Entre los ejemplos de los primeros acercamientos al poemario, con trazos breves pero firmes, se destaca el ensayo «José Martí, poeta»[i] , escrito por Rubén Darío en 1913, después de leer los dos volúmenes de versos que Gonzalo de Quesada y Aróstegui publicó ese año. Allí se dedican a Ismaelillo estas famosas palabras que después serían citadas recurrentemente por los estudiosos que se han acercado al libro: «Martí adoraba a su hijo […] y para él escribió ese minúsculo devocionario lírico, un Arte de ser Padre, lleno de gracias sentimentales y de juegos poéticos.»[ii] Como innegable vate más adelante, en apretado párrafo, viaja profundo, a un tiempo, conmovido y sereno, por el libro:
El pensador, el luchador, se va por las entrañas de la vida; piensa, lucubra, hace sus planes vastos. Va con su poder mental, con su imaginación, en osadas excursiones. Penetra en el secreto trágico de la existencia de los hombres. Ve las bregas, los desengaños y las miserias. «Seres hay de montaña, —seres de valle, —Seres de pantanos― y lodazales». Fortifica su filosofía, fecunda su experiencia. La fe y la voluntad le dan alientos: se siente alas. Entonces entra el niño, el conquistador irresistible. Las cuartillas en que el padre ha escrito sus pensares vuelan arrojadas por las pequeñas manos: prosas y versos son esparcidos; el paño árabe es arrancado de la mesa; todos los utensilios del soñador son revueltos. Y el niño ríe y el padre vencido encantadoramente, y encantado de la irrupción, goza del gozo pueril, y acaba pensando en el porvenir.[iii]
Vemos aquí manifestada una función útil del encanto del libro: es vía originalísima para el develamiento de las esencias del mismo. Años de asimilación creadora y de sedimentación del discurso lírico del Ismaelillo, en los lectores transcurrirán con creces entre este temprano trabajo de 1913 y 1952, cuando Guillermo Servando Pérez Delgado publica su ensayo «Aproximaciones a la poesía de Martí. El Ismaelillo»[iv] .La dedicatoria del poemario le arranca generalizaciones como la siguiente, que da la medida del lugar cimero del libro dentro de la obra poética de Martí: «Comienza, así, el poema con la doble afirmación de su fe de hombre público —fe en el progreso, en la inmortalidad, en la virtud— y de su fe, íntima de padre. Toda la vida de Martí, y toda su obra, gira en torno a esta fe y a este amor a su hijo y por los hombres».[v] Destaca como virtudes esenciales del cuaderno la sinceridad poética, la afectividad y la brillantez imaginativa. Todo el estudio es una embebida reflexión sobre los planteos ideotemáticos del libro, donde se destaca como nota original un señalamiento sobre la sonoridad del lenguaje en «Tábanos Fieros». Allí «la sonoridad del lenguaje aviva la imagen hasta hacerla intensa, casi dura, violenta, agresivamente sensible»[vi]. Se refiere, por supuesto, a las múltiples aliteraciones o aliteraciones que se enlazan a lo largo del poema. Las interpretaciones en el ensayo de manera general están bien encaminadas, excepto el afán de vincular en todo momento al espanto de Martí su vida política. Su horror, su espanto poético es trascendente.
En 1953, año del Centenario del poeta, verán la luz dos interesantes trabajos que se detienen en el poemario objeto de nuestro análisis. El primero de ellos es «Luz y sombra en la poesía de Martí», del importante crítico uruguayo Angel Rama.[vii] Como su título indica, este es un ensayo que recorre toda la poesía del cubano, desde su génesis a su esplendor, persiguiendo una caracterización general y concienzuda, un primer acercamiento temático y una valoración de cada una de las unidades poéticas en la obra del autor. En el acápite dedicado a Versos libres Rama sitúa este razonamiento que da luz sobre el verdadero lugar del poemario que nos ocupa dentro de la lírica de Martí:
Colocar Versos libres entre 1878 y 1882, como hacemos, significa: respetar las precisas palabras del autor: registrar el decurso natural de su evolución poética que no establece un hiato entre poemas como «Muerto», «Sin amor», «A Rosario Acuña», que pertenecen al primer grupo, y los poemas de Versos libres; reconocer que el Ismaelillo no significa una interrupción en su obra con el consiguiente cambio definitivo de actitud poética, sino que es una superposición momentánea y que sólo se reanudará años después para firmarse definitivamente.[viii]
El crítico señala aquí tempranamente lo que otros estudiosos harán muchos años después: la común nota de sencillez, identidad y esencia que hay en Ismaelillo y en Versos sencillos; para luego referir sus disparidades con los criterios de Darío sobre el poemario de 1882 y mostrarnos un enfoque que descuella, una idea original en la historia de la recepción del poemario:
Darío designa la obra «como un arte de ser padre». No es exactamente así: Martí no celebra a su hijo en una simple manifestación de un intenso amor «maternal», sino que se aferra a él para huir del mundo inhóspito; pone frente a frente la pureza del hijo, la superior pureza del amor, y el horror del mundo regido por la maldad que lo consume y desgarra, el mismo mundo que en estos mismos años revela poéticamente en sus Versos libres. Por lo tanto debemos considerar Ismaelillo como un libro conflictual, con un planteamiento hondamente dramático, mayor quizás que el postulado por sus versos libres, pues aquí descubre Martí el otro hemisferio de la existencia, que está regido por el amor, y que no volverá a aparecer hasta Versos sencillos. A él aspira como único recurso de salvación.[ix]
Los enfoques diacrónicos sobre el poemario a partir de aquí comienzan a entregarnos juicios de interés. En tal sentido ese propio año Jorge Mañach publica su discurso «El Ismaelillo, Bautismo Poético», aparecido en Homenaje en memoria de José Martí y Zayas Bazán.[x] Allí reconoce que la triple concepción de la tarea poética en Martí se verifica total y vivamente en el Ismaelillo, es decir:
- la poesía como aprehensión de lo eterno
- la poesía como edificación moral
- la poesía como incitación de un mundo mejor.
