Mi interrogación no es pura retórica. Nace de una inquietud que me asalta cada vez que leo algún texto dedicado al camagüeyano Emilio Ballagas (1908-1954), de modo que al acceder a Para otra lectura de Ballagas (Editorial Ácana, 2020), compilación y prefacio de Norberto Codina, e integrado por tres ensayos debidos, respectivamente, a Luis Álvarez, Leonardo Sarría y Jesús David Curbelo, aquella impaciencia me asaltó de nuevo.
Los criterios sobre la obra lírica del autor de Júbilo y fuga han sido subrayados cual si fueran un espectro fatídico de acercamientos, distanciamientos, comprensiones, confusiones y pase de cuentas a otros tomándola a ella como bandera, entre arbitrariedades y honestidades que no han servido, más que para engrandecer, para perturbar su labor poética o acaso disminuirla. Pocos autores cubanos contemporáneos han tenido más asedios provenientes de voces críticas autorizadas de la cultura cubana: Raúl Roa, Cintio Vitier, Virgilio Piñera, Gastón Baquerro, José Lezama Lima, Roberto Fernández Retamar, Samuel Feijóo, Guillermo Rodríguez Rivera, quienes lo han abordado desde lo íntimo afectivo a lo colectivo cordial, en una especie de continuum crítico sobre su obra que, sin embargo, carece, hasta el momento, de un verdadero hilo conductor que la sitúe y guíe al interesado para poder evaluar con mayor certeza el desenvolvimiento de su quehacer poético. Cada quien ha arrimado la brasa a su sardina, acaso conscientes de la carga gravosa que comportaría llevar a la práctica una crítica radical —en el sentido de ir a la raíz— donde lo privado y lo público mantuvieran un gratificante equilibrio. De este modo, poco se ha reparado en la organicidad de su obra, su diálogo con el entorno, lo universal y lo particular de sus creaciones, lo temperamental de muchos de sus poemas y el acompañamiento de la fe católica que siempre lo guió, acaso el más socorrido.
Son muchas las contradicciones aunadas en un ser de carne y hueso que creó una familia, que fue amigo de sus amigos, que fue sereno acompañante de los que lo rodearon y que, creo, nunca fue ni ambicioso ni atrevido. Si la audacia hubiera formado parte de su comportamiento personal «otro gallo cantaría», pero la época en que vivió tampoco lo favoreció. La muerte, sobrevenida a destiempo, quizás fue para él bálsamo salvador para sus tribulaciones, quietud ganada y, acaso, su única y verdadera conquista en medio de soledades en compañía, insatisfacciones y desconciertos.
Tres autores, dos de ellos coterráneos del poeta, poetas ellos también—Álvarez y Curbelo— y un habanero —Sarría— nos ofrecen sus visiones respectivas del autor. La tríada, aunque por intencionalidad no la constituya en sí misma apareció en la lamentablemente desaparecida, ojalá no para siempre, La Gaceta de Cuba, en números 6 de 1997 (Álvarez), 2 de 2009 (Sarría) y 1 de 2012 (Curbelo).
El trabajo de Luis Álvarez, que sirvió para titular el libro, apenas iniciado, nos alerta al decirnos que el poeta «se mantiene como un recinto aislado o una peligrosa excepción» (cursivas de C. R.) y afirma que « [l]a crítica, década tras década, parece estar más dispuesta a concederle un sitio, uno cualquiera, que a descubrir el suyo exacto», dos consideraciones que nos previenen de que algo distinto sobre su obra va a expresarse, y luego de enumerar las calidades que hasta ahora le han sido concedidas a sus versos: «cualidad ingrávida, desasida y fluyente», poesía «inasible», «peculiar entonación [que] surge de una íntima debilidad lírica y humana», poeta «inerme, en perpetua y culpable inocencia, no solo del mundo, sino de su propia poesía». Ante tales apreciaciones Álvarez vierte las suyas, «por completo distintas», apoyado en dos propuestas muy atendibles: Ballagas despejó el camino para hacer poesía en Cuba sin la oleada tropologizante característica de Lezama Lima, y su ayuda, acaso impensada por el artista, para enrumbar la poesía cubana a partir de la década del 70, que desde entonces transitó por nuevos espacios de estilo y acento.
