La novelística cubana de los últimos lustros puede resumirse en dos direcciones esenciales: una de carácter neourbano, en la que se inscriben, por ejemplo, Habana año cero (2016), de Karla Suárez; Niñas en la casa vieja (2018), de Dazra Novak, y Agua de paraíso (2019), de Alberto Marrero; y otra de perfil rural o neocriollista, cuyo título más emblemático en la actualidad es Los conjurados (2021), de Alberto Guerra.
Pondremos el acento sobre Habana año cero. Como sugiere su nombre, las ficciones de esta clase se declaran visceral y conscientemente citadinas. No en el sentido de escoger ese tipo de escenario de modo simplista, sino como lugar de profunda implicación en el conflicto de la ficción, lo cual se pone de manifiesto en las novelas citadas; Karla Suárez, incluso, va más lejos, desde el propio título o paratexto anuncia la fuerza de la locación o cronotopo en su historia.
Las urbes y sus habitantes revelan en las mencionadas narraciones los signos de la globalización, la internet, la telefonía celular, la televisión occidental, la música de última generación, la drogadicción, la exaltación de las identidades de género y otras marcas de ese urbanismo trepidante, alternativo y realista.
De manera sutil, el discurso ficcional se apropia de las estrategias mediáticas, de Facebook, internet y otras formas comunicativas que pasan a los imaginarios de los personajes, a su expresión y a la sintaxis narrativa.
Con las precauciones necesarias, Niñas en la casa vieja parece ajustarse a esta nueva mirada estética. Galardonada con el Premio de la Crítica 2022, la novela de Novak exalta, y a ratos fustiga, el contexto socioeconómico nacional en el ámbito de La Habana. A su vez, el microespacio constituye un emotivo homenaje a Dulce María Loynaz y a su emblemática vivienda, en la intersección de las calles 19 y E, en el Vedado. De modo indirecto, recuerda la casa de la novela Jardín de la insigne escritora habanera.
Sin duda, las páginas de Niñas… evocan a autoras latinoamericanas que han tratado conflictos relacionados con mujeres, vale recordar títulos como Nosotras que nos queremos tanto (1991) y El albergue de las mujeres tristes (1997), de la chilena Marcela Serrano.
Niñas… es una curiosa ficción en el contexto narrativo insular de nuestro tiempo. Narra parcelas de las inquietas existencias de ocho mujeres lésbicas («las niñas»), residentes en la casona de 19 por las incomprensiones en sus hogares de origen. Los relatos son contados por la dueña de la casa (incluido el suyo), por lo que la novela establece oblicuos lazos intertextuales con Sherezada y Las mil y una noches. Sin embargo, lo más importante es que esas mujeres, bien distintas entre sí, hallan la felicidad en la casona porque allí recuperan el espíritu de una familia superior, en tanto se les respeta la identidad personal y la solidaridad es práctica cotidiana entre ellas. Desde luego, como en cualquier familia, ocurren discrepancias, pero siempre triunfan la comprensión y el amor.
La descripción sicológica de las muchachas es otro de los logros que distinguen esta novela de aquellas que tratan el asunto de la diferencia de género en la realidad cubana actual. La narradora subraya los rasgos distintivos de sus compañeras con una agudeza inconfundible, ejercicio vinculado a su labor de locutora y guionista, a la preservación de la unidad del grupo y al cuidado social de sus compañeras. Niñas en la casa vieja es muchas ficciones a la vez, un texto poético por su imaginación, composición, lenguaje y propuesta significacional.
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Tomado del sitio web de la UNEAC
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