Comienza privilegiando dentro de Ismaelillo, al igual que Rama, una nota que devendría en aspecto medular de la poética de Martí: «mas no hay duda de que en ese libro de versos para su hijo, publicado en Nueva York en 1882, Martí comienza a dar una de sus notas más características: la nota de la “sencillez”… como él la entendía». Abunda entonces en la naturaleza de la soledad que rodea al poeta, la que se erige en uno de los temas del libro: «Pero lo que más importa observar ahora es cómo en Ismaelillo se acusa esa soledad espiritual del padre con el hijo, ese como diálogo en soliloquio de dos seres que se asisten recíprocamente, enfrentados con su respectivo destino. Fuera del género epistolar, no sé de ningún otro caso semejante en la literatura.»
Las dimensiones éticas del poemario son develadas cuando Mañach no teme en calificarlo como un cantarcillo de gesta figurado, al reparar en «ese curioso recurso del poeta a la simulación de la lucha, que no es sólo guerra con el hijo, sino también con enemigos supuestos de los cuales la criatura lo defiende […] Ismaelillo tiene algo de épico: es como una minúscula epopeya de la ternura». Y asistimos entonces a la enunciación de uno de los sentidos, quizás el último, del símbolo del hijo en el libro:
El niño es como espuela a su conciencia de la responsabilidad: no de una responsabilidad puramente formal, doméstica, a cuyo cumplimiento estaba dispuesto, pero que no dependía mayormente de él, sino más general y más íntima, ante sí mismo, ante su propia conciencia […] vemos así como lo que empezó siendo apenas más que una canción de cuna, un retozo matinal, se convierte poco a poco, a lo largo de los quince poemas […] en un curso de autopurificación espiritual.
Más adelante nos entrega razonamientos originales que ensanchan el criterio de Guillermo Servando Pérez, aquí vertido sobre el pórtico de Ismaelillo. Considera la dedicatoria a su hijo como un resumen de los temas del libro. Termina su discurso, retomado y profundizado en otros trabajos, con la comparación de la poética de un libro y otro de Martí, y una valoración sucinta de Ismaelillo, las que ofrecemos a continuación:
Se empieza así a comprender la estética de la poesía martiana más madura, la de los Versos sencillos, que en realidad se anticipa con esta del Ismaelillo. Poesía decantada, ya no sólo a través del recuerdo, sino de esos filtros ideales que son símbolos, las alusiones, las imágenes un poco remotas. Poesía que se desprende ya de lo romántico para invadir la exquisitez modernista. El Ismaelillo marca el punto de sazón juvenil en la obra poética de Martí, y desde él entra una ráfaga de novedad en la poesía hispánica. Por su agilidad rítmica —retozo de rimas y cadencias de ella misma—, por su feliz conjugación de frases simples y directas y de primores verbales y metafóricos; por su acento de frescor matinal y de candor adulto; por ese tornasol, en fin, del gozo ingenuo y de la ternura —especie de cariño punzante en la yema del alma—, no sólo es un poemario encantador, sino también el testimonio de una instancia nueva de la sensibilidad. La afinidad profunda del alma de Martí con el alma infantil, afinidad que más tarde ha de florecer en las páginas de La Edad de Oro, se alimenta en el Ismaelillo de los jugos de la devoción paterna, y por eso resulta menos deliberada, desprendiéndose como una fragancia silvestre de su lírica corola […] El Ismaelillo es poesía de raíz. Ahora, con los Versos libres, volvemos al ala.
[i] Rubén Darío. “José Martí, poeta” en Antología Crítica de José Martí, Recopilación, Introducción y Notas de Manuel Pedro González, Editorial Cultura, México, 1960, pp. 267 – 295. Apareció por vez primera en La Nación de Buenos Aires en forma seriada, entre abril y junio.
[ii] Ob. Cit. p. 272.
[iii] Ob. Cit. p 273.
[iv] Guillermo Servando Pérez Delgado. “Aproximaciones a la poesía de Martí. El Ismaelillo” en Separata de Anuario de Estudios Americanos (Sevilla) Tomo IX, 1952.
[v] Ob. Cit. pp. 549-550.
[vi] Ob. Cit. p. 558.
[vii] Ángel Rama. “Luz y sombra en la poesía de Martí” en Revista Asir, 30 –31, marzo – abril, Uruguay, 1953, pp. 43-54.
[viii] Ob. Cit. p. 44
[ix] Ob. Cit. p. 45
[x] Jorge Mañach. “El Ismaelillo, Bautismo Poético” en Homenaje en memoria de José Martí y Zayas Bazán, Academia de la Historia de Cuba, La Habana, 1953, p. 31 – 49. Las mismas ideas que aquí comentamos conforman su artículo “Relieves: Fragmentos sobre el Ismaelillo”, Diario de la Marina, CXIX (126): 48; 27 de mayo de 1951, y una parte importante de su ensayo “El Poeta”, recogida bajo el nombre de “El Ismaelillo”, recopilado en el libro El espíritu de Martí, publicado íntegramente en la revista Albur, número especial, Instituto Superior de Arte, Año IV, mayo de 1992, p. 103-141.
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