Estuve un rato largo ante una fotografía de flores del gran Robert Mapplethorpe, tratando de desentrañar el supuesto mensaje erótico que de todos modos ella debía contener, dada la fama del artista de convertir en erotismo lo que no lo tenía. Alguien me dijo que allí estaba patente y que solo había que tener la sensibilidad para desentrañarlo. Aquejado de falta de sensibilidad, me mordí el labio inferior y me dispuse a no meter más la nariz en búsquedas de tesoros eróticos en pétalos mágicos.
Me pusieron en manos un libro de realismo sucio y me dijeron que allí el erotismo rebosaba las páginas, pero en verdad yo lo que encontré fue eso: realismo sucio. Otro estadounidense, esta vez nada menos que el célebre Charles Bukowski me hizo ver que sí se puede extraer un sutil y ardiente erotismo de la mierda y que sus obras eran mucho más que simples Escritos de un viejo indecente o que Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones gratuitas realizadas por íncubos y súcubos en baños públicos, basureros o nidos de ratas. Debía haber un artista detrás y no un mero oficiante del escándalo por el escándalo. No sé bien por qué el tal realismo sucio reúne marginalidad, mugre y un léxico atorrante para expresar el puro erotismo de la especie humana. No lo sé, pero advierto el caudal de éxito que tuvo en las décadas encabalgadas entre dos siglos recientes, uno de ellos en curso.
Recorrí luego los poemarios de Delmira Agostini, de Juana de Ibarbourou, de Carilda Oliver Labra y de los primeros años creativos de Pura del Prado, para percatarme de que estas damas veían en lo erótico sublimaciones, celos por lo sublime, deseos incontinentes y embrujo femenino. El «eterno femenino» del siglo xx quería romper en ellas lo estereotipado, y aun trabajando con remantes de lo cursi, sacar el resorte de femineidad que tiene la poesía de lo erótico. Es famoso el par de versos de Carilda: «Si te rozo con la punta de mi seno / me desordeno, amor, me desordeno». Allí lo erótico no está en la mención de los senos sino en el acto de rozar, pues no parece precisamente erótico el refrán de que «halan más dos tetas que dos carretas». ¿Alguien podría afirmar que ese halar encarretonado e interesado pueda ser un referente de erotismo? Puede ser que el interés acuda a la pornografía, y ello no conduce a la sutil manifestación humana de los referentes sensuales sino al exhibicionismo o al burdo placer. Entonces, lo erótico no está en el extremo evidente sino en lo sutil, de modo que un poema en el que se mencione con sus nombres propios y/o vulgares los órganos sexuales seguro es realismo sucio, pero no más que eso.
Ante tal especulación cabe preguntarnos si es erótica la pornografía. No lo es ni el Kama Sutra ni el Ananga Ranga, que desean más bien ser tratados de pedagogía sexual, aunque no pocas veces sus consejos rayen con lo lírico. Pero el porno-duro, lleno de escenas cada una más ramplonas, pedestres, groseras y repetitivas no contiene poesía, pues lo chocarrero no es poético. ¿Quizás intelectualice yo demasiado al erotismo? Claro que no lo dejaré solo en la sutileza, en el roce, en la insinuación, muy de resorte literario, pues lo erótico por supuesto que no es un referente humano solo dado al goce expresivo de la literatura. Los sentidos pueden expresar un desenfado erótico no precisamente chabacano, cuando una mirada, un gesto de los labios, o una caricia se llena de la pasión, del fuego interno de la sexualidad.
La poesía erótica existe desde que el ser humano sintió de manera deferente el impulso sensual, el fuerte llamado de la sexualidad, y comenzó a expresarlo. Poesía erótica, lo sabemos, hallamos en la propia mística, que se reúne con Dios o se acerca a la divinidad desde evidentes impulsos sensoriales, sensuales. Pero en la llamada poesía de amor es donde el ardiente mundo del erotismo ha dejado huellas más firmes, llenas del fuerte llamado del cuerpo y del goce supremo del espíritu. Claro que no toda poesía de amor es decididamente erótica, sobre todo cuando el amor se hace más intelectivo que solo corporal. La poesía metafísica también ha cantado desde el amor y a veces su erotismo está dado por una sensualidad muy cerebral, que habla de lejanía, de muerte de la amada (amadas inmóviles), de relación imposible por referentes sociales opuestos, y la pasión erótica se inhibe o se convierte en una sofisticación que no apela a los sentidos.
Puede decirse que la poesía erótica es fuertemente sensorial, dada a ver con pasión y fuego erótico al cuerpo amado, sensación muy carnal que se devela en la necesidad del tacto inmediato, del roce de los órganos sexuales, y otros «mecanismos» exaltadores como el olor, el sabor (de la piel, del beso), y a veces acompañado del erotismo de la voz, de las palabras exactas dichas en el momento exacto. La poesía de siempre ha imitado esos requiebros y esos actos completos del erotismo, ha expresado mediante las palabras aquello que es poesía en sí: la poesía del encuentro de los sexos diferentes o no, envueltos en una pasión que da placer al cuerpo y al cerebro. La poesía no es solo pensar en el amor sino también en su realización corpórea.
¿Ejemplos? Pues la verdad es que más bien teorizo aquí un poco sobre el asunto de la poesía erótica, pero no es difícil hallar cientos de referentes. Aquel poema de José Martí en sus Versos sencillos: «Mucho, señora, daría / por tender sobre su espalda / su cabellera bravía…» es un ejemplo brillante de sensualidad y por ella de erotismo contenido, vibrante. Góngora declaró que «a batallas de amor campos de plumas», para referirse al suave soporte de un lecho como escenario erótico ideal. Por supuesto que no toda poesía de amor es necesariamente erótica, pero siempre alguna presencia sutil del erotismo puede filtrarse, cuando se trata de amor de pareja, y no el referido al filial o amistoso. El erotismo es una de las conquistas de le especie humana en su evolución y no puede ser que la poesía lo ignore, cuando en él la carga erótica puede llegar a ser densa, central e incluso sublime.
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