Ediciones La Luz ha accedido a publicar, en su colección Homenaje, mi antología personal Mar de invierno y otros delirios, donde junté historias diversas que podrían constituirse en labiela (lo diré así) de mi trayectoria como cuentista.
Son treinta años, creo, y no se revisita un espacio-tiempo de escritura tan anchuroso sin que el simple repaso esté contaminado ya por una intención que trasciende las épocas, las obsesiones (estéticas, vitales) y el propio crecimiento de uno mismo como escritor.
Este conjunto de diez piezas (las llamo así por pura comodidad estructural) ofrece contrastes, disensiones, antagonismos, y revela la presencia de varios temperamentos creativos. Sin embargo, hay algo que lo atraviesa y unifica todo, como la materia oscura del Universo: el frenesí del lenguaje y los espejismos de la conciencia.
“Esmirna”, casi un guion cinematográfico, observa el acto de morir desde la perspectiva de la tristeza y la alucinación. “Isabeau” alude al encantamiento del sexo en las condiciones de un espacio fantástico. “La revocación del Edicto de Nantes” anhela expresar la vieja querella del Bien y el Mal, pero en un entorno casi doméstico. “Cerca del corazón tenebroso”, una distopía, subraya una pregunta turbadora: ¿la libertad es el centro de lo humano? “Vamps, S. A.” juega con el prestigioso mito del vampiro, pero en tanto disfraz del deseo. “El Caballero, la Muerte y la Virtud” explora, a mi manera, la ilusión de lo vital y la grandeza de la aspiración de vivir. “En los espejos”, especie de comedia, tiene como protagonista a un escritor azuzado por la idea de una novela y por sus videos pornográficos. “El placer incorpóreo” insiste en el carácter ilimitado del cuerpo cuando se sumerge en el ensueño. “Una aventura literaria” mezcla un poco de cine negro, dos o tres incidentes cosmopolitas y algunas figuraciones terroríficas.
He dejado aparte, como un remate, “Mar de invierno”. Si el lector se aferra al título del libro, que cierra con ese relato, acaso jugará con la posibilidad de que los demás textos sean los delirios a que me refiero. Sin embargo, no debo esquivar una certidumbre: “Mar de invierno” es una estancia de y para la fascinación, donde la belleza vuelve a adquirir el don de “pavor sensible” que en ella veía Platón. De todas mis historias, es la única que enarbola la crueldad como residuo y huella de lo sacrificial.
Cómo escribir relatos en prosa (incluyo ahí, cum grano salis, ciertos ensayos) ha sido y es uno de mis centros vitales, no está de más revelar algo que seguro resultará muy obvio: me he divertido muchísimo. Y todo porque (otra obviedad) uno va de la experiencia de la imaginación a su hallazgo en la vida, y de ahí al examen asombrado, y de ahí a las palabras, y de ahí a la reminiscencia (palabras, más palabras) que se matiza, de nuevo, durante el ensueño y el deseo. Transformar vivencias materiales en literatura no es menos arriesgado ni menos entretenido que materializar la imaginación en forma de actos intervenidos por el azar, la duda y el peligro.
Un escritor no debería saber tanto de sí mismo, pero qué remedio. He sido, durante muchos años, juez y parte, y para colmo poseo una formación filológica que, por cierto, ni agranda ni disminuye mi competencia. En todo caso, la afina. A estas alturas de mi vida solo sé que un escritor, si lo es de veras, se verá impelido a transformarse en un individuo fortificado, y que, como decía Virgilio Piñera, lo único que cuenta es adentrarse en la obra y hacerla sin capitular ni pactar.
Lo demás es la acumulación sentimental de los días y la experiencia del Otro como espejo.
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