De Júbilo y fuga (1931), pasando por Cuaderno de poesía negra (1934), Sabor eterno (1939), Nuestra Señora del Mar (1943), Cielo en rehenes (1951) y Décima por el júbilo martiano en el Centenario del Apóstol José Martí (1953), cada uno de estos textos recibe no una mirada, sino una nueva lectura transgresora con las observaciones anteriores, provenientes de voces tan autorizadas como Vitier, y las ráfagas disparadas desde una mirilla miope: las lanzadas por Osvaldo Navarro en su prólogo «Ballagas, ni más ni menos», que precedió, como prólogo, a su Obra poética. Claro que Vitier no es Navarro, pero las estimativas del primero tampoco logran proporcionarnos ese extra privilegiado que Ballagas requería, ese desencartonar su obra de entumecidas apreciaciones que tanto han impedido un reconocimiento mayor a su creación y, en particular, a este libro iniciático. Mayor novedad aún nos brinda Álvarez cuando establece una relación entre «la pulposa fibra popular cubana» de Cuaderno de poesía negra con la «traslúcida encajería» propia de Júbilo y fuga, propuesta ancha y generosa fundada en una lectura nueva, acompañada de arranques lúcidos y convincentes que nos permiten distanciarnos de aquel «otro» Ballagas para recibir, después de la lectura del texto, a otro Ballagas. Sabor eterno, en su criterio, «propone una nueva actitud lírica, no podía ser en sí mismo la conclusión total de un proceso evolutivo», pues el escritor, ya hecho con esa madera tan particular, es dueño ya de un mundo, su mundo.
Para acercarse a Nuestra Señora del Mar, homenaje lírico a la Virgen de la Caridad del Cobre, el ensayista aporta la idea de un barroquismo rejuvenecido a la luz de otras dimensiones menos lacerantes, acaso más polisémicas, mientras que Cielo en rehenes, integrado mayoritariamente por sonetos, exhibe la maestría de un libro —ganador, en 1951, del Premio Nacional de Poesía— cuyo conjunto no significa «un revival del tono neoclásico de la poesía insular, pues considerarlo así significaría que el poeta ha sufrido un brusco e inútil viraje, y retroceso esencial luego del candente despliegue de energía artística y de pasión en Sabor eterno». El «discurso interior» que nace del libro, según calificación del crítico, nace de experiencias ontológicas y cierra un camino bordado de perturbaciones personales y sociales que le permiten asumir la poesía como acto de vicisitud y de confrontación de sentimientos, como senda transitada desde recovecos que solo son conocidos del poeta, entornos subyacentes de vida y verso, artista enamorado de la palabra porque «Soy el eterno mendigo de la eterna Hermosura».
«Fe y poesía en Emilio Ballagas» es la propuesta de Leonardo Sarría, que considera su poesía como «[e]volución y unidad, mas no cómoda teleología». Repasa, como lo hizo Álvarez, las apreciaciones que sobre el poeta ofrecieron Vitier, Piñera, pero prefiere «ser fiel a la persona Ballagas [que] es también otorgar su peso justo a una experiencia y a una cosmovisión sobre la que la crítica ha cruzado a ratos con demasiada simpleza». Sarría, al igual que Álvarez, no practica la exégesis que ha rodeado el estudio de su obra, que, como la de Osvaldo Navarro, se aferró a un marxismo de manuales, en tanto otros estudiosos han buscado en su labor propuestas trenzadas entre lo personal y lo público, lo grávido e ingrávido, el cuerpo físico y el alma, y observa que «[m]uerte, transmutación y crecimiento se emplazan […] como coordenadas fundamentales del debate espiritual, bajo el que Ballagas sintió su episodio amoroso».
El «proceso interior» de Ballagas se consolida, a juicio de Sarría, en Cielo en rehenes, considerado por el propio poeta como «su itinerario espiritual», libro al que le dedica sus más amplias consideraciones, expuestas a partir de una lectura desprejuiciada que registra los movimientos espirituales del poeta en torno a «escarceos, súplicas y deslealtades del “amante”». El sistema poético de Ballagas, en su dinámico movimiento, se expresa en este texto desde ambivalencias y protagonismos interiores que permiten un adentramiento causal a su poesía, sin complacencias ni robos a la malquerencia de otros. En la prosa ensayística elaborada Sarría no se escudó ni en las supuestas «extrañezas» ballaguianas ni en lo reiterado por juicios anteriores, sino que elevó a rasgo de poder la fuerza de su poesía para entregar un texto donde la buena pasión transita no como peregrinación intelectual, sino como despeje para hallar nuevos caminos.
