Disfrutar de una escritura lírica datada hace siglos puede parecer una actitud estrafalaria o excéntrica, en esta época de veloces tecnologías y de actuar sumamente práctico, donde apenas queda tiempo para pensar en la espiritualidad de la existencia y sus esencias más recónditas. Si se suman los tropiezos diarios que nos incomodan y ocupan mucho más que lo necesario, la sola intención se transforma en un verdadero reto. Sin embargo, siempre es sano volver unos minutos al disfrute de ancestrales piezas que son joyas de la literatura universal, cuyas palabras, en ocasiones, apenas son identificadas por la mayoría de las personas en elaborados mensajes visuales a manera de tarjetas virtuales que recorren las redes sociales de la Internet; las más de las veces, con la lamentable ausencia de la firma o el reconocimiento de su verdadero autor; las peores, adjudicadas a cualquier otra figura de tiempo y lugar ajenos al original, con la consiguiente desinformación y el descalabro de la razón histórica.
Invito hoy, en efecto, a la búsqueda y lectura de los poemas del libro conocido como Rubaiyat, palabra que significa estrofas o cuartetas, el cual fue escrito por un poeta persa: Omar Ibn Ibrahim Al Jayami, mejor conocido en el mundo literario como Omar Jayyam. Nacido en Nishapur en 1050, y fallecido en 1123, hace nueve siglos, en territorios del Irán actual, vivió en una época floreciente para las artes. A pesar de ello, su faceta artística no fue la más notoria, pues destacó antes en astronomía, álgebra y filosofía. Por sus investigaciones científicas, logró la admiración de sus contemporáneos en vida. Sin embargo, la escritura, que no consideró nunca su obra fundamental, fue la labor que lo trascendió. Su obra Rubaiyat fue escrita originalmente en Farsi, la lengua nativa del autor. No obstante, muchos siglos debió esperar hasta ser vertida al inglés en 1859 por el escritor investigador y traductor británico Edward Fitzgerald. De esta manera logró la divulgación en el mundo occidental.
La lírica de este intelectual persa del Medioevo podría calificarse temáticamente de existencialista: le preocupan las cuestiones de la vida y la muerte, la intrascendencia de lo humano en el universo, la fragilidad de esa huella en un Planeta con un decursar milenario por el cosmos. Emplea finas metáforas, alegorías y símbolos, inspirado por su entorno social y temporal, con recursos muy singulares de su cultura, apegada a la musicalidad y a la sublimación del ímpetu de los sentidos. Así se observa en estas líneas:
Amigo, ¿en qué meditas? ¿En tus antepasados? Polvo en el polvo. ¿En sus méritos? Sonríe… Toma este cántaro y bebamos, escuchando serenamente el silencio del cosmos. Olvida que no alcanzaste la recompensa que acaso merecías. Sé feliz, no te quejes. No esperes nada. Lo que ha de sucederte escrito está en el Libro que, a su capricho, hojea el viento de la Eternidad.
En sus versos resalta la facultad del hombre —específicamente― para gozar la ocasión y olvidar el disgusto; destaca la volatilidad de los instantes, la búsqueda del placer evitando todo sufrimiento y sacrificio vano. Desdeña y desprecia los poderes terrenales por torpes y abusivos, y considera absurda su imposición, pues como astrónomo, conjetura la vastedad del espacio y el rol humilde y efímero de las personas en la historia natural del universo.
A veces pienso que nunca florece la rosa tan roja como sobre la tumba de un César que cayó, sangrante; y que los jacintos que el jardín ostenta, cayeron en su regazo desde una cabeza que fue bella. Yo mismo, cuando era joven, frecuenté con avidez a doctores y santos, y escuché grandes debates sobre esto y aquello, pero siempre salí por la misma puerta por donde había entrado.
Por su manera precisa y fluida de exponer los conceptos, de enlazar equivalencias, de traer a su contexto las más variadas referencias, los estudiosos y críticos ubican su producción poética en su etapa de madurez. Además, se percibe también en sus versos un cierto desengaño, cansancio o aversión ante actitudes humanas de vacua superioridad que contrastan con la sencilla inmensidad de la naturaleza, resaltada por su pluma. Dado el caso que poseía un sólido pensamiento científico, esa base, lograda en su labor diaria, es el pedestal desde donde conforma el delicado tejido de su poética posterior, tamizada por una ironía tenue que revela una profunda sabiduría lograda a partir del conocimiento práctico.
Cuando hayamos cruzado tú y yo el negro velo, ¡oh!, el mundo impasible continuará su ronda: nuestra venida y vuelta le darán tal recelo, como el mar si le arrojas un guijarro del suelo. ¡Amagos del Infierno! ¡Promesas del Paraíso! Sólo es cierta una cosa: ¡que nuestra vida vuela! Solo es cierta una cosa —lo demás, falso viso― «la flor que un día se abriera, por siempre se deshizo».
Aparte de las sutilezas de la traducción tardía que pudiera afectar o no el significado y la estructura iniciales de la obra de este autor, es sano anotar que investigadores españoles como Menéndez Pidal y Américo Castro han puesto de relieve en sus trabajos la importancia de la cultura árabe en la literatura hispana en particular y europea en general, debido a la prolongada duración del dominio islámico en la península ibérica, desde fecha tan lejana como el año 710 de nuestra era, por casi ocho siglos. La huella idiomática está latente en el empleo ya cotidiano de palabras como ojalá, barrio, alcoba azotea, albañil, azulejo, baldosa, arroz, naranja, azúcar, alberca, acera, alcantarilla y jaqueca, entre otros vocablos que forman parte firme del lenguaje actualmente. Los estudiosos hacen notar que la influencia literaria hallada no pertenece a los invasores musulmanes propiamente, sino proviene del llamado Antiguo Oriente: textos como el mismo Rubaiyat, Las mil y una noches y El Corán, sientan bases para el desarrollo de un arte literario en la zona bajo su égida desde aquella temprana época. A estas obras que llegaron íntegramente o mediante referencias sucesivas a la España mora, se le adjudican tributos en la poesía medieval europea, derivada del canto árabe andaluz, según los especialistas; de manera que el conocimiento y estudio de las mismas es, como mínimo, necesario para una óptima formación cultural de quienes se interesan por la lectura, la literatura y, más específicamente, por la historia de la poesía hispana. Por consiguiente, sobran los motivos para acercarse al Rubaiyat de Omar Jayyam, y disfrutar de su espíritu —diríase hoy― bohemio, romántico o simplemente liberador, que nos transmite en versos pletóricos de armonía, profundidad y belleza.
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