En el Siglo de Oro era habitual que los poetas se hostigasen de lo lindo, con hosquedades que iban de la prosa al verso. En el patio cubano ya del siglo xx también se hallan esos insultos más o menos penetrantes, como los de Virgilio Piñera contra José Lezama Lima o contra Cintio Vitier, y de este último arremetiendo contra Piñera, quien a su vez insultó por escrito, a partir del libro Camarada celeste a Samuel Feijóo. La amistad entre Lezama y Piñera se salvó en los últimos años de vida de ambos, pero entre Piñera y Feijóo no hubo reconciliación jamás. Deben seguir peleados en la eternidad. Lezama tuvo una disputa de peso con Jorge Mañach, quien había agredido el estilo poético lezamiano en la prensa de los años cuarenta. Pero con Emilio Ballagas el asunto llegó a franca enemistad.
Es triste la grave opinión que Lezama expresa sobre Ballagas en forma de verdadera agresión verbal. Dice Bianchi Ross en nota al pie de Lezama disperso, que el autor de Paradiso le comentó que Ballagas: «Me hizo una trastada». Hacer una trastada queda un poco en lo indefinible, algo malo, una ofensa, una agresión de algún tipo, una traición, un engaño, lo cual debe haber ocurrido entre 1935 y 1937, cuando ambos eran veinteañeros. Sobre ningún otro poeta o escritor Lezama lanzó nunca una investida tal, debo citar agresiones verbales a mi pesar, porque forma parte del entorno y los rechazos entre poetas, aunque las creo injustas, se ve a Lezama molesto y compulsado por esa «trastada» que se nos queda en el aire, y a Ballagas en postura ahora defensiva. Dice Lezama en 1937:
La inexplicable popularidad de que ha disfrutado un poeta homogéneo y sin voz propia, como Emilio Ballagas, se debe sin duda a esa desapetencia revisionista que convierte en un poeta colocado invariablemente al lado de Guillén y de Florit, al que es un simple imitador de Brull, de Neruda —elegía sin nombre—, un Neruda aguado en Evaristo Carriego, es en estos «pastiches» de Neruda y Cernuda, donde se hace más visible la pobreza de imágenes y la ambigua embestida creadora de este poeta hecho para las simpatías liceístas tanto provincianas como capitalinas. En nuestra opinión ningún poeta como Emilio Ballagas revela las influencias mal asimiladas, las simpatías inconsecuentes, los plagios porque sí y el atolondramiento por incorporar a su obra las realizaciones técnicas y formales de otros poetas que han ganado en verdad esas posiciones.
Eran diferentes en esencias estéticas, pero cercanos en religión y otros avatares biográficos, como el propio hecho de ser dos poetas de alto mérito. Bien dice Bianchi Ross que Lezama sería más noble cuando muere Ballagas, en «Gritémosle, ¡Emilio!» de 1955, que el propio Bianchi recogió en Imagen y posibilidad. Sin embargo, Lezama tampoco ofreció su voz de simpatía sobre aquel poeta que dejó de vivir casi veinte años después de la enemistad visible. Quizás debió ser grande la ofensa que le infligió Ballagas, pues «Gritémosle: ¡Emilio!» parecería una vindicación, pero ¿lo es en verdad? Encuentra y señala en el poeta de Sabor eterno: «fingidos asombros» (sutil recriminación) y un «oh artificial», dice que la primera poesía ballaguiana estaba: «regada con abundancia de diminutivos y tías», y llama a una de esas obras «poemita». Pese a que lo celebra, no hubo una regalía de la sympatheia para este poeta que, digámoslo nosotros, fue también un dei mayor de nuestra poesía.
La raíz del mal no queda clara, pero en un artículo de 1938, en que Ballagas celebra La tierra herida, de Manuel Navarro Luna, en el diario Hoy del 23 de agosto de ese año, arremete contra Lezama del siguiente modo:
Cuando Valéry es sólo un valor relativo a su ambiente, clima, formación y clase, cuando Claudel —el insigne poeta católico— olvidando sus deberes de cristiano y cerrando los ojos al ejemplo de Maritain y Bergamín, se entrega a la España derechista que abre sus puertas al invasor pagano de Hitler y a los moros seculares enemigos de la cruz; todavía anda por nuestro trópico trasnochado, algún que otro Lezama a caza de mariposas puras y en exégesis de poetas que ya van camino de la Academia, camino de Senectud. Y es porque Lezama y su casi anónima gente de Verbum pagan caro —en moneda de aislamiento— su olvido de la vida, a cambio de una entrega incondicional al libro mal digerido que llegó de Argentina, traducido un año después de su publicación en francés.
La amistad nunca surgió entre ellos, se separaron de manera brusca y para siempre y es uno de los no pocos casos de enemistad entre poetas cubanos que se quedó explicitada sobre papel. Ambos hoy son glorias de la poesía cubana, no se comprendieron, no se amaron, a pesar de que en verdad tenían razones para una mejor recepción mutua. La curiosidad seguirá asaltándonos: ¿qué «trastada» le hizo Ballagas a Lezama para tal odio prolongado?
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