A propósito del cuento «Los días de la histeria», de Maielis González

Son los días de la historia, los días de la histeria: lo sabe Maielis González, lo testimonia frente a las máquinas porque la vida es un reality show. De los peores. De los que no tienen final feliz ni reinas coronadas, ni alguien que es rescatado de una isla. La vida es un testimonio de la paranoia, una película en blanco y negro, la mecánica de lo que no puede ser parado luego de que los motores han echado a andar. Los protagonistas de esta vida que Maielis nos denuncia no habitan el cuerpo de Katniss Everdeen y no será este el cuento de un amor adolescente que halla su final feliz después de una saga de libros y algunos escollos porque no hay tiempo para eso: no somos jóvenes y las máquinas acechan.
Este bien podría ser un cuento sobre la realidad. No porque la ciencia ficción enmascare aquello que nos puede resultar complejo de narrar en terrenos no precisamente ficcionales, sino todo lo contrario: el fantástico, en su espectro más amplio, conduce a la exploración de un mundo nuevo que es a la vez un mundo viejo, entiéndase, nuestro universo de todos los días. Un elemento diferente es lo único que resalta a la vista en este cuadro: las máquinas. No la paranoia. No la histeria. Esa la conocemos. Descubrimos su olor. Somos una jauría que se deja llevar por el chismorreo de la aldea global, que denunciamos aquí y allá, que tenemos miles de quejas, que desearíamos —de ser posible— saber un futuro y quién nos odia y quién nos ama y quién nos hundirá el cuchillo cuando no sepamos.
Maielis toma la materia de la realidad y la funde en nuevos cuerpos de textualidades distópicas donde sí, hay sin dudas influencia de clásicos como 1984, de George Orwell y una comunidad de otras múltiples referencias. Su discurso en primera persona humaniza, porque es necesario humanizar la matanza, el reality show que no lleva ese nombre pero que sigue siendo reality show (al menos para la entidad, si es tal, de las máquinas): la cacería.
Porque sí, este es un cuento donde sus actantes son cazadores o presas, donde los motores del salvajismo se ajustan perfectamente a la condicionante del miedo y la denuncia. Es arcaico el miedo. Y casi arcaica la denuncia. Sin embargo, ambos son conceptos muy modernos, no solamente en el campo de lo literario, sino en el cuerpo —siempre múltiple, siempre mejor que el reflejo en el espejo de la ficción— de la realidad.
La autora revisa, (re)visita la monstruosidad interna de cada uno para invitarnos a bailar en este carnaval de esperpentos, un carnaval que daría risa si no fuera un asunto tan serio, tan cercano, tan a nivel de entraña. Ella conoce la materia de nuestras paranoias. Nuestros barrios y nuestros habitantes. Los suyos, los tuyos, los míos. Porque nadie está a salvo, no te creas, aunque las máquinas no existan y el miedo parezca la cadencia de otro mundo (¿distópico?, ¿irreal?). Nadie está a salvo porque no habitamos la utopía, porque el mundo que nos ha tocado es la historia, la histeria de un final.
Habrá quien comentará de la hipérbole en la trama. Habrá quien dirá que es demasiado. Demasiado increíble. Demasiado sin frenos. Demasiado todo. Pero mi capacidad de sorpresa va aún más lejos y no se detiene, no ve hipérbole donde otros hechos (estos, de la historia real) han sobrepasado con creces cualquier horror narrativo.
No es este un documento de denuncia ni pretende serlo. Al menos, no a primera vista. Ni alerta con luces de neón en alto. Es: simplemente. Su autora, bien nutrida de una escritura interesante, renuncia a los rejuegos del lenguaje para entregarnos un texto simple estructuralmente, complejo en sus ideas, multifacético en sus propósitos.
Los días de la historia han llegado. Estos días de una histeria compartida. Alguien buscará refugio, alguien se consolará en una biblioteca, entre aquellos libros que nadie lee pero que aun así contemplarán todo en el papel de testigos de una ciudad vacía, barrida, seca. Una urbe fantasma. Poblada solo por la jauría de unos exiguos sobrevivientes y por la mudez de las máquinas.
No se trata de que el hombre es lobo del hombre, ni que habitamos un reality show conducido por monstruos, sino del temor oculto que nos mueve, del titiritero de la histeria que agita nuestros hilos y nos hace bailar la macabra danza.
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Maielis González Fernández. Es graduada de Letras y fue profesora de Literatura en la Universidad de La Habana entre los años 2012 y 2015. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Recibió la beca Caballo de Coral y el segundo premio en el concurso de cuentos de ciencia ficción Juventud Técnica en 2014, así como el Premio Eduardo Kovalivker en 2015. Ha publicado los libros Los días de la histeria (2015), Colección Sur; Sobre los nerds y otras criaturas mitológicas (2016), Guantanamera; y Espejuelos para ver por dentro (2019), Cerbero. Además ha aparecido en revistas y antologías en Cuba, Ariete (2018), Argentina, Revista Próxima (2017) y España Alucinadas II (2016). Sus artículos y ensayos sobre ciencia ficción y literatura fantástica han aparecido en varias revistas y antologías en Estados Unidos, Suecia, Argentina, España y Cuba; la más reciente de ellas es Infiltradas (2018).
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Tomado de País de fabulaciones, texto de Elaine Vilar Madruga publicado por Cubaliteraria en 2019.
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