Como «uno de los patriotas más esclarecidos, de los escritores más brillantes y de mayor influencia en Cuba en la década de los 60 y, finalmente, quizá el cubano más versado en cuestiones de economía rural que el país haya producido», calificó el historiador Ramiro Guerra a don Francisco Frías y Jacott, mejor identificado por su título de Conde de Pozos Dulces.
Nacido el 24 de septiembre de 1809, en La Habana, Francisco Frías y Jacott fue un aristócrata culto, rico de cuna, que hasta el lujo se dio de cursar estudios, entre los 10 y los 17 años de edad, en Baltimore, Estados Unidos.
Pronto se situó entre los cubanos mejor versados en los asuntos económicos, con profundos conocimientos de agricultura y geología. En París estudió las ciencias físico-químicas, y en cuanto a la literatura, sin propósitos de dárselas de escritor, dejó trabajos en los que se descubre un estilo cuidadoso dirigido a la ilustración de sus compatriotas.
Ocupó cargos públicos que lo hicieron conocido entre sus conciudadanos: el de regidor del Ayuntamiento de La Habana y el de director del periódico El Siglo, desde cuyas páginas desarrolló una campaña en favor de reformas sociales, políticas y económicas que por último condujo a la creación de la Junta de Información de La Habana.
De su labor como publicista y polígrafo da cuenta el diapasón de sus escritos e intereses, que van desde los temas literarios hasta los científicos. Veamos. Colaboró en El Ateneo, Revista crítica de ciencias, artes y literatura; en la prensa latinoamericana lo hizo para El Deber, de Valparaíso, Chile; La Patria, de Lima; La República, de Santiago de Chile, y El Registro Oficial, de Bogotá; también en varias revistas de Nueva York y de Europa.
Del Pozos Dulces que más nos interesa aquí, el escritor, comentaría el crítico Max Henríquez Ureña que «manejaba con limpieza la prosa, sabía ser agradable y ameno en la exposición de sus ideas; pero, ante todo, era de admirar en él, junto con la claridad de sus razonamientos, la gran firmeza con que sostenía sus convicciones».
Pese a ser tan adinerado y gozar de prestigio indiscutible, no era hombre de confianza de la metrópoli. Estuvo implicado en la conspiración de Vuelta Abajo, en 1852 –tenía 43 años– y su participación allí fue tal que algunos historiadores han llamado a esta la conspiración de Pozos Dulces. Se le condenó, encerró en el Castillo del Morro y por último se le envió a España, con expresa prohibición de regreso a Cuba o a Puerto Rico.
Aun así, volvió a Cuba en 1861 y, desde la prensa, puso en práctica sus capacidades de publicista y tribuno. Quien pretenda buscar o encontrar en Francisco Frías al revolucionario de acción o capaz de empuñar el fusil, en verdad no lo hallará. Amó a Cuba, muy en serio, a su manera, y con la pretensión de conseguir reformas expuso sus criterios y aunó pareceres en torno de sí.
Que aquel no era el camino lo percibieron los más valerosos y conscientes entre los patriotas cubanos, los de mayor madurez y entrega política y, por supuesto, los verdaderamente revolucionarios. Pero el Conde de Pozos Dulces soportó los sinsabores del destierro, la pestilencia de las prisiones y el golpe artero de la confiscación de sus bienes.
No secundó, ni con su opinión ni con su apoyo, a quienes escogieron el camino de la independencia en 1868. Dudó, estuvo vacilante; el espíritu se le reveló escaso y chico. Se ausentó del país en las jornadas en que la patria libraba su guerra de los 10 años. Desde Francia colaboró en la prensa latinoamericana y europea.
Don Francisco Frías y Jacott, Conde de Pozos Dulces, murió en París el 25 de octubre de 1877.
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