«Trinidad de cubanía», de Curbelo, concluye el volumen de 117 páginas. Su ensayo se detiene en dos de los libros de Ballagas que «salvo escasísimas excepciones», la crítica ha tratado desde «la condescendencia o el desdén»: Nuestra Señora del Mar y Décimas por el júbilo martiano en el centenario del apóstol José Martí. En primer lugar coincide con lo apuntado antes por los autores que lo precedieron:
Nuestra crítica ha sido ambivalente con Ballagas, dejando en la mayoría de las ocasiones la sombra de un ligero reproche, de una aceptación titubeante, en el caso de estos poemarios la actitud generalizada ha tendido a minimizar sus valores estéticos por el afán de supeditarlos a enfoques psicoanalíticos o sociologizantes, sin entender que, en última instancia, las relecturas sociológicas o psicoanalíticas tributan a la consolidación de lo estético, son parte indisoluble del complejo entramado de relaciones que el texto propone para resaltar su artisticidad.
Advierte el estudioso, en la bibliografía dedicada al poeta, la ausencia de lo que denomina «la semántica de las formas», o sea, evaluar el contenido en el continente exacto capaz de trasmitir mejor lo poéticamente expresable. También, como en los textos de Álvarez y Sarría, juzga los acercamientos críticos que se han aproximado a su quehacer, convencido, dice:
De que tanto la persona Ballagas como su obra han sido víctimas de los vaivenes interpretativos que legan a la historiografía, a la crítica y a la academia los dimes y diretes de la agonística vida literaria con sus pugnas autorales y generacionales en la lucha por la conquista del poder cultural y en las sucesivas confecciones del canon.
Detenido en los citados libros dedicados a la Virgen de la Caridad del Cobre y a José Martí, para los cuales Ballagas eligió la décima como metro, Curbelo establece un conjunto de coordenadas para él dedicado a la Patrona de Cuba que, hasta donde conozco, no habían sido abordadas como posibles fuentes de documentación utilizadas por el poeta, incluido el concepto de transculturación expuesto por vez primera por el sabio en su Contrapunteo del tabaco y el azúcar. Como advierte el crítico, aquella noción no está presente en el vocabulario de Ballagas, pero sí el término mestizaje, utilizado en la conferencia «La poesía nueva» (1949), donde aparece a propósito de un poema del monje norteamericano Thomas Merton «que aborda la figura de ¡la Virgen de la Caridad!», según apunta Curbelo. Curándose en salud, este considera «demasiado especulativo» arriesgar que Ballagas conociera los manuscritos de Ortiz a propósito de la aparecida en la bahía de Nipe, que datan de 1929 y de los años 40,[i] pero «no estima descabellado jugar con la hipótesis de que Ballagas, presa de su afán informativo habitual, una vez dispuesto a escribir sobre la virgen, se lanzara a investigar y diera con otras puntas del ovillo». Desde esta perspectiva, sin dudas novedosa, Curbelo continúa «con otras puntas del ovillo» al citar otros textos coevos sobre el tema, como el debido a Rómulo Lachatañeré, José Juan Arrom, José María Chacón y Calvo y Carolina Poncet, que transitaron, los dos últimos, desde el tema negro hasta las coplas populares en Cuba.
En cuanto a Nuestra Señora del Mar, luego de citar las «rocambolescas» conclusiones debidas a Osvaldo Navarro, Curbelo se identifica con el análisis de Fernández Retamar, que considera estas décimas como un homenaje poético «utilizando un asunto cercano al espíritu de la nación», pero insiste en la mirada cubana envuelta por la religiosidad popular, esa que ve en la Virgen de la Caridad del Cobre la Oshún de la religión yoruba. Afirma Curbelo que resulta imposible que Ballagas pasara por alto apuntado en el párrafo anterior, enriquecido con otros nombres como los del presbítero Onofre de Fonseca y Juan Antonio Veyrunes, capellán del santuario. Valora la distinción de estas décimas, nada ingenuas, mediante las cuales encontró «un camino personal de salvación que incluyera sus conflictos de fe y sus tribulaciones emocionales y sociales con respecto a la sexualidad».
En las Décimas por el júbilo martiano se proyecta el crítico desde los pares no antagónicos Martí-Patria, Martí-hombre y Martí otra versión de Cristo, que le brindan la posibilidad de un adentramiento polisémico, polifónico y enriquecedor desde estas diferentes y complementarias facetas, donde potencia un recorrido lírico en espiral cognoscitiva nacido desde lecturas reflexivas y aglutinantes.
Para otra lectura de Ballagas reúne, en efecto, lecturas «otras», distintas a lo hasta ahora expresado, suma y complemento de universos críticos que han asumido el riesgo de decir o interpretar lo que otros han negado o se han visto impedido de hacer. Homenaje fiel y auténtico, énfasis mayores sobre lo oculto o apenas entredicho.
Notas
[i] No fue hasta 2008 que la fundación Fernando Ortiz publicó La Virgen de la Caridad del Cobre. Historia y etnografía, localizado entre los manuscritos del autor que se custodian en el Instituto de Literatura y Lingüística.
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