¿La poesía es un don angélico o demoníaco? Antes de responder hay que pensar bien si damos crédito a la existencia de ángeles y demonios, en la perenne lucha de la especie humana entre el Bien y el Mal, batalla cósmica ligada a la raíz de la materia. Podemos irnos por la tangente y no creer ni dejar de creer mientras interpretamos el asunto desde la subjetividad poética. ¿Deberíamos entonces admitir que existiese una poesía del Bien y de la belleza y otra del Mal y la fealdad? Ello se ilustraría en una catedral gótica, donde se hallan rostros de santos y figuras terribles en forma de gárgolas. A la poesía le gustaría ser expresión de ambas caras de un Jano comunicativo que aprehende la realidad como hechos poéticos.
Como en todo conjunto mitológico hay muchos elementos poéticos en la imaginación acerca del Mal, de los demonios que se piensa que son legiones y que solo «viven» en la acalorada mente humana desde los tiempos primitivos. Si el listado de ángeles y arcángeles sigue vigente para buena parte del mundo cristiano, la mitología en torno a las deidades mayores o menores del Mal han sido centradas en su demonio central: el Diablo, Lucifer, Satanás, ángel caído que posee muchos apelativos o sobrenombres, también elegidos para sus súbditos, como Belcebú o el Señor de las Moscas, y como arquetipos de la maldad del ser humano.
Puede decirse que la maldad no es poética en sí, pero la mitología demoniaca demuestra el poder de imaginación y creatividad de conceptos propios de la naturaleza humana. Esa es la raíz de la poesía de lo demoniaco, no del «hacer» maligno o praxis satánica, sino del entramado del anti-Olimpo, del Infierno que sirvió a Dante para el fantástico viaje de Virgilio a través de él.
Existe una literatura demonológica, desde el famoso Martillo de las Brujas (Malleus Maleficarum, 1486), escrito bajo la experiencia macabra de las hogueras contra la presencia del demonio a través de señoras que se llamaban a sí misma brujas o que eran acusadas de tal. Pero fuera de este tipo de tratado, que no fueron pocos y que describen cómo torturar y exterminar a las indefensas personas acusadas de brujería, existen otros muchos textos en los que la conducta demoniaca se describe en posesiones, exorcismos (en el Nuevo Testamento Jesús lanza al agua a un grupo de diablos dislocado en unos cerdos, y que poseían a una mujer), alusiones o cercanías (como en Las flores del mal, de Baudelaire), en los cuales las acciones maléficas son atribuidas a las legendarias tropas infernales.
La explicación del Mal en la conducta humana atrae esas creaciones a veces de amplia fantasía, como la supuesta existencia de hijos de la cópula entre hombre o mujer y demonios masculinos o femeninos, de los que resultan los íncubos y súcubos. En Los Elementales Paracelso hace un raro censo de seres de la Naturaleza que pueden tener raíz propia en lo demoniaco o ser solo seres que «viven» en ella, dentro de los cuatro elementos, como las sirenas en las aguas, los silfos en el aire, la salamandra en el fuego…
Demonios, propiamente, suelen ser los ángeles caídos, tales el propio Lucifer, que dejan de ser tratados por la angeología, pues se convierten en testaferros del Mal. Entre ellos uno de los más célebres es Asmodeo, quien fue el segundo esposo de Lilith, la primera mujer de Adán, y que prefirió irse a yacer con este demonio mencionado en la Biblia, y con otros varios de su clan, pues «El Veneno de Dios» se presenta en numerosos acólitos del culto del Mal. Lilith aparece en cuantiosas obras literarias, recuérdese al menos Caín (2009) de José Saramago, pero también se advierte en las famosas Las crónicas de Namia de J. S. Lewis, en uno de sus relatos de 1950.
En la constelación de Orión se supone que se encuentra colgado el capitán de grandes tropas de demonios llamado Semyazza. Algunos de los nombres de los demonios provienen del zoroastrismo (frente al dios del Bien hay uno del Mal llamado Angra Mainyu), y muchos de otras religiones asiáticas o africanas que se han convertido en nombres disímiles dentro del judaísmo y el cristianismo, algunos de ellos son: Asmodeo, Azazel, Balam, Baphomet, Belcebú, Belial, Grigori, Mefistófeles, Satariel, entre otros muchos también conocidos por apelativos como El Ángel Exterminador, El Ángel de la Muerte, El Señor de las Moscas, entre otros.
La presencia satánica en la literatura universal es antiquísima, pero bastaría aquí recordar el Ars Goetia medieval, y luego una presencia lírica en G. Carducci en su «Himno a Satán», o «Las letanías de Satán» de Baudelaire, ambos del raro siglo xix, en el que aparecieron incluso nuevos cultos satánicos ligados al esoterismo y que habrán de proyectarse hasta fines del siglo xx con numerosos cultos teístas satánicos. De esto último podría escribirse varios tratados sobre las maneras en que el ser humano ha rendido inclusive culto a la presencia del Mal en sus propios dioses.
Lo poético estriba en la conversión de las llamadas fuerzas del Mal en deidades que se contraponen a Dios o a los diferentes dioses de diversas culturas de todo el Planeta. La imaginación humana ha de conceder poder a sus propios males, a sus fuertes instintos animales o muy primitivos, entre los que abundan las crueldades de todas las especies. No es una explicación sicológica, ni un registro de malevolencias, sino la creación de una mitología llena de leyendas de figuras increíbles portadoras del Mal, cada una de las cuales tiene su saga, con ejecuciones e intervenciones en la vida humana.
Así como el ser imagina la belleza (física o moral), también hace gala de personalizar la fealdad, la crueldad (vampiros, hombres lobos, asesinos de todos los tipos, torturadores…) y el acto que considera inspirado en las fuerzas demoniacas. Habrá que llamarla «poesía del Mal», fuente de imaginación del ser humano que no ha cesado de ofrecer nuevas «revelaciones» de los seres inmundos que quieren justificar la existencia del Mal en las relaciones humanas. Así vistas las cosas, la poesía es un don angélico y demoniaco, de los dos vórtices nace la llamada «inspiración» y la propia escritura, que advierte y registra las batallas cósmicas del Bien y el Mal en la naturaleza y en la mente humana.
Visitas: 285
Deja un comentario