A finales de la década del 90 los carpenterianos de entonces leyeron con fruición un pequeño volumen de la investigadora Luisa Campuzano que contenía tres ensayos ninguno de los cuales, incuestionablemente, ha perdido el interés que despertó por entonces. El tercero llevaba el sugerente título de Releer El siglo de las luces en los 90. Hoy, transcurridas casi tres décadas de la fecha de su publicación, es pertinente retomar una idea semejante, solo que ahora (al cumplirse los 120 años del nacimiento del escritor, a más de cien años de sus primeros trabajos periodísticos, a 90 de la publicación de su primera novela, y a más de 40 de su fallecimiento) resulta pertinente, parafraseando el título del ensayo de Campuzano, que los lectores de Cuba y del mundo se planteen la relectura de la obra de Alejo Carpentier en este nuevo milenio.
En la Fundación Alejo Carpentier, que preside la intelectual cubana Graziella Pogolotti, se tiene constancia del interés siempre creciente que despierta la obra de este autor en las más distantes latitudes de nuestro planeta. Se reiteran las ediciones de la obra carpenteriana en los países en los que siempre fue bienvenida, pero se hacen mucho más amplias las coordenadas geográficas con primeras ediciones en lenguas tales como el chino, el coreano, el turco, el árabe, el japonés —y estos son solo algunos ejemplos—, así como los estudios sobre la vida y la obra del autor que han servido de base para investigaciones conducentes a categorías investigativas de primer orden en numerosas instituciones académicas de casi todo el mundo.
A esto se añade un renovado interés por otras facetas de su producción literaria que, consideradas como hermanas menores de la «gran obra», han gozado de una difusión más limitada lo que, como puede suponerse, ha implicado, hasta el presente, un número comparativamente más reducido de estudios profundos sobre su periodismo, sus ensayos y su obra musicológica. A esto pudiera añadirse la imperiosa necesidad de una investigación minuciosa de su biblioteca personal, que forma parte del fondo documental de la Fundación, tarea esta que enriquecería nuestra visión, entre otros muchos aspectos, sobre los intereses literarios y los trabajos previos a la creación de su obra tanto de ficción como ensayística, pues hemos constatado que Carpentier dialogaba pluma o lápiz en mano con los textos que leía y —cabría decir— que estudiaba a lo largo de su vida.
Pero, volviendo a la pregunta inicial, por qué se lee y se sigue proponiendo como lectura necesaria tanto en nuestro país como en el resto del mundo la obra de Carpentier, puede afirmarse hoy, y sin duda alguna, sin agotar todos sus posibles aspectos, que Carpentier es, literariamente hablando, un descubridor más de América y en particular del Caribe, en su historia y en su contexto histórico-cultural.
Cuba, el país en el que decidió nacer, es presencia casi constante en su obra y ella se revela en su historia y en su ajiaco cultural desde ¡Écue-Yamba-Ó! hasta La consagración de la primavera, primavera polisémica que va de Stravinski a Playa Girón en ese «aquí y allá» omnipresente y en esa manera muy suya de re-contarnos la Historia, de la que se sienten ausentes o huyen algunos de sus personajes pero que siempre acaba por atraparlos. Sus textos, con ese marcado sentido descolonizador que se evidencia entre otras novelas en Concierto barroco, sumergen al lector en un extenso caldo de cultivo cultural, en un desbordamiento de intertextualidades que abarcan el contexto local y el acervo universal. No es posible dejar de mencionar dos conceptos que de una manera u otra han consumido mucha tinta y papel: lo barroco y lo real-maravilloso, sobre lo cual tal vez ya no hay mucho que añadir. Si bien, ¿cómo no destacar la riqueza del lenguaje, que aún hoy sigue siendo un reto para todo lector?
Pero concurrente con todos estos valores innegables de la obra carpenteriana y seguramente otros muchos, a más de nueve décadas de su primera novela, y es lo que sigue siendo para el público no especializado —y acaso también para el que sí lo es— hoy, cuando se viven las primeras décadas de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, además de todas esas dimensiones que se han estudiado, que se estudian y que se seguirán estudiando por motivos muy legítimos, y a 120 años de su nacimiento, es, sin duda alguna, que Carpentier relata en sus novelas apasionantes historias de encuentros y desencuentros, de pasiones satisfechas o insatisfechas, de búsquedas logradas o infructuosas en las que se debaten imperecederos personajes que, una vez conocidos, serán una compañía para toda la vida.
