Palabras de Rafael Rodríguez Beltrán en el Sábado del Libro
El gramático latino Terentius Maurus nos dejó su famosa frase Habent sua fata libelli: todo libro tiene un destino que lo hace imperecedero o desechable. El que presentamos en el día de hoy se encuentra, sin duda alguna, entre los primeros y si puedo afirmarlo es porque, quien les habla, cuando todavía no había determinado que su destino final sería el mundo de las lecturas, se mantuvo entonces alejado de estas polémicas que trascendían su capacidad de análisis, por su inmadurez y por estar ocupado con otras muchas interrogantes, sorpresas y tareas que se nos plantearon a los adolescentes durante esa década de maravillosas realidades que fueron conformando de manera vertiginosa los destinos de nuestra nación.
Cuando tuve entre mis manos la primera edición, hace ya algunos años me di cuenta de que, como siempre ocurre, el presente solo se nos revela con mayor claridad gracias al conocimiento del pasado y también constaté que el libro tendría, en efecto, una larga vida editorial.
La cultura no podía encontrarse ajena a las múltiples transformaciones radicales que nuestra sociedad vivió en esos prolíficos años en que los intelectuales lograron un reconocimiento que, hasta entonces, les había sido negado. Prueba de ello es que durante la década de los 60 se produjeron las polémicas que recogen este volumen, sobre todo a partir de las Palabras a los intelectuales, de las cuales, lamentablemente, se ha conservado, en el imaginario de todos, una sola frase, importante, es cierto, pero con frecuencia descontextualizada en tiempo y espacio.
Es perfectamente natural que ante la diversidad de intereses y de criterios tanto ideológicos, como políticos y estéticos existentes, muchos intelectuales pretendieran dar su interpretación personal sobre la actividad cultural y sobre los principios establecidos a partir de ese encuentro celebrado en 1961 en el teatro de la Biblioteca Nacional, que hoy lleva el nombre de Armando Hart.
La muy inteligente selección de los trabajos incluidos en el libro y sus palabras preliminares estuvieron a cargo de la reconocida intelectual Graziella Pogolotti, quien vivió con gran interés y discernimiento ese periodo de nuestra historia y ha seguido brindando en múltiples fuentes, con notable acierto, su aporte al buen desarrollo de nuestra cultura. Ella misma nos dice en su prólogo que la recopilación es solo una parte del conjunto de documentos que de una u otra manera se insertaron en esta polémica, lo que, al mantener abierta esa puerta, condiciona un incentivo para que ella misma, u otros investgadores, puedan profundizar en la temática, acaso enriquecerla con nuevos aportes, porque muchos de los problemas allí abordados, no han dejado de influir en los caminos tomados en diferentes momentos por los implicados de una u otra forma en el destino de la política cultural de nuestro país.
La compilación se abre con una sección cuyo título es «Síntomas», donde encontramos, efectivamente algunos antecedentes de la polémica que se desarrollará a través de sus páginas, tal y como la enfocaron un músico que parafrasea una frase de Fidel en Palabras a los intelectuales y un cineasta, que declara en su línea que «la Revolución Cubana, desde sus inicios, surgió descongelada».
El capítulo siguiente incluye textos de diferentes autores en los que aborda una temática capital que nunca dejará de tener vigencia. «Sobre cultura y estética en la Revolución». Aquí encontramos las firmas no solo de cineastas como Jorge Fraga, Tomás Gutiérrez Alea, Alfredo Guevara y Julio García Espinosa, sino también profesores universitarios vinculados a la cultura como Mirta Aguirre, los uruguayos Sergio Benvenuto y Juan Flo. Ya aquí se observan con claridad las tendencias encontradas que sustentan la polémica.
La proyección de las películas «Accatone», «La dulce vida» y «El ángel exterminador», provocó en algunos sectores una reacción negativa que hoy nos resulta totalmente irracional. No demoraron las respuestas a esas opiniones conservadoras e irrespetuosas para el público que entonces colmaba las salas de cine. En esta nueva sección, cuyo título es «Políticas culturales» aparecen artículos de las dos facciones en las cuales los autores, yendo más allá de la temática desencadenante, establecen criterios que asumen una significación muy especial en la actualidad y que justifican el título. Entre los autores de esta sección destacan los nombres de Alfredo Guevara y Blas Roca.
La polémica entre el entonces joven Ambrosio Fornet y el ya maduro José Antonio Portuondo sobre la novela de la revolución es un sabroso duelo que solo en apariencia posee un aura generacional, pero que va mucho más allá y plantea interrogantes que también constituyen un sabroso alimento para el pensamiento de hoy.
Las dos secciones siguientes relativas al «Arte y literatura revolucionarios», enfrenta fundamentalmente al ya consagrado Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, y al veinteañero Jesús Díaz en una controversia que, como las otras, no deja de tener su actualidad.
La última sección refleja de nuevo un desafio entre el propio Jesús Díaz, y la también muy joven Ana María Simo relacionada con la generación de Puente. Debate de importancia en el que se abordan diferentes temas que también sobrepasan el tema coyuntural del debate.
El volumen se cierra con una breve reseña sobre los autores y un índice analítico que siempre se agradece.
El lector de este libro puede verse tentado, pues es una de sus prerrogativas, a buscar inicialmente entre sus páginas las intervenciones de algunos de los más destacados participantes de estas contiendas culturales: ¿qué problema planteaba «El niño de Pijirigua», para otras generaciones, el no menos famoso Jano Momo, que terminaba todos sus parlamentos con la frase inconclusa «Moraleja…» y qué le respondieron distintos intelectuales; ¿qué escribía por entonces Edith García Buchaca?; ¿por qué Félix Pita Rodríguez nos dice «Y el pueblo se pregunta hasta cuándo seguirán hablando». No critico a ese lector curioso pero estoy convencido de que cometería un error.
La relectura del volumen me hace pensar que sería un error por dos razones fundamentales: la primera, porque estos textos siguen una secuencia que una vez violentada, corre el riesgo de perder el sentido de muchas de las aseveraciones de los que intervienen en la polémica y la segunda, mucho más importante, porque las páginas introductorias que nos brinda Graziella Pogolotti ofrecen una panorámica histórico-cultural que permite a los lectores más jóvenes y también a los menos jóvenes comprender el por qué de esa polémica y por qué esos textos seleccionados constituyen un tesoro de información que, en muchos casos, no ha perdido su vigencia, pues en ocasiones, como puede sucedernos a leer a Platón, mucho más importantes son las preguntas que se hacía, que las respuestas que daba.
Por último, quiero destacar que no deja de ser una buena lección para nosotros y sobre todo para los medios de comunicación que esta polémica no se produjo a puerta cerrada ni en conciliábulos para iniciados, sino que vio la luz en toda una serie de publicaciones que contaban con una amplia difusión. Pienso que las polémicas contemporáneas, puesto que siempre las hay, merecerían también que se les diera la publicidad que merecen.
Y termino también con Terenciano: este libro tiene un destino imperecedero.
Visitas: 31
Deja un comentario