ofrece no solo vibración sonora, sino que deja en el lector o en quien la escuche una vibración eficaz que proviene de esa articulación semántico-sonora.
La palabra es portadora de concepto, y ese concepto debe enfrentarse a lo que los filósofos han llamado la cosa-en-sí. Es un sentido claro de representación en que el concepto representa a la cosa per se. Cuando Rainer María Rilke intentó el poema-cosa, tuvo en mente este asunto en sus Nuevos Poemas (1908), bajo la influencia del arte escultórico de su maestro Rodin. La poesía debe develar esa interrelación, pues la cosa es la misma en cualquier lengua que se quiera expresar, pero la palabra que la designa varía a veces de manera radical en la estructura sémica. ¿De qué es expresión la poesía? ¿De la materia misma, de la cual forma parte la cosa concreta? ¿O el entramado rítmico y semántico de su expresión, de su «traducción» en palabras? Ante la mallarmeana idea de que la poesía se hace con palabras se yergue la cosa en sí, cuya relación con otras, con la naturaleza y con la realidad humana ofrece una circunstancia, un conjunto que puede ser lírico, que puede ser expresado por la poesía e incluso elevarse y a partir de ello imaginar, «transformar» esa realidad.
Digamos que el poema concentra en sí un conjunto de «trasmisiones», de transferencias de la realidad o de la imaginación mediante el valor semántico, la cualidad significacional; el ritmo que irrumpe de la propia palabra pero también del manejo entre ellas; y la vibración que el texto debe producir en la doble valencia significado-ritmo, que ha de dejar el texto en la memoria impresionada. La poesía va más allá de la palabra porque funciona en conjunto y ese conjunto debe trasmitir la vibración del autor hacia el lector o hacia quien escucha, si esto no se logra, el poema no necesariamente será inefectivo, pero no poseería una razón esencial de existencia de la poesía lírica. Ello es lo que Pfeiffer llama: «la imagen plena de acaeceres, henchida de vibración».[i]
La plenitud poética puede alcanzarse por diferentes caminos: el juego expresivo en que el sentido es solo estético, juego con la realidad y con las palabras y conceptos, alegría de la expresividad; también mediante el deseo de trasmitir conocimientos, no hay que negar que cierta poesía que se vale de la moraleja logra un valor estético supra didáctico, pero también hay el camino de la gnosis, de la poesía que explora el mundo y lo quiere aprehender, conocerlo desde el orbe de lo estético; asimismo, existe el camino del placer estético per se, que puede relacionarse sobre todo con el juego, pero que plantea un sentido de desinterés de otras cualidades expresivas del hecho poético mediante una suerte de «arte por el arte», de formalismo o de estructuraciones que algunos han llamado neopoesía, poesía experimental por excelencia. A veces un mismo poeta recorre varios caminos (véase en la lírica de Octavio Paz) porque el deseo de novedad o loa menos de no ser un repetidor tradicionalista, conduce hacia vertientes expresivas variadas.
La poesía escrita no es un mero reservorio de dos vertientes: la del contenido, la de la forma. Se ha visto que contenido y forma son un par dialéctico indisoluble, se acompañan, no se deben desequilibrar. En busca de la novedad se puede caer en lo manido o en la aprehensión poco efectiva del hecho poético. Pfeiffer muestra tales «caminos» asumiendo que existe el deseo de distracción, de búsqueda y trasmisión de la experiencia, del conocimiento asumido y trasmitido y el placer sencillo que conmociona al ser.[ii] Esos «caminos» deben estar prestos a repudiar la afición sin raíces, de pura moda, o el sentido esteticista elevado a «torre de marfil», coto cerrado, que no es lo mismo que la poesía oscura, incluso hermética, que tiene razón de ser en la vida.
Mensaje, enseñanza, saber o conocer no están fuera del plato fuerte de la poesía. Tampoco lo están la aprehensión lírica «desinteresada», las búsquedas formales o el afán de expresar lo nuevo de las circunstancias, o advertir la fragancia, la ligereza y lo no enfático del mundo. Por ello hay diversos tipos de poetas, por ello hay variedad absoluta de poesía, y viene aquí bien repetir que la poesía es una palabra en singular con significado plural, no hay la poesía, pues la formas de captar y expresar poesías son variadísimas y dependen de las circunstancias, de la época y su espíritu de época y de muchos otros factores del rango de la creatividad humana.
[i] Cf. Pfeiffer. La poesía. pág.30.
[ii] Cf. Pfeiffer, Op. cit. pág. 89.
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