¿Cómo olvidar a Menegildo y su trágico amor con la hermosa Longina, encarnación vívida de Ochún, en el contexto de un central azucarero; los avatares de Ti Noel, el haitiano que se ve envuelto en una tormenta revolucionaria que no entiende en toda su magnitud; las angustias y las reminiscencias del traidor acosado por los vengadores de las víctimas mientras asiste a la interpretación de la tercera sinfonía del maestro de Bonn; las interrogantes existenciales del músico innominado que se redescubre en las profundidades amazónicas y que en lo sentimental vacila entre su esposa, su amante y la recién descubierta Rosario; las diabluras de los tres adolescentes a quienes un aldabonazo sumerge en la vorágine de la historia, entre los cuales se destaca la personalidad de Sofía, de nombre emblemático, por sus amores y porque es la que, en ese final apoteósico, decide «hacer algo»?
¿Cómo olvidar a ese Primer Magistrado de mediana ilustración que se aferra al poder en compañía de su siempre fiel Mayorala Elvira y de su displicente hija y que finalmente derrotado yace en el cementerio de Montparnasse bajo la imagen de la Divina Pastora; y a Filomeno, el sirviente del indiano que desarticula el concierto barroco que emprenden tres grandes de la música del período: Haendel, Vivaldi y Scarlatti y que, dando un salto de dos siglos acabará asistiendo en París a un concierto de Louis Armstrong? ¿Y qué decir de la enigmática bailarina rusa que huyendo de la asonada proletaria de su país, se apasiona por un cubano y huyendo de nuevo se refugia en la oriental Baracoa hasta el triunfo de otra Revolución, revolución que finalmente le permitirá realizar su gran sueño profesional; y ese último gran personaje, desmitificado y transgresor, que es el Almirante en ese hilarante relato que cerró el ciclo de las novelas carpenterianas.
Tampoco se pueden olvidar los lances y los personajes de sus narraciones de pequeño formato: Juan, y la trashumancia del romero; el negro viejo que volteando su cayado invierte el transcurso del tiempo y presencia el regreso a la vida del marqués de Capellanías; el joven enamorado que se enrola en las grandes empresas dando saltos temporales impensables; también el encuentro en temporalidad y espacialidad fraccionadas del viejo Amaliwak, de Deucalión y de Noé en vísperas del gran Diluvio; el Cimarrón fugitivo y su encuentro con Perro; Panchón, el gigante tonto en medio de las catástrofes que azotan Santiago de Cuba; y también el asilado devenido diplomático.
Pero hay que pensar igualmente en el Carpentier cronista de su época. Una parte, solo una parte de su obra periodística, ha sido publicada. Han visto la luz sus crónicas literarias aparecidas en La Discusión, la mayoría de sus colaboraciones para Social y una parte de las que produjo para Carteles; también están ahí los 11 volúmenes que contienen cerca de 2 000 artículos para la sección «Letra y Solfa» del diario El Nacional de Caracas. Queda, sin embargo, una considerable cantidad de trabajos aparecidos en numerosas publicaciones seriadas nacionales y extranjeras, desde la década de 1920 hasta la fecha de su muerte que están siendo procesadas por los investigadores de la fundación que lleva su nombre para su ulterior publicación. Sus ensayos han tenido varias ediciones y también se ha divulgado algunas de sus intervenciones en la radio.
Todo lo anterior responde a la pregunta que se formula en el título de esta comunicación. No se puede concebir a un lector medianamente culto, cubano o extranjero que pueda prescindir de la obra de este escritor que es, sin duda, el novelista de talla más universal del pasado siglo que hemos tenido la suerte de contar entre nosotros y cuyos trabajos no solo gozan de una actualidad coyuntural, sino que se proyectan hacia el futuro de nuestra América y del mundo.
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Tomado de El Cañonazo Especial
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